Ni sobre Dios hay señor, ni sobre sal hay sabor.
Domingo de la Ascensión del Señor.
Las ascensiones de los hombres muchas veces implican el encumbrarse a costa de
los demás, demeritando su propia valía. todo con el fin de sobresalir y destacar.
No sucedió así con la Ascensión de Cristo a los cielos, que no significó sino el triunfo
de todos los hombres, porque él es el primero de todos ellos e hizo de su vida una
entrega y una donación total, para que en una condición digna de hijos de Dios
todos pudiéramos ocupar un lugar cerca del Buen Padre Dios. Nada de
encumbrarse sobre los demás, nada de embarrar a nadie, todos tras de Cristo a la
conquista de ese lugar que ya de por sí nos consiguió con su muerte y con el triunfo
de su Resurrección, concedida por el mismo Padre Dios que se gozó en ver a su
Hijo como cabeza de la humanidad, presidiendo esa marcha siempre ascendente,
que no terminará hasta que el último de los mortales ya haya llegado a la casa del
Padre y comenzar así la última y definitiva etapa de la salvación obrada por Cristo
desde su misma Encarnación.
Hoy nos alegramos con Cristo que triunfa, que sube, no para alejarse de nosotros,
sino para permanecer más cerca de los suyos, alentando esa etapa de
evangelización que ahora le toca a la Iglesia como fiel colaboradora y esposa del
Señor. Ella guía, impulsa, y alienta la marcha del pueblo peregrino. Los apóstoles,
en la Ascensión del Señor no sabían que actitud tomar y hubo necesidad de que los
mismos ángeles los alentaran a dejar ya su ensimismamiento y comenzar con todas
sus ganas, con todas sus fuerzas, y sobre todo con la presencia vivificante de su
Espíritu que les impulsaría a ir llenando los ambientes, los corazones y las
instituciones de Cristo Jesús hasta hacer de nuestro mundo una morada digna de
los hijos de Dios en camino hacia la Casa, hacia el Reino de los cielos.
Cristo mismo está abogando y capacitándonos a todos los fieles, “a fin de que
desempañando debidamente su tarea, construyan el cuerpo de Cristo”, pues no se
vale ya más gente floja, los cristianaos tienen que estar en primera línea,
desterrando la pobreza y la inseguridad de los hogares y de las calles de los
hombres, “hasta que todos lleguemos a estar unidos en la fe y en el conocimiento
del Hijo de Dios”, recordemos que con toda buena voluntad de la Iglesia, cuatro
quintas partes de nuestra humanidad aún permanecen en la oscuridad de la fe y
Cristo quiere que todos los hombres sean encendidos con su luz, con su alegría y
con su paz, y “lleguemos a ser hombres perfectos”, pues Cristo mismo lo pide:
“sean perfectos como mi Padre celestial es perfecto”, y esto es para tomarse en
serio si queremos un mundo mejor donde podamos desarrollarnos como personas
que se precian unas de otras, para que finalmente, “alcancemos en todas sus
dimensiones la plenitud de Cristo”. La plenitud de Cristo, el triunfo, el gozo de una
humanidad que se ve ya completa, para la que habrán pasado las debilidades, las
incomprensiones, las burlas, las mofas, para dar lugar a un “solo Señor, una sola
fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que reina sobre todos, actúa a
través de todos y vive en todos”.
Felicidades mil y mil a Cristo en el triunfo de su Resurrección, donde vamos todos
incluidos en camino a la presencia del Buen Padre Dios.
El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera sus comentarios en
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