Solemnidad. La Ascensión del Señor, Ciclo B.
Segunda Lectura: Ef 1,17-23
“Lo sentó a su derecha en el cielo”
Hoy celebramos la Ascensión de Jesús al cielo, que tuvo lugar cuarenta días
después de la Pascua. La Ascensión de Cristo no es un viaje en el espacio hacia los
astros más remotos, sino que la Ascensión de Cristo significa que él ya no
pertenece al mundo de la corrupción y de la muerte. Significa que él pertenece
completamente a Dios.
Partiendo de la segunda lectura del san Pablo a los Efesios, hoy nos fijamos
en esta verdad: “Lo sent a su derecha en el cielo”. El Padre entroniza al resucitado
en la gloria, haciéndolo sentar a su derecha, un signo de grandísimo honor y de
absoluto privilegio. Hoy pensemos en dos términos, “lo sent a su derecha”, y “en
el cielo”.
Cristo está sentado a la derecha del Padre. “Por derecha del Padre
entendemos la gloria y el honor de la divinidad, donde el que existía como Hijo de
Dios antes de todos los siglos como Dios y consubstancial al Padre, está sentado
corporalmente después de que se encarn y de que su carne fue glorificada” (San
Juan Damasceno, Expositio fidei, 75 [De fide orthodoxa, 4, 2]: PG 94, 1104)”
(CEC663).
Sentarse a la derecha del Padre significa la inauguración del reino del
Mesías, cumpliéndose la visin del profeta Daniel respecto del Hijo del hombre: “A
él se le dio imperio, honor y reino, y todos los pueblos, naciones y lenguas le
sirvieron. Su imperio es un imperio eterno, que nunca pasará, y su reino no será
destruido jamás” (Dn 7, 14). A partir de este momento, los Apstoles se
convirtieron en los testigos del “Reino que no tendrá fin” (Símbolo de Niceno-
Constantinopolitano: DS 150) (CEC 664).
Cristo está a la derecha “en el cielo”? La palabra cielo no indica un lugar
sobre las estrellas, sino algo mucho más osado y sublime: indica a Cristo mismo, la
Persona divina que acoge plenamente y para siempre a la humanidad, Aquel en
quien Dios y el hombre están inseparablemente unidos para siempre. El estar el
hombre en Dios es el cielo. Y nosotros nos acercamos al cielo, más aún, entramos
en el cielo en la medida en que nos acercamos a Jesús y entramos en comunión con
él. Por tanto, la solemnidad de la Ascensión nos invita a una comunión profunda
con Jesús muerto y resucitado, invisiblemente presente en la vida de cada uno de
nosotros.
Después de la Ascensión, Los apóstoles se marcharon del Monte de los
Olivos “con gran gozo”. Al igual que ellos, también nosotros, aceptando la invitación
de los “dos hombres vestidos de blanco”, no debemos quedarnos mirando al cielo,
sino que, bajo la guía del Espíritu Santo, debemos ir por doquier y proclamar el
anuncio salvífico de la muerte y resurrección de Cristo. Nos acompañan y consuelan
esta promesa de Jesús: “…yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del
mundo” (Mt 28, 20).
Así, desde el día de la Ascensión, toda comunidad cristiana avanza en su
camino terreno hacia el cumplimiento de las promesas mesiánicas, alimentándose
con la Palabra de Dios y con el Cuerpo y la Sangre de su Señor. Esta es la condición
de la Iglesia -nos lo recuerda el concilio Vaticano II-, mientras “prosigue su
peregrinación en medio de las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios,
anunciando la cruz y la muerte del Seor hasta que vuelva” (LG 8).
“Lo sent a su derecha en el cielo”. Jesús resucitado vuelve al Padre, así
nos abre el camino a la vida eterna y hace posible el don del Espíritu Santo. Como
entonces los Apóstoles, también nosotros, después de la Ascensión, nos recogemos
en oración para invocar la efusión del Espíritu, en unión espiritual con la Virgen
María (cf. Hch 1, 12-14). Que su intercesión obtenga para nuestra familia, para
toda nuestra parroquia un renovado Pentecostés.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)