Domingo 11 del Tiempo Ordinario (Ciclo B)
+ Lectura del santo Evangelio según San Marcos
En aquel tiempo decía Jesús a las turbas: "El Reino de Dios se parece a un
hombre que echa simiente en la tierra. El duerme de noche, y se levanta de
mañana la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra
va produciendo la cosecha ella sola: primero los tallos, luego la espiga,
después el grano. Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha
llegado la siega."
Dijo también: «¿Con qué podemos comparar el Reino de Dios? ¿Qué
parábola usaremos? . Con un grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es
la semilla más pequeña, pero después, brota, se hace más alta que las
demás hortalizas y echa ramas tan grandes, que los pájaros pueden
cobijarse y anidar en ellas.»
Con muchas parábolas parecidas les exponía la Palabra, acomodándose a su
entender. Todo se lo exponía con parábolas, pero a sus discípulos se lo
explicaba todo en privado.
Palabra del Señor
Homilías
(A)
Las cosas de Dios son de otra manera. Posiblemente el mismo Jesús se
daba cuenta de la desproporción entre lo que Él representaba como enviado
del Padre y la universalidad del mundo. Él mismo necesitó razones para
confiar y esperar que la «gota de agua» que suponía su palabra y sus
gestos en medio del mundo que le rodeaba, tendría cumplimiento y
florecería.
No entendemos fácilmente por qué Dios se toma la extensión del reino de
Dios de la forma que lo hace: no tiene prisa, no fuerza nada, no emplea
métodos de difusión masivos, no inunda de predicadores la tierra, no
arranca del suelo las hierbas malas, no hace cosas espectaculares... Todo
procede lentamente, como la germinación de la vida...
La fuerza del reino no viene de lo que hacemos, sino que está dentro de las
obras del reino. Dios trabaja de incógnito en el mundo, pero con eficacia.
Dios no deja de vivificar su mundo, de llevar a cabo la nueva creación.
Nos sobran prisas, ganas de eficacia, balances pensando sólo en números,
métodos de evangelización inspirados en el márketing... Nos falta confianza
en la presencia de Dios en su mundo, confianza en la fuerza que lleva
dentro cada pequeña obra de Reino...
¿No te han interrogado alguna vez pequeños gestos que has visto de
verdad, de bondad, de sinceridad, de honradez...? No dijiste nada, pero al
verlos, tu corazón se alegró y se sensibilizó para seguir sembrando
bondad... Quizá añadiste. «Esto no saldrá mañana en los periódicos, pero sí
que ha sido noticia para mí». La fuerza de la verdad crea una corriente
irresistible de verdad a pesar de las innumerables amenazas que debe
soportar.
Hay hoy otra llamada a los creyentes y a los hombres de buena voluntad:
nada de lo que hacemos es pequeño; nada podemos dejar de hacer porque
parece pequeño y porque creamos que no valga para nada. No es verdad
que valga para hacer reino sólo lo grandioso... No. Estamos llamados, como
creyentes, a sembrar de detalles pequeños la vida ordinaria. Resulta que lo
verdaderamente grande es lo realmente pequeño, insignificante a los ojos
de muchos, pero lleno de fuerza interior capaz de transformar todo poco a
poco.
Cuando recordamos a gente que nos marcó en la vida positivamente, lo que
recordamos son «pequeñas cosas» que se hicieron grandes... Las parábolas
del reino nos desvelan una ley de la naturaleza y de la fe: en lo más
pequeño, en lo cotidiano, en cuanto sucede que no llama la atención, Dios
está actuando, escondido.
¡Qué riqueza da esto a nuestra vida! No importa en qué rincón estás, no
importa que estés en el candelero o en una esquina que casi nadie ve; no
importa el relumbrón aparente... Lo único que importa, de verdad, es tu
vida de pequeños gestos de reino cargados de poder transformador.
(B)
Vivimos ahogados por las malas noticias. Emisoras de radio y televisión,
noticiarios y reportajes que descargan sobre nosotros una avalancha de
noticias de odios, guerras, hambres y violencias, escándalos grandes y
pequeños. Los «vendedores de sensacionalismo» no parecen encontrar otra
cosa más notable en nuestro planeta.
Por otra parte, la increíble velocidad con que se extienden las noticias y los
problemas nos deja aturdidos y desconcertados. ¿Qué puede hacer uno ante
tanto sufrimiento? Cada vez estamos mejor informados del mal que asola a
la humanidad entera, y cada vez nos sentimos más impotentes ante ella.
La ciencia nos ha querido convencer de que los problemas se pueden
resolver con un poco más de técnica y de poder. Y nos ha lanzado a todos a
una gigantesca organización y racionalización de la vida. Pero este poder
organizado no está ya en manos de las personas, sino en las estructuras.
Se ha convertido en «un poder invisible» que se sitúa más allá del alcance
de cada individuo. En gran parte, éste se ha convertido en mero
instrumento, atrapado en un sistema de relaciones que ya no puede
dominar.
Entonces, la tentación de inhibirse es grande. ¿Qué podemos hacer para
mejorar esta sociedad? Más de uno piensa que son los grandes y poderosos,
los que detentan el poder político o económico, los que, por sí solos, han de
operar el cambio que necesita esta humanidad para ser mejor y más feliz.
No es así. Hay en el evangelio una llamada dirigida a todos, y que consiste
en sembrar pequeñas semillas de una nueva humanidad.
Jesús no habla de cosas grandes. El reino de Dios es algo muy humilde y
modesto en sus orígenes. Algo que puede pasar tan desapercibido como la
semilla más pequeña. Pero algo que está llamado a crecer y fructificar de
manera insospechada. Quizás necesitamos todos aprender de nuevo a
valorar los pequeños gestos. Probablemente no estamos llamados a ser
héroes ni mártires cada día, pero a todos se nos invita a vivir poniendo un
poco más de felicidad en cada rincón de nuestro pequeño mundo diario.
Un gesto amigable al hombre que vive desconcertado, una sonrisa
acogedora a quien está solo, una señal de cercanía a quien comienza a
desesperar, un rayo de pequeña alegría en un corazón agobiado... no son
cosas grandes. Son pequeñas semillas del reino de Dios que todos podemos
sembrar en una sociedad complicada y triste, que ha olvidado el encanto de
las cosas sencillas y buenas.
(C)
SENSACIÓN DE IMPOTENCIA
No es necesario asomarse a los medios de comunicación social y contemplar
los sesenta millones de muertos de hambre, la tercera parte de la
humanidad que sobrevive en la pobreza, los cien millones de niños de la
calle, para tener una dolorosa sensación de impotencia ante el mal. Basta
contemplar el pequeño mundo de nuestra ciudad para tener esa sensación
de impotencia ante las familias pobres, el número de toxicómanos,
alcohólicos, familias rotas, personas solas... Otro tanto habría que decir a
nivel psicológico y religioso: ¡Cuántos miles de personas desorientadas,
alejadas de la fe, que vagan sin rumbo en nuestro mismo entorno...! Ante
esta riada de aguas turbias y violentas nos preguntamos acobardados:
¿Qué puedo hacer?
La tentación inmediata es clara: remitir los problemas a las grandes
organizaciones del Estado o de la Iglesia: "Para eso están las instituciones
correspondientes"... "Esto no es cuestión de pequeños esfuerzos -nos
decimos-, sino de grandes proyectos. Lo poco que yo puedo hacer no
merece la pena hacerla, porque, prácticamente no resuelve nada"...
Acostumbrados al gigantismo contemporáneo, la pequeña actitud de la
hormiga, de la viuda con su óbolo, de la vela y el grano de sal, la pequeña
semilla... nos parecen cosas bonitas, pero inútiles. Esta tentación de
inhibirse, porque lo que podemos hacer y nada es todo uno, responde a un
doble sentimiento: A un complejo de inferioridad del pueblo (creo que
nuestro pueblo, nuestros seglares tienen complejos de inferioridad, de
inutilidad) y a una disfrazada justificación de la pereza.
Ante las frecuentes megalomanías, Jesús nos invita e incita, en el pasaje de
hoy, a que sembremos las pequeñas semillas que él ha puesto en nuestro
zurrón, que con la vitalidad que llevan dentro se convertirán en arbustos
fecundos para el Reino.
EL GRAN MILAGRO
¿Qué podemos hacer que merezca la pena y sea fecundo? Pues, mucho,
muchísimo. En primer lugar, podemos hacer el increíble milagro de ser una
semilla que se sepulta por la entrega y el servicio a los demás; podemos
hacer el milagro de "ser buenos" de verdad (no sólo "no-malos"); podemos
hacer el milagro de amar, no importa en qué profesión o en qué trabajo.
Toda persona buena de verdad, todo santo provoca una verdadera
revolución, aunque, como Teresa del Niño Jesús, esté oculta en la clausura
de un convento.
Los cristianos deberíamos haber asimilado estos criterios tan entrañados en
el evangelio. Somos de origen muy humilde. Frente a las megalomanías de
los judíos de su tiempo, Jesús inicia su obra, el pueblo de la Nueva Alianza,
con un puñado de pescadores, hombres de pueblo sin poder, sin
preparación y sin dinero. La primera comunidad de Jerusalén está
compuesta por lo más humilde de la sociedad judía. Lo mismo sucede con
las comunidades de Pablo: "Y si no, hermanos, fijaos a quiénes llamó Dios:
a los ignorantes, a los plebeyos, a los débiles, a los que no cuentan" (1 Co 1
,26-29). Aquellos diminutos granos de mostaza se convierten pronto en
árboles copudos en los que se cobijan personas de todo el vasto imperio
romano. Hoy ya sabemos lo gigantesco que es el árbol de la Iglesia.
Uno no sale de su asombro al recordar los inicios tan insignificantes, la
semilla tan microscópica que fue la fraternidad franciscana. Aquellos "seis
locos de Asís", como los llamaba la gente de la comarca, vestidos a la
campesina y cobijados
en una miserable choza, son hoy más de doscientas congregaciones en la
Iglesia. Con frecuencia se oye a personas quejarse del escaso resultado de
sus esfuerzos; yo estoy asombrado de la fecundidad de tantas semillas de
bien que he visto sembrar, no por otra razón que por la fuerza y vitalidad
de la misma semilla del Evangelio, que está hecho a la medida del hombre,
y por la acción del Espíritu que actúa en el corazón de las personas. El
hombre, desde su profundidad, suspira por el Evangelio, por Jesús de
Nazaret, el Camino, la Verdad y la Vida.
SIEMBRA CONSTANTE Y ESPERANZADA
Puede ser que, en momentos cruciales de la vida, Dios nos pida opciones y
decisiones un tanto heroicas. Pero lo normal es que no nos pida la siembra
de gestos grandiosos y heroicos sino de pequeños gestos, una siembra que
ha de ser constante. Dios nos pide un gesto de cordialidad hacia quien vive
deprimido, una sonrisa acogedora a quien está solo, una señal de simpatía
hacia quien se siente abandonado, un gesto de solidaridad, colaboración con
un movimiento o grupo humanitario. Una afectuosa llamada de teléfono,
una alabanza oportuna, una palabra de estímulo, cuando nacen de lo hondo
del corazón, son semillas del Reino que pueden dar mucho fruto, pueden
producir estímulo, amistad, fe. Con pequeños esfuerzos se pueden dar
grandes alegrías. Dejémonos de sueños grandiosos e imposibles. Si fuera
sacerdote... si tuviera más tiempo... si tuviera autoridad... si estuviera más
preparado... Es cuestión de hacer lo posible.
Probablemente no estamos llamados a pronunciar grandes discursos, pero
sí a sembrar la semilla del Evangelio en conversaciones de amigos, con
familiares, con personas con las que nos encontramos en el vivir diario. Una
palabra cordial de aliento, de corrección, de consejo puede orientar o
reorientar toda una vida. En conversaciones de compañeros de estudio
convirtió Ignacio de Loyola a Francisco Javier. Cuando esa siembra es
constante, refleja un talante, un modo de ser, un estilo de vida que se
convierte en un gran testimonio. Siembra, padre, siembra catequista,
siembra profesor, siembra, seas quien seas, con constancia y con
esperanza, aunque tal vez te dé la sensación de que estás sembrando en el
asfalto. A veces, cuando menos se espera, la semilla nace, crece y da fruto.
Incluso puede ocurrir que no lleguemos a ver el tallo germinado de la
semilla. La siembra de Mónica en el espíritu rebelde de su hijo Agustín tardó
diez años en nacer...
"Cuando uno sueña -afirma Dom Helder Camara- es un sueño; cuando
sueñan varios, ya es realidad". Nuestros pequeños gestos, cuando se unen
a los pequeños gestos de otros, se convierten en una gran siembra que
produce una gran cosecha. Un millón de gritos aislados contra el terrorismo
y a favor de la paz es gritar en el desierto. ¡Un millón de gritos unidos en
una manifestación caudalosa hace temblar a los tiranos, sean personas o
grupos.
La tarea contra los grandes enemigos de la sociedad es como una tarea
común contra la peste; todo el mundo puede hacer algo, traer agua,
sostener una vela, ir de casa en casa por si alguien nos necesita... Si lo
dejamos todo en manos de las instituciones oficiales, todos moriremos
apestados. El pueblo sencillo debe conocer las incalculables posibilidades
que tiene, sobre todo cuando se une. "Lo más importante que hay en
Iberoamérica -testifica el gran teólogo Gustavo Gutiérrez- es la fe del
pueblo, la enorme entrega y la santidad que hay en muchas personas que
trabajan anónimamente. Ellos, y no las personalidades o los teólogos, son
los que representan a la Iglesia". Enteramente de acuerdo.
Llevamos todos un saco de pequeñas semillas buenas que pueden dar una
espléndida cosecha... Lo ha garantizado el Señor. Por eso, como Pedro con
respecto a las redes, hemos de decir: "Señor, en tu nombre arrojaremos las
semillas". Pablo daba fe de la fecundidad del que evangeliza: "Yo planté,
Apolo regó, pero era Dios el que hacía crecer" (1 Cor 3,6).
P. Juan Jáuregui Castelo