Ciclo B. VI Domingo de Pascua, Ciclo B.
Antonio Elduayen, C.M.
Queridos amigos
La parábola de la viña y los sarmientos (Jn 15, 1-17), nos hizo ver en su primera
parte (Jn 15, 1-8), la importancia de la unidad, la necesidad que tenemos de vivir
unidos con Cristo y entre nosotros, como los sarmientos de una vid. En su segunda
parte (Jn 15, 9-17), nos muestra hoy la importancia de la caridad, la necesidad que
tenemos de permanecer en el amor del Señor (= dejarnos querer por Él) y de
amarnos los unos a los otros. Lo que Jesús elevó al rango de mandamiento, siendo
el único mandamiento que nos dio en su vida: que nos amemos unos a otros como
Él nos amó (Jn 15, 12).
Para Jesús la unidad y la caridad están tan relacionadas, que no se conciben la una
sin la otra. Se exigen mutuamente. No hay caridad verdadera si no nace de y lleva
a la unidad (de los que dicen quererse), y no hay unidad verdadera si no nace de y
lleva al amor (de quienes dicen vivir unidos). Para Jesús, la caridad es el otro
nombre de la unidad, la otra cara de la unidad. ¿Lo es también para nosotros? Sí
tenemos un alto concepto de la caridad, a la que llamamos la reina de las virtudes.
Pero ¿cuán alto es nuestro concepto y cuánta importancia damos a la unidad? La
unidad, la unión, el vivir unidos, ¿es lo máximo para nosotros? ¿Nuestra máxima
preocupación?
Cuando uno falta a la caridad, pide perdón y se confiesa rápido. Lamentablemente
no pasa lo mismo con las faltas contra la unidad y somos capaces de vivir
desunidos, (ignorándonos, evitándonos, sin hablarnos, etc.) e ir a comulgar como si
nada hubiera pasado. Olvidando que la condición indispensable para comulgar es
vivir en la paz y la unidad, tal como lo rezamos en la misa con la oración de
preparación inmediata para la comunión. Podremos hacer mil cosas buenas como
preparación a la comunión, pero la requerida es que vivamos en paz y en unión
(con Dios, con nosotros mismos y con los demás). Eso y cumplir con el
mandamiento del amor al prójimo que es la condición y garantía del amor que
Jesús y el Padre Dios habrán de tenernos (Jn 15,10).
A quien cumple y vive el mandamiento de la unidad y la caridad, Jesús le promete
grandes bendiciones. Ante todo la de compartir su alegría, una alegría plena que lo
llena y desborda, no obstante la cruz que lleva a cuestas. Luego, la de ser sus
amigos, no sus servidores sino sus amigos. Simplemente porque le nace querernos
y brindarnos su amistad, más allá de cualquier consideración. No fueron ustedes los
que me eligieron, dirá a sus apóstoles, sino que fui yo quien los eligió a ustedes. Es
su iniciativa, gratuita y generosa… hasta dar su vida por los amigos. Está también
la de garantizarnos que Dios nos concederá cuanto le pidamos en su nombre, pues
Dios es su Padre.
En términos de Aparecida, la parábola nos pide ser discípulos misioneros. Discípulos
porque vivimos unidos en Cristo; y misioneros porque debemos dar frutos en
abundancia..
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)