Ciclo B. Solemnidad. La Asunción del Señor, Ciclo B.
Antonio Elduayen, C.M.
Queridos amigos
Celebramos hoy la Ascensión de Jesús. Cuando subió al cielo y se sentó a la
derecha del Padre, tal como lo cuenta Marcos (Mc 16, 15-20) y lo rezamos en el
Credo. O más exactamente, cuando, terminada su misión en la tierra, volvió al
Padre de quien había salido (Jn 17, 13.24) y recibió todo poder y gloria en el cielo y
en la tierra (Fil 2, 9-11). La expresión hace referencia a la exaltación que Jesús se
mereció con su muerte (Jn 3,15). Es ante todo su triunfo personal, por el que
hemos de felicitarle con toda el alma. Pero es también nuestro triunfo (Ef 2.6), por
el que nos felicitamos los unos a los otros.
Cara a nosotros, la Ascensión de Jesús significa que va a poner en obra lo que nos
había prometido: ante todo, enviarnos desde el Padre al Espíritu Santo, que será su
relevo entre nosotros (Jn 16, 7); luego prepararnos un lugar en el cielo donde
estemos siempre con Él (Jn 2,2-3). Significa también, desde el lado de los apóstoles
y nuestro, que hemos de mirar continuamente a donde está Cristo, para que nos
sirva de estímulo, inspiración y guía en nuestro caminar por la tierra (Col 3., 1-3);
que en la historia de la salvación empezó el tiempo del Espíritu y de la Iglesia; que
la iglesia fundada por Cristo en los apóstoles había llegado a su mayoría de edad
(Hech 1, 10-11), para actuar en adelante, ya no de la mano de Jesucristo, como un
niño, sino con el Espíritu del Señor, como adulta.
De todos estos puntos tan importantes, quiero referirme sólo al que llamo el tiempo
del Espíritu y de la Iglesia, que incluye el de la Mayoría de Edad de la Iglesia. Pero
antes, una necesaria observación: la partida de Jesús al Padre no significó dejarnos
huérfanos, pues sigue en persona con nosotros en la eucaristía, al mismo tiempo
que está junto al Padre Dios en el cielo. Se fue, pero se quedó, en lo que llamamos
su presencia sacramental. Siendo Dios, pudo hacerlo, quiso hacerlo y lo hizo. Hay
además otras muchas presencias de Jesús en este mundo (está en la Palabra de
Dios, en los pobres, en los que lo aman…) y está de modo especialísimo en la
Iglesia (Mat 28, 19)
Tras la ascensión de su Maestro, los apóstoles se sintieron apenados y
desconcertados (¡¿quién no?!). De repente se sintieron solos y con la
responsabilidad de llevar a cabo la gran misión que les confiara (Mt 28, 19).
Ciertamente Jesús los había preparado para ello (Mc 33, 13-15), pero siempre
habían dependido de Él, que además los había sacado de tantos apuros. Ahora, allí
estaban ellos, atónitos y sin saber qué hacer. Hasta que sintieron la voz que les
despertó a la realidad. ¡Jesús ya se fue…! Ahora les toca actuar ustedes (He 1, 10-
11), es su turno. Y se volvieron a Jerusalem, a esperar la venida prometida del
Espíritu Santo y dar con Él testimonio de Jesús. Con Jesús como fuente y modelo,
empezaba un nuevo tiempo en la Historia de la Salvación: el tiempo de la acción
del Espíritu Santo y de la Iglesia, cuyo inicio se cuenta en el libro de los Hechos de
los Apóstoles.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)