Domingo 12 del Tiempo Ordinario (Ciclo B)
+ Lectura del santo Evangelio según San Marcos
Aquel día, al atardecer, dijo Jesús a sus discípulos: «Vamos a la otra orilla.»
Dejando a la gente, se lo llevaron en barca, como estaba; otras barcas lo
acompañaban. Se levantó un fuerte huracán y las olas rompían contra la
barca hasta casi llenarla de agua. El estaba a popa, dormido sobre un
almohadón. Lo despertaron diciendo: «Maestro, ¿no te importa que nos
hundamos?» Se puso en pie, increpó al viento y dijo al lago: «¡Silencio,
cállate!» El viento cesó y vino una gran calma. El les dijo: «¿Por qué sois
tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?» Se quedaron espantados y se decían
unos a otros: «¿Pero, quién es éste? ¡Hasta el viento y las aguas le
obedecen!»
Palabra del Señor
Homilías
(A)
En unos carteles publicitarios dirigidos a consumidores de drogas y a los
seropositivos del virus del sida... con frases de ánimo y esperanza... de
hace unos años, se leía uno que me llamó la atención y que guarda relación
con el evangelio de hoy: " Cuando estés en la habitación por la noche, bien
cerrada la puerta y la luz apagada, guárdate de creer que estás sólo,
porque no lo estás "
El texto es de un filósofo del s.II . El texto del Evangelio nos habla de una
barza azotada por la tempestad... y de la pasividad de Jesús que "estaba
dormido a popa sobre un almohadón" Es una narración simbólica...
Fijémonos cómo incluso nosotros en nuestro lenguaje habitual hablamos de
"tempestad" refiriéndonos a hechos que nada tienen que ver con el mar o la
meteorología. Todos en nuestra vida, sin necesidad de ir en barco, hemos
pasado -y pasamos- por tempestades. La tempestad no se la ahorra nadie,
pero la cuestión que hoy podemos planteamos es cuál es nuestra reacción
ante tormentas, borrascas y temporales que no anuncia ningún "hombre del
tiempo", sino que son ley de vida. Preguntémonos si también nosotros,
como los discípulos, nos asustamos de tal modo que increpamos al Señor
diciéndole: "¿No te importa que nos hundamos?". Sin darnos cuenta de que,
en las tempestades de la vida, sólo se hunde quien piensa que está solo.
La tempestad calmada evoca las «tempestades» de la vida que nos ponen
en apuro. No nos jugamos la vida de ordinario en el mar, sino en el trabajo,
en la salud, en la enfermedad, en las jugadas sucias que nos hacen, en los
amigos, en la fidelidad prometida, en la educación de los hijos, en las zonas
no maduras de nuestra personalidad que descubrimos, en los imprevistos
que nos sobresaltan... Tenemos «tempestades» que hacen zozobrar nuestra
barca y nuestra vida... Gracias a esas tempestades algunos «despiertan» y
se preguntan de nuevo por Dios. Unas veces la pregunta les lleva a exigir a
Dios comportamientos predeterminados (¡hay oraciones que no son
peticiones, son órdenes que damos a Dios para que haga lo que nosotros
le dictamos!), otras veces son verdaderas súplicas... En todo caso,
acudir a Dios, de la forma que sea, es una ocasión de reconocer mejor la
realidad de Dios. «¿Quién es este Jesús?» es una pregunta saludable que
hemos de hacernos los seguidores de Jesús...
Es necesario que los que decimos que ya le conocemos nos la hagamos de
vez en cuando... Porque hay muchos creyentes que cierran la puerta a
Dios... diciendo: de Dios ya me lo sé todo...
Cuando de alguien (y más de Dios) decimos ya me lo sé todo... ¡qué
ignorantes somos! ¡Y cuántas novedades nos prohibimos saber!...
"Cuando estés en la habitación por la noche, bien cerrada la puerta y la luz
apagada, guárdate de creer que estás sólo, porque no lo estás" Pensad
alguna vez en esta espléndida frase... ¿Habéis pensado que nunca estamos
solos, que siempre está cerca de nosotros ese Señor Jesús, que puede
parecer dormido sobre la popa de la nave de nuestra vida, pero que nunca
nos deja solos; que sí le importa que nos hundamos y que siempre nos dice
al corazón: ¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?
Tú, Señor, acompañas nuestro vivir
cuando las aguas están calmadas
y todo va sucediendo en armonía,
sin que suceda nada fuera de lo normal.
Tú, Señor, estás aún más cerca de nosotros
cuando de pronto surge una enfermedad,
un problema de trabajo, un conflicto de relación,
un desencanto, una muerte o cualquier dificultad.
Tú estás cuando los huracanes de la vida
nos hacen sentir miedo, porque se mueve la barca,
creemos que no vamos a poder superar ese momento
y entonces dudamos de tu presencia y de tu amor.
Tú, que conoces nuestras tempestades vitales,
nos tienes siempre envueltos en tu amor,
estás esperando que nos pongamos confiados en tus brazos
para desarrollar todos nuestros recursos y capacidades.
Tú, que crees en nosotros mucho más que nosotros mismos,
que nos has regalado a cada uno un potencial infinito
de equilibrio, salud mental, amnesia del dolor y alegría,
nos haces salir airosos de todas las dificultades.
Tú sólo esperas que tengamos fe en ti,
que creamos, de verdad, que acompañas siempre nuestra vida,
y que en ti nuestro valor aumenta y nos llenas de fuerza,
para poder con todo lo que la vida nos depare,
siempre que sepamos que vives dentro de nosotros,
que somos personas habitadas, impulsadas desde dentro a ser.
(B)
Una cosa es la admiración y otra la fe. Marcos lo tiene muy claro: Jesús ha
causado verdadera admiración en la gente con sus signos, con su autoridad.
Pero la admiración por Jesús no es fe en Jesús. Se refleja muy bien en el
milagro de la tempestad calmada no ya con «la gente», sino con el grupo
de los que le siguen. Los discípulos, testigos de lo que Jesús ha realizado y
del dominio que tiene sobre las fuerzas del mar, se preguntan espantados."
«¿Quién es este? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!».
Jesús, como un nuevo Noé, se muestra pacificador del mar enfurecido. La
narración es sencilla, llena de viveza. Todo está ordenado en el relato a
subrayar que los que acompañan a Jesús no saben bien quién es, no se
creen que Jesús sea Dios. Le siguen, son el grupo de los cercanos, corren
los caminos que Él recorre, pero no «han calado» quién es Jesús.
Escena, la de este pasaje bíblico, de total actualidad. Muchos seguidores de
Jesús hoy como ayer, «no se creen la realidad de Jesús». Dichosos si, al
menos, se interrogan por Jesús y dicen: «¿Quién es este?».
La tempestad calmada es un hecho bello. En medio del mar, donde no hay
asideros para salvarse y la vida peligra, los discípulos acuden a Jesús. El
mar que se hizo salvación cuando el pueblo salió de Egipto ahora es sentido
como lugar donde la vida peligra.
La tempestad calmada evoca las «tempestades» de la vida que nos ponen
en apuro. No nos jugamos la vida de ordinario en el mar, sino en el trabajo,
en la salud, en la enfermedad, en las jugadas sucias que nos hacen, en los
amigos, en la fidelidad prometida, en la educación de los hijos, en las zonas
no maduras de nuestra personalidad que descubrimos, en los imprevistos
que nos sobresaltan... Tenemos «tempestades» que hacen zozobrar nuestra
barca y nuestra vida... Gracias a esas tempestades algunos «despiertan» y
se preguntan de nuevo por Dios. Unas veces la pregunta les lleva a exigir a
Dios comportamientos predeterminados (¡hay oraciones que no son
peticiones, son órdenes que damos a Dios para que haga lo que nosotros le
dictamos!), otras veces son verdaderas súplicas... En todo caso, acudir a
Dios, de la forma que sea, es una ocasión de reconocer mejor la realidad de
Dios. «¿Quién es este Jesús?» es una pregunta saludable para los
compañeros de Jesús. En absoluto es la pregunta que se formulan los que
quieren conocerle. También los que decimos que ya le conocemos tenemos
que planteárnosla. Hay creyentes que cierran la puerta a Dios cuando dicen:
«Yo ya me lo sé todo».
Cuando de alguien (y más de Dios) ya te lo sabes todo, ¡qué ignorante eres!
¡Cuántas novedades te prohíbes saber...!
(C)
Hemos escuchado el relato del Evangelio y vamos a intentar aplicarlo a
nuestras vidas de cristianos.
También nosotros, como los apóstoles, vamos caminando en una
barca por el mar de la vida. Y muchas veces Jesús no está con nosotros, se
ha quedado fuera o lo hemos dejado abandonado.
Surge la tormenta, llegan los problemas de cada día, Jesús no está
con nosotros, pero al ver que se acerca para echarnos una mano, no lo
reconocemos. Lo tenemos tan abandonado, nos hemos alejado tanto de Él,
que ya no lo reconocemos en ese amigo, en ese vecino, en esa persona
desinteresada que viene a ayudarnos.
Cuando al fin lo reconocemos, queremos saltar de la barca, escapar
de los problemas, ir hacia Él, dejando a los demás solos.
Jesús nos dice : " Ánimo, no tengáis miedo ".
Es que el miedo es un mal compañero de viaje, que impide ver las
cosas claras y no deja hacer nada o incluso ver fantasmas por todas partes.
Jesús nos anima para que no tengamos miedo, para que sigamos
unidos en la barca, y para que no nos sintamos nunca derrotados.
El que tiene miedo, el que se siente derrotado, no hace nada y
además ve cómo los problemas se agigantan.
Si hablamos de tema religioso, ante cualquier duda, los derrotistas
hablan de pérdida de fe : "Ya no hay fe en el mundo, ya todo está perdido,
ya no hay nada que hacer", suelen decir.
Si ven que se realizan cambios en la Misa, en el Padre Nuestro o en
cualquier otro rito religioso, están viendo sacrilegios, irreverencias,
demonios por todas partes. Y así ellos no hacen nada.
Si hablamos de que cada vez hay menos sacerdotes, menos
vocaciones religiosas, ya se están imaginando el naufragio de la Iglesia, la
desaparición de la Religión.
Pero ellos seguirán sin hacer nada, sin poner nada de su parte para
remediarlo. Sólo saben lamentarse.
Si se enfrentan con la sociedad actual pluralista y democrática, con
ansias de libertad, ven el caos por todas partes y confunden las cosas. Pero
tampoco harán nada.
Así ocurre que el miedo no deja ver la realidad y mucho menos hacer
algo.
Si tenemos tanto miedo en temas religiosos es porque nuestra fe es
débil o no tenemos fe.
Jesús nos dice, ánimo, no tengáis miedo. Seguid en la barca, seguid
unidos, ayudaos unos a otros, y llegaréis a puerto seguro. Porque después
de la tempestad ..... viene la calma.
Vamos a dejar a un lado esos miedos tontos, vamos a dejar de ver
fantasmas por todas partes, vamos a enfrentarnos a los problemas de la
vida, que son muchos, no vamos a hacerlos mayores de lo que son. Pero
vamos a trabajar, vamos a ayudar y colaborar, vamos a echar una mano.
Así triunfaremos en la vida.
(D)
No nos resulta siempre fácil hablar sinceramente de nuestras crisis de fe ni
de los combates que secretamente mantenemos en el fondo de nuestra
conciencia.
Por ello no es extraño que se vayan generalizando en nuestros días una
serie de expresiones fáciles y de tópicos con los que algunos tratan de
definir su postura personal ante la fe.
Son frases que se van extendiendo entre nosotros y que, tal vez,
requerirían una reflexión más seria.
"Soy creyente pero no practicante". Así se definen hoy bastantes, como si
esas palabras expresaran el posicionamiento acabado y perfecto de quien
ha descubierto la postura irreprochable y progresista de vivir hoy la fe.
Pero, ¿qué significa en realidad ser creyente y no practicante?
¿Incoherencia personal? ¿Arrinconamiento de la fe al "cuarto trastero"? ¿
Incapacidad para poner en práctica, de manera consecuente, las exigencias
de la fe?
No parece fácil alimentar responsablemente la fe cuando uno nunca la
celebra, la recuerda o la comparte con otros creyentes.
"No sé si tengo fe". Comprendo muy bien a los que hablan así desde el
fondo de la incertidumbre. Sé que la fe está tejida muchas veces de crisis y
dudas y que el creyente se purifica y crece en la búsqueda no siempre fácil
de Dios.
Pero, ¿no significa a veces esa frase precisamente lo contrario? ¿Una
dejación en la búsqueda? ¿Una falta de experiencia personal comprometida?
¿No son bastantes los que abandonan hoy la fe sin haberla conocido ni
gustado?
"He perdido la fe". Estas son las palabras que he escuchado a más de uno,
sin observar en su rostro el menor sentimiento de pena o pesar.
Y, sin embargo, estas palabras encierran para mí una verdadera desgracia
porque perder la fe es realmente «perder". Salir perdiendo.
Perder vida y luz interior. Perder energía humanizadora y esperanza. Perder
la capacidad de mirar la existencia hasta el final con confianza. Perder el
camino esencial. Perderse lo más importante.
No estoy hablando de otros. Estas frases que hoy comento podrían salir en
más de una ocasión de labios de quienes nos decimos creyentes. Todos
hemos de escuchar desde muy dentro las preguntas de Jesús: «¿Por qué
sois tan cobardes? ¿Por qué no tenéis fe?".
P. Juan Jáuregui Castelo