VI Domingo de Pascua, Ciclo B
Buena noticia
Padre Pedrojosé Ynaraja
“Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría
llegue a plenitud” son maravillosas palabras del texto evangélico, que se proclama
en la misa de este domingo. Pese a ser bonitas, el original se expresa todavía
mejor. Las lenguas romances y germánicas, conservan un término que, sin perder
humanidad, expresan una felicidad más plena, profunda y superior, que la pura
alegría. El castellano es excepción. En catalán es joia, en francés joie, en italiano
gioia, en ingles joy. Es el júbilo de los místicos, o la dicha de los poetas, expresado
en lengua española. Me he entretenido en esto, porque si no sabemos a donde
aspiramos llegar, será imposible que encontremos la meta. Vivimos en un mundo
lleno de entretenimientos, de jolgorios y juergas, de risas y alborozos. Unos creen
que la satisfacción plena la encontrarán en los juegos digitales, en las
competiciones deportivas, en los conciertos pop multitudinarios. Más pronto o más
tarde, quien se entrega a ellos del todo a ellos, se siente insatisfecho. Y si
desespera de encontrar la felicidad que su interior ansía, busca satisfacción en el
sucedáneo de la droga, que, perdóneseme la exageración, es un suicidio a plazos.
He dedicado un párrafo largo al significado de una palabra, mis queridos jóvenes
lectores, porque me encuentro a veces con chicos o chicas que les ha
entusiasmado el tenis, montar a caballo, jugar al futbol, o a baloncesto. Sin
decírselo sinceramente a sí mismos, o a los demás, lo que aspiraban es a triunfar y
creían que venciendo en competiciones, serían felices. Pero en la Copa Davis
participan muy pocos, otro tanto en las “champions ligue” o en la NBA. Les cuesta
reconocer que no era jugar lo que les interesaba, sino llegar a satisfacer su vanidad
y, al no conseguirlo, se sienten frustrados. La Fe cristiana, la colaboración con
Jesucristo, que se convierte en amigo íntimo, troca la vulgaridad cotidiana, en una
apasionante aventura.
La segunda lectura se refiere también al amor como valor supremo. Este párrafo lo
he escuchado proclamar en celebraciones matrimoniales. Queda muy bonito, parece
apasionante, pero generalmente se ignora lo que el texto revelado dice. La carta de
San Juan se escribió en lengua griega y en este idioma, el concepto amor, se
matiza expresándolo en tres palabras diferentes. Se habla de “filo” cuando se
refiere a una afición, al compañerismo o a la simpática amistad. De “eros” cuando
está pensando en un amor matrimonial, de cuerpo, espíritu y alma. De “agape”
cuando expresa el amor de Dios, o Caridad. Este último sentido es el que tiene el
párrafo que leemos hoy. Ya sé que caridad suena a conmiseración, a compasión, a
don altruista y generoso, a veces humillante, y por eso os lo he puesto ahora con
minúscula. La Caridad que habla San Juan, nos une íntimamente a Dios, nos hace
divinos y la felicidad entonces cobra dimensiones supremas. (seguramente tantas
parejas que acuden a la iglesia, si supieran el sentido del párrafo, no lo escogerían.
O lo pensarían seriamente y su unión duraría siempre)
Nos acercamos a la fiesta de Pentecostés y os recomendaría que el episodio que
resume la primera lectura, lo leyerais completo, es precioso. Pedro estaba por
tierras cercanas a la actual Tel Aviv. Por allí resucitó a una generosa y buena
modista llamada Tabita (este nombre significa gacela). Se alojaba en casa de
Simón curtidor, en la actual Joppe, hoy un barrio de la capital, convertido en
estudio, exposición y venta de trabajos de artistas pintores y ceramistas. En su
puerto, se embarcó el profeta Jonás, empeñado en irse a Tarsis, cuando la voluntad
de Dios es que fuera a Babilonia. El buen Apóstol Pedro, tuvo una enigmática visión
en aquella casa, que le dejo perplejo. Pronto salió de dudas, al presentarse los
enviados del centurión Cornelio. Me he paseado bastantes veces por esta barriada,
acostumbra a ser la última población que uno visita antes de coger el avión, de aquí
que se mueva uno displicente y curioso. Tratar de encontrar la casa de Simón es
imposible. Un vecino afirma, sin fundamento, que es la suya y pretende cobrar
entrada, nunca la he visitado. Reconozco que lo paso bien, subiendo y bajando por
sus empinadas y estrechas calles.
La escena del párrafo de hoy ocurre en Cesarea, la que está junto al mar. Si en la
antigüedad era importante puerto y residencia del gobernador romano, fue cuna de
una comunidad. Me atrevería a afirmar que allí apareció el primer germen de una
universidad cristiana, lugar de decisiones importantes e investigaciones históricas y
teológicas (estoy recordando a Eusebio, que sentó cátedra en algún lugar de la
extensa población). Si un día, mis queridos jóvenes lectores, tenéis la suerte de
visitarla, admiraréis su acueducto, sus colosos, sus ruinas de templos romanos y
murallas cruzadas, su puerto y su playa. Hay que cerrar los ojos para recordar,
contemplando la escena de la lectura de hoy, que aquí ocurrió la primera apertura
del mundo cristiano-judío, a la realidad romana, hacia los confines del mundo,
como lo deseo el Maestro antes de partir. Aquí la inicial comunidad puramente
jerosolimitana, empezó a ser católica, es decir, universal.
El párrafo que leemos hoy, nos indica también alegremente, que Dios a veces se
salta esquemas preconcebidos. Dicho chuscamente, aquella comunidad reunida en
torno a Cornelio, recibió la Confirmación, antes de bautizarse. Vaya un buen lío que
le armó el Señor al buen Pedro, que hubo de explicarse con detalle, justificando su
atrevimiento, cuando regresó a Jerusalén. Pero aquellos primeros discípulos, sin
cursos de catequesis, lo aceptaron. No os dé miedo, mis queridos jóvenes lectores,
a ser fieles al Evangelio, aunque choque con las costumbres burguesas, que todo
quieren regularlo y que tal vez sean las de vuestros padres, monitores y hasta
sacerdotes, respetadlos a ellos, ero a lo mejor no debéis seguir su proceder.