Comentario al evangelio del Miércoles 23 de Mayo del 2012
Hola, amigos y amigas:
En esta sección intermedia de la oración sacerdotal, Jesús le pide al Padre tres cosas: primero, que sus
discípulos sean uno como ellos son uno, segundo, que, sin sacarlos del mundo, los defienda del
Maligno y, tercero, que los santifique en la verdad. Detrás de estas tres peticiones podemos descubrir
un único deseo de Jesús: poner a sus discípulos en las manos del Padre, como él mismo lo hará con su
propia vida antes de expirar en la cruz. El Padre que no abandonó a Jesús en la muerte, sino que lo
resucitó. El mismo Padre es el que nos une en el amor, nos protege del mal y nos santifica en la verdad.
Volver a contemplar esta verdad debería llenar nuestras vidas de confianza, pues, por más que haya
momentos en los que parece que la desunión nos separa sin remedio, que la fuerza del maligno nos
atrapa o que el poder de la mentira nos destruye por dentro y por fuera, sabemos que no estamos solos,
que estamos bajo el cuidado del Padre y que es posible vivir en nuestro mundo, sin ser de él.
Sólo una confianza básica de este tipo puede fundamentar una existencia que se atreve a superar los
peligros, miedos y complejos que menoscaban nuestra capacidad de riesgo para amar y construir un
mundo mejor. Quien sabe que su vida está en buenas manos sabe que no tiene asegurado el éxito, pero,
sabe que el Padre siempre lo acompaña, lo alienta y lo fortalece. Revisemos cómo va nuestra confianza
en el Padre; un buen medidor de ello es la calidad de nuestro compromiso por forjar la unidad, por
luchar contra el mal en todas sus expresiones y por vivir en la verdad. Si esta confianza y este
compromiso no están vivos y vigorosos, te invito a que repitamos la oración sacerdotal de Jesús y
dejemos que la fuerza de la Palabra encienda nuestro corazón.
Un saludo fraterno
Carlos Sánchez Miranda, cmf.
Carlos Sánchez Miranda, cmf.