Solemnidad de la Ascensión del Señor, ciclo B.
¿Dónde está Jesús? ¿Dónde están los cristianos?
Estimados hermanos y amigos:
Jesús fue humilde entre los humildes cuando vivió en Palestina. Nació en el seno
de una familia humilde, y, durante los años que vivió, fue un pobre más entre los
pobres. Nuestro Señor vino al mundo a realizar una gran obra, y, aunque se
manifestó como enviado de Dios, pues "pasó por todas partes haciendo el bien y
curando a todos los que padecían oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con
él" (CF. HCH. 10, 38), pocos fueron los que se percataron de quién es Nuestro
Redentor, porque jamás intentó llamar la atención, para que se le reconociera como
un gran personaje.
Jesús predicó el Evangelio intentando que sus oyentes reconocieran la grandeza
de Nuestro Santo Padre, con quien se siente plenamente identificado. Esta es la
razón por la que Nuestro Salvador dijo en cierta ocasión:
"El Padre y yo somos uno" (JN. 10, 30).
A pesar de ser consustancial a Nuestro Santo Padre y al Espíritu Santo, Jesús
reconocía su grandeza, en cuanto vivía plenamente identificado con el Padre. Jesús
se sentía realizado plenamente, no por los logros que alcanzaba, sino por cuanto
cumplía cabalmente la voluntad de Nuestro Creador. Esta es la razón por la que el
Señor decía:
"-Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra
de salvación" (JN. 4, 34).
"-Cuando levantéis en alto al Hijo del hombre (cuando yo sea crucificado),
entonces reconoceréis que "yo soy el que soy" (reconoceréis que soy Dios) y que no
hago nada por mi propia cuenta; solamente enseño lo que aprendí del Padre" (JN.
8, 28).
Los primeros cristianos eran conscientes de que no podían interpretar la Palabra
de Dios desde el punto de vista de la lógica humana. Ellos estaban convencidos de
que Jesús había resucitado de entre los muertos, y, aunque la mayoría de los tales
no vieron físicamente al Hijo de Dios y María, se adaptaban al cumplimiento de la
voluntad divina, porque estaban convencidos de que Nuestro Redentor formaba
parte de su vida, y de que se manifestaba al mundo por su mediación.
Entre muchos hijos de la Iglesia primitiva surgió la creencia de que el mundo no
tardaría mucho tiempo en acabarse, y por ello vivían intentando ser miembros del
futuro Reino de Dios, cuya instauración entre los cristianos creían muy cercana.
Conforme pasaban las décadas, y nuestros antepasados en la vivencia de la fe que
profesamos sobrevivieron a periodos de persecuciones intensas por parte de judíos
y romanos, vieron que no acontecía el retorno de Jesús, y que por ello sus
interpretaciones del fin del mundo deberían tener un sentido diferente al que le
habían atribuido desde que fue fundada la Iglesia madre de Jerusalén. el hecho de
que no acontecía la Parusía del Señor, y de que muchos cristianos eran torturados y
asesinados, atentó contra la fe de muchos creyentes, los cuales empezaron a
cuestionarse la Resurrección de Jesús, y la presencia del Señor en su Iglesia, que
muchos consideraron que era producto de la mente humana.
Quizá nos cuesta creer que Jesús se hizo pobre rechazando la oportunidad de ser
rico, que la mayoría de sus seguidores fueron extremadamente humildes porque el
Señor no comulgó con la ideología de quienes explotaban inmisericordemente a los
más necesitados, que renunció a formar una familia y se consagró a la predicación
del Evangelio para demostrarnos que Dios existe realmente y nos ama, que
renunció a su vida para poder realizar plenamente la misión de redimirnos con que
vino al mundo, que venció a la muerte, y permanece en la presencia de Nuestro
Santo Padre, al mismo tiempo que se manifiesta en la vida de sus creyentes, lo cual
se demuestra, por las obras benéficas que llevan a cabo los miembros de la Iglesia,
que se esfuerzan para conseguir que su vida sea un reflejo del Ministerio divino del
Hijo de Dios y María.
A pesar de la dificultad que podemos tener para creer en Dios al intentar adaptar
los misterios de la fe que profesamos a la lógica humana, Jesús nos dice:
"Si no entendéis lo que yo digo, es sencillamente porque no queréis aceptar mi
mensaje" (JN. 8, 43).
Desde nuestro punto de vista humano, no podemos comprender los misterios
divinos, lo cual no debe servirnos de excusa, para no trabajar en la conversión del
mundo en una sociedad familiar, en que desaparezcan las barreras de la falta de
solidaridad y desconfianza. Quizá no nos valoramos teniendo en cuenta la conducta
que observamos, sino las riquezas que hemos conseguido. En la Biblia se nos insta
a considerar el ejercicio de la caridad cristiana como nuestro mayor tesoro, de
hecho, si todos nos amáramos como hermanos, el mundo sería muy diferente.
La grandeza de la fe que profesamos, no solo se demuestra orando. Es cierto que
si no oramos no tenemos fe en Dios, pero, si oramos, y no hacemos el bien, no
vivimos como cristianos, sino como quienes practican técnicas de relajación, para
reducir su estrés. Esta es la causa por la que San Juan nos instruye, en los
siguientes términos:
"Por nuestra parte, sabemos que Dios nos ama, y en él hemos puesto nuestra
confianza. Dios es amor, y quien ha hecho del amor el centro de su vida, vive en
Dios y Dios vive en él... Si alguno viene diciendo: "Yo amo a Dios", pero al mismo
tiempo odia a su hermano, es un mentiroso. ¿Cómo puede amar a Dios, a quien no
ve, si no es capaz de amar al hermano, a quien ve?" (1 JN. 4, 16. 20).
San Pedro, siendo consciente de que muchos se reían de los cristianos que
seguían creyendo en Jesús, a pesar de que no acontecía la segunda venida del
Salvador de la humanidad a concluir la instauración de su Reino en el mundo,
escribió en su segunda carta:
"De cualquier modo, queridos hermanos, hay una cosa que no debéis olvidar:
que, para el Señor, un día es como mil años, y mil años como un día. (Dios no está
sometido al tiempo como nuestra corta vida, y por ello actuará cuando lo considere
oportuno). No es que el Señor se retrase en cumplir lo prometido, como algunos
piensan; es que tiene paciencia con vosotros, y no quiere que ninguno se pierda,
sino que todos se conviertan" (2 PE. 3, 8-9).
Si vemos de una forma positiva el hecho de que Dios no haya concluido la
instauración de su Reino en el mundo, nos percatamos de que aún nos es posible
creer en El, lo cual significa que tenemos tiempo para reparar el mal que hayamos
podido hacer, con el fin de equiparar nuestra vida a la existencia de Jesús, para que
el Señor pueda manifestarse al mundo por nuestro medio, y nuestro ejemplo de
bondad infinita, haga que muchos no creyentes, se acerquen a la Iglesia, cuya
misión consiste en evangelizar a la humanidad.
Desgraciadamente, aún hay mucha gente que espera que este mundo sea
destruido, para poder vivir en el Reino de Dios. Han surgido religiones que se dicen
cristianas, que enseñan a sus seguidores a odiar a quienes no son sus adeptos. Los
primeros cristianos, al ver que no acontecía la segunda venida de Jesús al mundo,
comprendieron que la Iglesia de que formaban parte es el Reino espiritual de Dios,
lo cual no es contrario a la espera de la conversión del mundo en el Reino
mesiánico, y nos estimula a trabajar en la viña del Señor, como si la santificación
de la humanidad dependiera de nuestra actividad cristiana. Esta es la causa por la
que San Pablo les escribió a los cristianos de Tesalónica:
"En cuanto a la venida gloriosa de nuestro Señor Jesucristo y al momento de
nuestra reunión con él, una cosa os pedimos, hermanos: no perdáis demasiado
pronto la cabeza ni os dejéis impresionar por revelaciones, rumores o supuestas
cartas nuestras. ¡Nada de eso debe haceros suponer que el día del Señor sea
inminente!" (2 TES. 2, 1-2).
Aunque ignoramos cuándo concluirá Jesús la instauración de su Reino en el
mundo, debemos creer el mensaje contenido en el siguiente texto lucano.
"Habiéndole preguntado los fariseos cuándo llegaría el Reino de Dios, les
respondió: «El Reino de Dios viene sin dejarse sentir. Y no dirán: "Vedlo aquí o
allá", porque el Reino de Dios ya está entre vosotros."" (LC. 17, 20-21).
El Reino de Dios no ha sido plenamente instaurado en la tierra, porque aún no
han sido evangelizados todos los que han sido destinados a ser santos, pero la
conversión del mundo en el Reinado divino, es una gran obra que está siendo
llevada a cabo, desde que Jesús fue ascendido al cielo, y, como Hombre, alcanzó la
realeza divina, que siempre lo ha caracterizado, porque es Dios.
El Reino de Dios se manifiesta en el mundo según hemos recordado al leer LC.
17, 20, y, al mismo tiempo, es una realidad que no se hace sentir
estrepitosamente. En el mundo se llevan a cabo muchas buenas obras, y hay
quienes oran muchas horas, y no necesitan publicitarse, para sentirse motivados a
ser buenos cristianos, recibiendo el aplauso de los hombres.
El Reino de Dios es militante. Muchos cristianos intentamos matar a los hombres
y mujeres viejos que habitan en nuestro ser, con el fin de asemejarnos a Cristo.
El Reino de Dios aún es purgante, porque muchas son las almas que esperan ser
plenamente santificadas, para poder ser una sola cosa con el Dios Uno y Trino.
El Reino de Dios es triunfante, porque son muchas las almas que están en la
presencia de Nuestro Santo Padre, alabándolo gustosamente, porque han
comprendido que están llevando a cabo el propósito para el que fueron creadas.
¿Cómo podemos experimentar la presencia de Jesús en nuestra vida y en el
mundo los miembros de la Iglesia militante?
Jesús resucitado se le apareció a María Magdalena, y ella no lo conoció, hasta que
la llamó por su nombre.
"Jesús le preguntó: -Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién estás buscando? Ella,
creyendo que era el jardinero, le contestó: -Señor, si te lo has llevado tú, dime
dónde lo has puesto y yo misma iré a recogerlo. Entonces Jesús la llamó por su
nombre: -¡María! Ella se volvió y exclamó en arameo: -¡Rabboní! (que quiere decir
"Maestro"). Jesús le dijo: -No me retengas, porque todavía no he ido a mi Padre;
anda, ve y diles a mis hermanos que voy a mi Padre, que es también vuestro
Padre; a mi Dios, que es también vuestro Dios" (JN. 20, 15-17).
María confundió a Jesús con un hortelano. Si no conocemos profundamente el
Evangelio predicado por el Señor, ni somos conscientes de que El murió para
demostrarnos que Dios nos ama, no podremos valorar suficientemente al Mesías.
¿Somos capaces de hacer el bien por amor a nuestros prójimos los hombres,
evitando llamar la atención?
¿Hacemos el bien por amor a Dios y a sus hijos, o actuamos intentando que los
hombres aplaudan nuestras buenas obras?
Jesús fue confundido por María con un hortelano. Cuando estaba entre sus
seguidores, Jesús no se distinguía de sus creyentes, aunque destacaba por su
ciencia y las obras que realizaba, no para ser estimado sobremanera, sino para
cumplir la voluntad de Nuestro Padre celestial.
María conoció a Jesús cuando el Señor la llamó por su nombre. Para los judíos, el
hecho de saber el nombre de alguna persona, equivalía a tener un conocimiento
pleno sobre la misma.
¿Le confesamos nuestra vida a Jesús, y le pedimos que nos santifique por medio
del Espíritu Santo?
¿Conocemos a Jesús y lo consideramos como el mejor de nuestros amigos?
¿Actuamos siempre tal como lo haría Jesús si viviera nuestras circunstancias?
María quería experimentar la presencia de Jesús tal como lo hizo antes de que el
Señor fuera entregado por Judas a sus enemigos, y Nuestro Redentor le dijo que,
aunque no estaría con ella físicamente, podría experimentar su presencia en la
comunidad creyente, predicando constantemente al Padre de Jesús y de los
cristianos, al Dios de Nuestro Salvador y los seguidores del Redentor de la
humanidad, de hecho, María Magdalena, -la primera misionera del Resucitado-,
cumplió puntualmente el encargo del Mesías.
Jesús Resucitado se les apareció a sus discípulos, con la excepción de Tomás, que
no estaba con sus hermanos de fe. Dado que Tomás no vio al Señor Resucitado, no
podía creer que su Maestro estaba vivo. Antes de que finalizara el siglo I de la era
cristiana, muchos creyentes querían ver a Jesús físicamente para poder creer en el
Señor. Esta fue la razón por la que Nuestro Salvador le dijo a Tomás las siguientes
palabras, que San Juan escribió en su Evangelio en el citado tiempo, para
demostrarnos que a Jesús no podemos verlo físicamente, pero sí podemos
experimentar su presencia entre nuestros hermanos de fe:
"Después dijo (Jesús) a Tomás: -Trae aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu
mano y métela en mi costado. Y no seas incrédulo, sino creyente. Tomás contestó:
-¡Señor mío y Dios mío! Jesús le dijo: -¿Crees porque has visto? ¡Dichosos los que
crean sin haber visto!" (JN. 20, 27-29).
Es importante pensar que Tomás no pudo creer en Jesús vagando perdido por el
mundo recordando al Señor y sufriendo pensando cómo se truncó el proyecto de su
Maestro, pero sí pudo hacerlo entre sus hermanos de fe, aquellos que, junto a El,
vivieron el apasionante Ministerio apostólico, que el mismo Jesús les encomendó.
Tomás no pudo tocar las llagas de Jesús porque el Cuerpo del Mesías Resucitado
es espiritual y por ello no está sometido al tiempo ni al espacio (recordemos que
Dios es ubicuo, es decir, está en todas partes), pero sí pudo recordar sus vivencias,
y pensar en las virtudes que adoptaron El y sus hermanos siguiendo al Señor, y en
los defectos que tenían que superar, tanto individual como colectivamente. ¿Cuál
fue el resultado de la citada visión de Tomás? el citado Apóstol del Señor, palpó con
sus manos la realidad de su comunidad, en la que, a pesar de los defectos que
tenían que superar sus miembros, se percató de que Jesús estaba presente, no
durante el tiempo que se prolongó la aparición del Mesías sobre la que estamos
meditando, sino siempre.
Gracias a San Juan Evangelista, los cristianos que vivieron al final del siglo I, y
quienes creemos en el Señor después de aquel tiempo, tenemos la oportunidad de
no vivir obstinados en ver a Jesús físicamente, pues estamos convencidos de que,
tal como les sucedió a los primeros cristianos, el Hijo de María se manifiesta en
nuestra vida santificándonos, y le vemos en el medio en que vivimos, porque su
Iglesia aún trabaja incesantemente para lograr que la humanidad sea santificada
por el Espíritu Santo, en la medida en que crea en el Hijo de Dios.
Si creemos que Jesús se manifiesta en nuestra vida y en el medio en que
vivimos, tenemos que eliminar las barreras que nos separan, con tal de
experimentar más plenamente la presencia del Señor. A modo de ejemplo de lo que
hemos de hacer, no solo debemos experimentar el perdón sacramental de nuestros
pecados, sino que debemos vivir perdonando y enseñando a quienes acepten creer
en el Evangelio a perdonar.
Jesús les dijo a sus discípulos cuando se les apareció en la noche del Domingo de
Resurrección:
"A quienes perdonéis los pecados, les quedarán perdonados; a quienes no se los
perdonéis, les quedarán sin perdonar" (JN. 20, 23).
Si nos han hecho daño, y no podemos evitar que nos ciegue el rencor, o
recordamos con amargura el dolor que nos han causado, ello significa que no
hemos aprendido a perdonar, y en nuestro corazón no pueden subsistir al mismo
tiempo el amor de Dios y el odio demoníaco. Si aprendemos a perdonar, el amor de
Dios será la llama que alimentará nuestro crecimiento espiritual, pero, si no
podemos eliminar el resentimiento, rechazaremos a Jesús, y nos impediremos
alcanzar la plenitud de la felicidad.
Poder es querer. Perdonemos, amemos y seamos felices. No vivamos
obsesionados esperando el castigo de quienes consideramos malos, porque los hijos
de Dios, no deben vivir del odio, ni enseñar a despreciar a quienes no comparten
sus creencias.
La Palabra de Dios tiene el poder de encender nuestro corazón para que
deseemos ser perfectos imitadores de Jesús. Recordemos las siguientes palabras de
los discípulos de Jesús, a quienes el Señor les interpretó los pasajes del Antiguo
Testamento en que se describen su vida, misión, Pasión, muerte, Resurrección y
glorificación:
"Se dijeron uno a otro: «¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros
cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?»" (LC. 24, 32).
Quienes huyeron desde Jerusalén a Emaús por miedo a las represalias que las
autoridades podían tomar contra los creyentes pensando que Jesús estaba muerto,
cuando comprobaron que el Mesías estaba vivo, volvieron a la ciudad santa durante
la noche, -cuando corrían más peligro de sufrir percances desagradables-, porque
no podían esperar a que amaneciera, para comunicarles a los creyentes su gozo,
con las siguientes palabras:
"Ellos, por su parte, contaron lo que había pasado en el camino y cómo le habían
conocido en la fracción del pan" (LC. 24, 35).
Mientras quienes estudian la Biblia discuten las posibilidades de que Jesús fuera
conocido por los discípulos de Emaús por celebrar la Eucaristía con ellos o por su
forma de partir el pan, nosotros pensamos que a Jesús se le experimenta en una
comunidad de hermanos, que medita constantemente la Palabra del Mesías, y que
celebra la Cena del Señor.
Uno de los discípulos de Emaús se llamaba Cleofás, pero el nombre del otro
permanece oculto. Cuando San Lucas escribió su Evangelio, los Apóstoles Pedro y
Pablo habían sido asesinados por causa de la fe que profesaban, y los cristianos
habían sido víctimas de grandes persecuciones, como lo fue, -a modo de ejemplo-,
la de Nerón. El relato de la ida de los discípulos de Jerusalén a Emaús, -es decir, el
abandono de la comunidad creyente-, y de su encuentro con Jesús, cuya presencia
experimentaron, y dieron fe de ello al regresar a Jerusalén, -esto es, al insertarse
nuevamente en la comunidad de hermanos en la fe de Jesús-, describe la
experiencia de fe de muchos creyentes. ¿Nos atrevemos a ser el compañero
anónimo de Cleofás?
¿Experimentamos a Jesús Resucitado en nuestra vida, en la Iglesia y en el medio
en que vivimos, y nos atrevemos a predicar esa realidad que marca positivamente
nuestra vida, tal como lo hicieron los discípulos de Emaús, a pesar del riesgo que
corrieron al regresar a Jerusalén durante la noche?
¿Cómo podemos creer en Dios?
¿Cómo podemos arriesgarnos a creer en realidades cuya existencia no podemos
demostrar empíricamente?
Al meditar la siguiente historia, podremos responder estas y otras preguntas que
muchos se plantean, porque San Pablo decía que el mensaje de la cruz es una
locura para muchos, en la medida que nos cuesta creer en la grandeza del amor de
Dios, cuando pensamos en el egoísmo de los hombres.
“Jugando a las escondidas
Cuentan que una vez se reunieron todos los sentimientos y cualidades de los
hombres en un lugar de la tierra cuando el Aburrimiento ...(bostezo)........ reclamo
por tercera vez. La Locura, como siempre loca, les propuso:
¿Vamos a jugar a las escondidas?
La Intriga levanto la ceja intrigada y la Curiosidad, sin poder contenerse pregunto:
escondidas ¿qué es eso?
Es un juego, explico la Locura, en el que cierro los ojos y comienzo a contar de uno
a un millón mientras ustedes se esconden cuando yo termine de contar; el primero
de ustedes que encuentre ocupara mi lugar para continuar el juego.
El Entusiasmo danzó seguido de la Euforia. La Alegría dio tantos saltos que termino
de convencer a la Duda y también a la Apatía, que nunca se interesaba en nada.
Pero no todos quisieron participar, la Verdad prefirió no esconderse, ¿para que? si
al final todos la encontraban. La Soberbia opino que era un juego muy tonto (en el
fondo lo que le incomodaba era que la idea no había sido de ella) y la Cobardía
prefirió no arriesgarse.
- uno, dos, tres, cuatro - comenzó a contar la Locura.
La primera en esconderse fue la Prisa, que como siempre cayó detrás de la primera
piedra del camino. La Fe subió al cielo y la Envidia se escondió detrás de la sombra
del Triunfo, que por propio esfuerzo había conseguido subir a la copa mas alta del
árbol mas alto.
La Generosidad casi no consigue esconderse, por que cada lugar que encontraba le
parecía maravilloso para alguno de sus amigos: si era un lago cristalino, ideal para
la Belleza, si era la copa del árbol perfecto para la Timidez, si era el vuelo de una
paloma. Lo mejor para la Voluntad, si era una ráfaga de viento, magnifico para la
Libertad. Así terminó escondiéndose en un rayo del sol.
El Egoísmo, al contrario encontró un lugar bueno desde el principio,ventilado,
cómodo, pero solo para el. La Mentira se escondió en el fondo del océano (mentira,
en realidad se escondió detrás del arco iris). Y la Pasión y el Deseo, en el centro de
los volcanes. El Olvido, no recordamos donde se escondió, pero eso no es lo mas
importante.
Cuando la Locura estaba en el número 999.999 el AMOR todavía no había
encontrado lugar para esconderse, pues todos estaban ya ocupados, hasta que
encontró un rosal y cariñosamente decidió esconderse entre sus flores.
-un millón. Contó la Locura y comenzó la búsqueda. La primera en aparecer fue la
Prisa, apenas a tres pasos de una piedra. Después escuchó a la Fe discutir con Dios,
sobre la zoología, en el cielo. Sintió vibrar a la Pasión y al Deseo en los volcanes. En
un descuido, encontró a la Envidia y claro pudo deducir donde estaba el Triunfo.
Al Egoísmo no tuvo que buscarlo, el solo salió disparado de su escondite que en
verdad era un nido de avispas. De tanto caminar sintió sed y al aproximarse a un
lago, descubrió a la Belleza. La Duda fue la mas fácil de encontrar pues estaba
sentada sobre un cerro sin decidir donde esconderse.
Así fue encontrando a todos. Al Talento entre la hierba fresca, a la Angustia en una
cueva oscura, a la Mentira detrás del arco iris (mentira estaba en el fondo del
océano) y hasta al Olvido a quien se le había olvidado que estaban jugando a las
escondidas.
Pero. . . . el AMOR no aparecía en ningún lugar. La Locura lo busco detrás de cada
árbol, debajo de cada roca del planeta y encima de las montañas. Cuando estaba a
punto de darse por vencida; encontró un rosal. Tomo una horquilla y comenzó a
mover sus ramas, cuando en el ultimo momento escuchó un grito doloroso. las
espinas habían herido al AMOR en los ojos. La Locura no sabia que hacer para
disculparse, lloró, rezó, imploró pidió perdón y hasta prometió ser su guía.
Desde entonces, ....desde que por primera vez se jugo a las escondidas en la
tierra:
¡El AMOR es ciego y la Locura siempre lo acompaña!
Autor desconocido.
Bendito sea el SEÑOR tu Dios que se agradó de ti para ponerte sobre el trono de
Israel; por el amor que el SEÑOR ha tenido siempre a Israel, te ha puesto por rey
para hacer derecho y justicia. I Reyes 10, 9
Se acordó del pacto que había hecho con ellos y por su gran amor les tuvo
compasión. Salmo 106, 45
Enséñame, Señor, tus decretos;¡la tierra está llena de tu gran amor! Salmo 119, 64
(
http://www.egrupos.net/grupo/diosexiste
).
Muchos cristianos, equiparados a la locura, dolidos por sentirse corresponsables
de la Pasión y muerte de Jesús, intentan hacer el bien, como si ayudando a quienes
sufren sanaran las heridas del Crucificado. ¿Nos atrevemos a hacer el bien para que
el Reino de Dios abarque a toda la humanidad?
José Portillo Pérez
joseportilloperez@gmail.com