VIERNES DE LA QUINTA SEMANA DE PASCUA: Jesús nos da la ley del amor
fraterno
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Éste es el mandamiento mío: que os
améis los unos a los otros como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que
el que da su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os
mando. No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a
vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he
dado a conocer. No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido
a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto
permanezca; de modo que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo
conceda. Lo que os mando es que os améis los unos a los otros» (Jn 15,12-17).
1. Jesús, en la intimidad del Jueves santo reunido con sus discípulos, les
confía “un nuevo mandamiento”: «Que os améis los unos a los otros como yo os
he amado»: es la ley del amor, con una medida, es como si nos dijera: “como me
habéis visto hacer a mí y como todavía me veréis hacer”. Jesús, el amigo, nos
anima a propagar ese amor. Jesús, nos has dado la medida del amor: como tú
nos has amado… me enseñas que amar mucho es “dar la vida”. Te doy gracias
porque nos enseñas el modelo de amor para los esposos que se entregan uno al
otro, y sienten la responsabilidad de ser padres; modelo de los misioneros que
llevan el Evangelio por el mundo; de los religiosos, sacerdotes y obispos, de los
laicos en medio del mundo… Que aprenda, Señor, lo que has dicho un poco
antes: «si el grano de trigo no cae en tierra y muere queda él solo; pero si muere
da mucho fruto» (Jn 12,24). Tú me invitas a morir a mis cosas, para vivir en una
entrega a los demás. Pienso que amar es participar de ti, Dios mío; cuanto más
sea tuyo, más podré querer, pues amar debe de ser tener “un cachito” de Dios en
mí. Que sepa atender las necesidades de los demás, Señor.
2. “Señor, ¿por qué llamas nuevo a este mandamiento?”, se preguntaba
san Josemaría, pues de amor al prójimo se habla en el Antiguo Testamento, pero
Jesús pide más: “Yo os pido más: amad a vuestros enemigos, haced el bien a los
que os aborrecen y orad por los que os persiguen y calumnian”. “Tú nos
revelaste la medida insospechada de la caridad: como Yo os he amado. ¡Cómo
no habían de entenderte los Apóstoles, si habían sido testigos de tu amor
insondable!
”El anuncio y el ejemplo del Maestro resultan claros, precisos. Ha
subrayado con obras su doctrina. Y, sin embargo, muchas veces he pensado que,
después de veinte siglos, todavía sigue siendo un mandato nuevo, porque muy
pocos hombres se han preocupado de practicarlo; el resto, la mayoría, ha
preferido y prefiere no enterarse. Con un egoísmo exacerbado, concluyen: para
qué más complicaciones, me basta y me sobra con lo mío. No cabe semejante
postura entre los cristianos. Si profesamos esa misma fe, si de verdad
ambicionamos pisar en las nítidas huellas que han dejado en la tierra las pisadas
de Cristo, no hemos de conformarnos con evitar a los demás los males que no
deseamos para nosotros mismos. Esto es mucho, pero es muy poco, cuando
comprendemos que la medida de nuestro amor viene definida por el
comportamiento de Jesús (…). El principal apostolado que los cristianos hemos
1
de realizar en el mundo, el mejor testimonio de fe, es contribuir a que dentro de
la Iglesia se respire el clima de la auténtica caridad”.
Jesús, a veces me pregunto: ¿hasta dónde tengo que amar, perdonar? Y tú
me das el nivel: como tú nos has amado… hasta dar la vida: «Nadie tiene amor
más grande que el de dar uno la vida por sus amigos.» Cuando pienso en mis
derechos de manera desmesurada, y se me mete el orgullo, me quedo solo, y
triste porque hago daño a los demás; pero cuando sigo tu mandato, soy
generoso y todos estamos felices. Dame tu humildad y sencillez para servir a los
de mi familia, mis amigos, las personas que me rodean.
También quiero aprender, Jesús, a ver que no soy yo el que merezco la
salvación, como bien dices: «No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os
he elegido a vosotros.» Me has elegido porque me amas, y por eso me ha creado
Dios contigo, con tu amor; me has dado dones para que los emplee en seguir
haciendo el bien como tú lo haces en mí, si me dejo, y así doy fruto: «el treinta
por uno, el sesenta por uno, y el ciento por uno» (Mt 4,8).
«Os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto
permanezca.» ¿Qué fruto permanece? La santidad, apostolado, trabajo bien
hecho, servicio a los demás.
3. Señor, que dé yo también frutos de amor... que sepa vivir con obras
este mandamiento nuevo, tu testamento, Jesús. Que con tu ayuda sepa amar a
los demás, servir, ayudar, comprender, disculpar... Que no quiera ser yo el
centro de todo. Como decía Tagore: "Dormía y soñaba que la vida era alegría.
Desperté y vi que la vida era servicio. Empecé a servir y comprobé que el
servicio era alegría". Que sepa abrir los ojos a los demás, a sus virtudes: "Sólo
serás bueno, si sabes ver las cosas buenas y las virtudes de los demás" (san
Josemaría). Que sepa manifestar ese amor en el uso de la lengua, Jesús, pues
criticar es muy fácil, como lo es destruir con una pedrada la vidriera espléndida
de una catedral, pero es difícil recomponerla, como también lo es el honor de
alguien por maledicencias... Que sepa construir,
edificar, que es tarea de artistas...
Vemos hoy la conclusión de aquel primer
Concilio de Jerusalén, con una parte doctrinal y una
parte de normas variables. Lo importante no es tanto
lo que hacemos los hombres, sino lo que Dios hace en
la historia. “El Espíritu Santo y nosotros”…, dicen. Y
todo basado en el amor, que hacía decir a los
paganos, al verles: “¡mirad cómo se aman!” Ahí
tenemos un punto bien concreto para nuestro
examen: ¿los demás pueden decir de nosotros que
destacamos -los cristianos- porque amamos a los
demás, porque servimos?...
No es que amemos nosotros, es que Dios nos ha amado primero. “La
caridad no la construimos nosotros; nos invade con la gracia de Dios: porque Él
nos amó primero. Conviene que nos empapemos bien de esta verdad
hermosísima: si podemos amar a Dios, es porque hemos sido amados por Dios.
Tú y yo estamos en condiciones de derrochar cariño con los que nos rodean,
porque hemos nacido a la fe, por el amor del Padre. Pedid con osadía al Señor
este tesoro, esta virtud sobrenatural de la caridad, para ejercitarla hasta en el
2
último detalle”, sigue diciendo san Josemaría; algo tan bonito como la palabra
“caridad” se ha malogrado a veces: “Expresaba bien esta aberración la resignada
queja de una enferma: aquí me tratan con caridad, pero mi madre me cuidaba
con cariño”.
Los matices de Jesús son entrañables: «os llamo… amigos». Hemos pasado
del “permanecer” en Él, a amarse unos a otros. Esta “ley de amor” sustituye al
temor de los siervos; es “ley de gracia” (por el Espíritu Santo); “ley de libertad”
porque “nos hace pasar de la condición del siervo «que ignora lo que hace su
señor», a la de amigo de Cristo, «porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he
dado a conocer»” (Catecismo, 1972). «Si el Señor te ha llamado «amigo», has de
responder a la llamada, has de caminar a paso rápido, con la urgencia necesaria,
¡al paso de Dios! De otro modo, corres el riesgo de quedarte en simple
espectador» (S. Josemaría, Surco 629).
«Porque todo lo que oí de mi Padre os lo he dado a conocer.» ¡Gracias,
Señor, porque me das a conocer tantas cosas! Gracias por la maravilla que nos
das, de concedernos todo lo bueno: «todo lo que pidáis al Padre en mi nombre
os lo concederá.» Todo lo que está en el Padrenuestro quiero pedirte ahora,
Señor: “Padre, te pido más corazón, para corresponder al amor que me tienes; te
pido más fortaleza, para no conformarme con «ir tirando», sino que me ponga a
luchar en serio en el camino de la santidad; te pido más generosidad, para saber
dar la vida por Ti y por los demás como ha hecho Jesús; te pido más lealtad,
para no traicionar la amistad que Jesús me ha dado, rechazando el pecado con
todas mis fuerzas; te pido más vibración apostólica, para que sepa dar ejemplo y
hablar de Ti a mis familiares y amigos: para dar fruto, y que ese fruto
permanezca” (P. Cardona).
Canta el salmo la confianza en el Señor, y así como se avecina la aurora a
medida que pasa la noche, así la salvación se acerca en la tribulación: “Mi
corazón está firme, Dios mío…” el orante está esperando que despunte el alba,
para que la luz venza la oscuridad y los miedos… “Te daré gracias ante los
pueblos, Señor… por tu bondad que es más grande que los cielos, por tu
fidelidad que alcanza a las nubes» (Salmo 57/56,8-12).
Llucià Pou Sabaté
3