Ciclo B. V Domingo de Pascua, Ciclo B.
Mario Yépez, C.M.
Lo que hace una vid
Hay una constante en este pasaje del evangelio de Juan y es que si no estamos
unidos en Cristo (en emoi) como los sarmientos a la vid no podremos dar más y
mucho fruto (karpon pleíona – polun). Es realmente muy ilustrativa esta imagen del
campo tantas veces vista por Jesús y sus contemporáneos en una tierra que ofrece
buenas cepas y buen vino. Pero es justamente en esta insistencia en la que deseo
detenerme. Lo primero es que todo discípulo de Cristo no puede vivir desarraigado
de Cristo; no puede vivir ni dar fruto sin Cristo. Por ello, hay una clara insistencia a
permanecer (meno) – 7 veces pronunciado en esta perícopa – unidos a Cristo como
los sarmientos a la vid. Pero el evangelio va más allá: “oti joris emou ou dinasthe
poien ouden” – “porque separado de mi no podéis hacer nada” (Jn 15,5). Esta es
una afirmación tajante y que cobra sentido con la exigencia de ser discípulos de
Cristo. No podemos estar solamente unidos a la vid como parte de ella; como un
recurso de presencia o simple apariencia; sino que tenemos que ofrecer lo mejor de
esta unión en Cristo y debe traducirse no en dar fruto, sino en mucho fruto (karpon
polun – Jn 15,5.8). Aquí esta la fuerza de este mandato que Jesús deja a sus
discípulos. Si lo encajamos en este testamento joánico tiene mucho que ver con
nuestra esencia de discípulos y lo que espera Jesús de nosotros (kai genesthe emoi
mathetai): “Y seáis mis discípulos” (Jn 15,8).
¿Cómo podemos permanecer en Cristo? La primera carta de Juan, dentro de esta
tradición joánica, ayuda a entender mejor el panorama. Obviamente, ante el
desarrollo de las comunidades cristianas y recurriendo a un lenguaje mucho más
cercano a nuestro pensamiento occidental empieza a hablar en términos más
conceptuales, pero en cierto sentido, manteniendo ese sentido bíblico semítico.
Marca una distinción en el amar: no solo debe quedarse en el hablar, en el ámbito
de la palabra sino que debe llegar a plasmarse en las obras y en la verdad (1 Jn
3,18). Introduce el lugar donde se gesta esta verdad: nuestros corazones (kardian
emon); que para el lenguaje bíblico es la sede de las decisiones más importantes;
obviamente, allí donde solo puede entrar uno y definitivamente Dios. Pero es allí
mismo, donde hasta podemos sentirnos traicionados y hasta sentirnos condenados
por nosotros mismos; pero desde Cristo, hay una verdad que nos ayuda a superar
esta realidad de incomprensión y desazón: tenemos libertad plena (parresían),
confianza total en Dios (1 Jn 3,21). Justamente, allí en el corazón, se mantienen
vivo el deseo de confiar y hacer lo que le agrada a Dios.
La clave del “permanecer en Cristo” se resume en esta exhortacin en el recuerdo
del precepto fundamental de la vida del cristiano y, atencin en ello: “que creamos
en el nombre de su hijo Jesucristo y que nos amemos los unos a los otros” (1Jn
3,23). Esta es una notable marca joánica y es que no es simplemente una cuestión
de sentimientos y afectos humanos; es algo que viene desde la vid y que hace
posible que todos los sarmientos puedan producir mucho fruto. Es desde Cristo
donde este precepto del amor cobra sentido. Y esto lo hacemos porque es su
Espíritu el que pulula en nosotros como la savia que transmite la vida a todos los
sarmientos de la vid.
Es esto lo que intentó vivir la primera comunidad cristiana y como la intentamos
vivir en nuestro tiempo reflejado en los Hechos de los apóstoles. Fíjense como se
hace necesario apelar al discernimiento del Espíritu desde la propia experiencia de
Saulo o Pablo y lo que estaba ocasionando en las comunidades de Jerusalén
sobresaltados ante su predicación; cómo se pasa a entender esa profunda
experiencia del camino a Damasco; cómo a pesar de los riesgos que corre su vida
las comunidades viven la paz y la aceptación de las inspiraciones del Espíritu en sus
decisiones.
Hermanos, este es “el medio” y, resulta ser muchas veces el más difícil, para
asegurarnos que estamos unidos a la vid: dejarnos guiar por el Espíritu. Cuando
nos olvidamos que todos somos discípulos, empiezan los problemas. Solos no
vamos a hacer nada. Impidiendo que el espíritu haga lo suyo quizá estaremos allí
pero no produciremos fruto y luego; pues el ejemplo está
claro; tendremos que ser podados una y otra vez. Pero cuidado; no esperemos a
que nos sequemos. Ese no es el camino del discípulo. Cuesta dejar nuestros
pareceres; molesta escuchar los pareceres de los demás; nuestras pasiones nos
traicionan y desvirtuamos las inspiraciones del Espíritu. De esto se puede hablar
mucho, pero lo cierto es que jamás el Espíritu dejará de correr cual savia en la vid.
Afirmamos que somos de la verdad; no nos quedemos en las palabras; afirmamos
que somos los sarmientos de la vid que es Cristo, no permitamos que nos
sequemos; afirmamos que sin él no podemos hacer nada; qué hacemos dejándonos
llevar por nuestros deseos.
Es tiempo de Pascua pero es también tiempo del Espíritu. Menos mal que hoy como
ayer haya voces como la de Gamaliel: “si es asunto de hombre esto se destruirá; si
es asunto venido de Dios no podréis destruirlo no sea que os encontréis luchando
contra Dios” (Hech 5,38-39).
Cristo resucitado es la vid y en él tenemos vida y amor para darlo fecundamente.
Hagamos vida de discípulo y dejémonos remover por las inspiraciones del Espíritu.
Así, unámonos a “quienes alaban al Seor, los que lo buscan, y viva su corazn por
siempre”.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)