Solemnidad. Domingo de Pentecostés
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD
MISA DE LA VIGILIA
En esta solemne Vigilia de Pentecostés, la Iglesia nos propone una serie de lecturas
para introducirnos en la vida del Espíritu que Jesús Resucitado nos quiere entregar
cuando nos dona su Espíritu.
Lecturas:
a.- Gn. 11, 1-9: La torre de Babel.
La primera lectura, nos remonta a los descendientes de Noé, donde el autor
sagrado nos presenta una humanidad muy unida, concentrada en un lugar, que
decide construir una torre tan alta que llegue al cielo. Quiere ser el símbolo de su
unidad, de su eficacia y poder. Todos ellos hablaban un misma lengua, es
presentada como algo valioso, por lo que dice, pero al mismo tiempo, es una fuerza
centrada en sí misma, afirmadora, integradora, pero sin Dios; esta es otra imagen
del paraíso. El autor quiere presentar el pecado de orgullo y soberbia, en su
conflictividad, es decir, presentarse como una autosalvación (vv. 3-4). El autor
sagrado, no escatima recursos, para hablar de la técnica en la construcción de la
torre, ladrillo bien cocido, y el nombre de la ciudad, Babel, puerta de Dios. La
confusión de las lenguas, es debida a la confusión, que reina en lo interior del
hombre mismo, fruto del pecado de origen. Ya no sólo el hombre transgrede un
mandato, ni se habla de un crimen contra el hermano, quitarle la vida al otro, todo
apunta a que es la humanidad la que está confundida; la lengua, el lenguaje, que
debía ser principio básico de unión, se ha convertido en todo lo contrario, expresión
de desorden, confusión y debilidad. El problema está en la intención de esa
humanidad, en su proyecto, expresión de la desarmonía interior. Esa humanidad,
concibe alcanzar el cielo, por sus fuerzas, llegar a la morada de Dios, la misma
ambición de Adán y Eva, ser como Dios. Lo mismo sucede hoy, que la técnica en
todas sus manifestaciones, busca hacerse un nombre, auto redimir al hombre; lo
mismo podemos pensar de la medicina, la economía y las tecnologías informáticas.
Pero Dios bajó para confundir las lenguas y calificar de pecado, la autosalvación de
la humanidad, el pecado de vanidad, soberbia y orgullo de esa humanidad, lo
mismo que la nuestra. La elección de Abraham, abre un camino de esperanza para
la humanidad (cfr. Gn.12). La unidad se restaurará en Cristo Jesús, en el milagro
de las lenguas de fuego en Pentecostés (cfr. Hch. 2, 5-12), y en la reunión de las
naciones en el cielo, que nos presenta el Apocalipsis (Ap. 7,9-10).
b.- Ex. 19, 3-8. 16-20: Os llevé en alas de águila y os traje a mí.
En la segunda lectura, contemplamos la teofanía de Yahvé, previa la Alianza con la
promulgación del decálogo. En la teología del Éxodo, el Sinaí es meta, si tenemos
en cuenta que sale de Egipto para ir al encuentro de su Dios, constituido como
pueblo, el monte Sinaí es origen y meta; se convierte en pueblo de la alianza. El
pueblo se acerca al monte, ahí esta el mediador, que es Moisés, puente entre Dios
y su pueblo. El pueblo va al encuentro de su Dios. Antes de la teofanía,
encontramos un adelanto, de lo que sucederá y una presentación del mediador de
la alianza. A los tres meses de la salida de Egipto llegaron al pie del monte, subida
de Moisés al monte santo, Dios le recuerda la liberación de la servidumbre y el
propósito de la elección del pueblo, si el pueblo acepta obedecerlo. Le recuerda a
Moisés, como los ha sacado de Egipto, los ha llevado sobre alas de águila, si
obedecen la Alianza, serán su propiedad como pueblo, serán una nación santa, un
pueblo sacerdotal. La respuesta del pueblo, es aceptar todo cuanto les propone
Yahvé, su Dios (v. 8). Moisés comunica esa noticia, y el pueblo la acepta; Moisés
vuelve a subir a la montaña al encuentro con Yahvé, llevando la respuesta del
pueblo; la teofanía a Moisés es para confirmarlo como único mediador ante el
pueblo. Tanto en el primer encuentro de Moisés con Yahvé, como ahora el mediador
vive por adelantado, lo que vivirá más tarde lo que debe anunciar al pueblo, allí la
liberación, aquí el de la alianza. Este prólogo tiene como fin presentarnos a Moisés
como profeta, portador de la palabra de Yahvé. Yahvé deja sentir su cercanía, su
presencia, pide se purifiquen, laven sus vestidos, eviten las relaciones sexuales, y
que nadie se acerque al monte, antes de oír el cuerno (Ex.19, 9-15). La teofanía,
quiere mostrar la gloria y majestad de Dios, su trascendencia y el temor religioso
que inspira al pueblo de Israel. La alianza consiste en hacer de Israel propiedad
escogida de Yahvé, entre todos los pueblos, con lo que se convierte en pueblo
consagrado, es decir, separado, dedicado exclusivamente a Yahvé. Pero la alianza
se realizará con la participación del pueblo, debe decidir su participación o rechazo
libremente. La aceptación del pueblo habla de una conciencia clara de ser pueblo,
vivir esa realidad, se comprende a sí mismo desde esa relación. La aceptación es
fruto de la vivencia de la alianza, y no de la improvisación, lo que habla de una
praxis y reflexión. Moisés aquí, es la imagen de todos los mediadores, en la
mentalidad del autor, obra como ellos, es decir, como el rey, el profeta y el
sacerdote. El pueblo debe ver en él, ya que a Yahvé no lo puede ver, al hombre
escogido para ser su mensajero, también en su reconocimiento lo hace su portavoz.
Este relato entre Yahvé y Moisés y de éste con el pueblo, es el gran prólogo de la
teofanía sinaítica y de la conclusión de la alianza. En Pentecostés, encontramos al
nuevo pueblo de Dios nacido de la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo, que
el Espíritu Santo constituye como nación santa, pueblo sacerdotal, propiedad de
Dios Padre. Es por medio del Bautismo, como entramos a formar parte de este
pueblo, sellado por el Espíritu en la sangre de Jesucristo, para la redención del
mundo. Pueblo que revive este misterio en la Eucaristía, donde se come y bebe el
pan de vida eterna.
c.- Ez. 37,1-14: Infundiré mi espíritu en vosotros.
El profeta Ezequiel, en la tercera lectura, nos introduce en la visión de los huesos
que reviven por la acción del Espíritu de Dios. El profeta es trasportado por el
Espíritu al desierto, como lo será Jesús más adelante, y contempla una inmensidad
de huesos secos y al viento-espíritu, el soplo restaurador, en definitiva, el ruah.
Viento que comunica vida por todo el lugar; huesos y espíritu, muerte y vida,
centran la visin del profeta. La pregunta de Yahvé es fundamental: “Me dijo: «Hijo
de hombre, ¿podrán vivir estos huesos?» Yo dije: «Señor Yahveh, tú lo sabes.»
Entonces me dijo: «Profetiza sobre estos huesos. Les dirás: Huesos secos,
escuchad la palabra de Yahveh. Así dice el Señor Yahveh a estos huesos: He aquí
que yo voy a hacer entrar el espíritu en vosotros, y viviréis. Os cubriré de nervios,
haré crecer sobre vosotros la carne, os cubriré de piel, os infundiré espíritu y
viviréis; y sabréis que yo soy Yahveh.» (vv. 3-6). La respuesta del profeta,
confirma que Dios es dueño de la vida y de la muerte, y Ezequiel confiesa su
ignorancia frente a la sabiduría y poder de Dios. Recreado el hombre en su cuerpo,
falta lo principal, el aliento de vida, el soplo de Yahvé, la acción del espíritu-aliento,
la vida divina. Esos seres se pusieron de pie, se transformaron en seres vivos. De la
visión se pasa a la parábola, los huesos calcinados, representan el desaliento que
existe entre los exiliados. Ellos saldrán de Babilonia, sepulcro de todas sus
esperanzas, para establecerse en la tierra de la vida. Todo ello será, obra de la
infusión del Espíritu de Dios, en cada uno de ellos; volverán a ser hombres libres,
vivos para el prójimo y ante Dios. Si bien, la intención de Ezequiel, es pensar en la
liberación del destierro y no en la resurrección de los muertos, la imagen que nos
ha entregado, nos habla de Dios, como Señor de la vida y de la muerte, que salva
al Israel histórico. Es la victoria de la vida sobre la muerte, esencia del anuncio
pascual; como cristianos podemos ver en esta imagen, un símbolo de la
resurrección particular y universal.
d.- Joel 3,1-5: Vuestros hijos e hijas profetizarán.
El profeta Joel, en la cuarta lectura, anuncia la efusión del Espíritu en el día de
Yahvé. Luego de anunciar la abundancia de los bienes materiales, en recompensa
por las penurias sufridas el profeta anuncia ahora la sobreabundancia de los bienes
espirituales, que simboliza en la efusión del espíritu profético. Hasta el presente
eran poco los hombres favorecidos con visiones y oráculos. En el futuro mesiánico,
Yahvé se comunicará a los ciudadanos en forma distinta, es decir, todos
participarán de la efusin del espíritu de Yahvé. Zacarías hablará de “un espíritu de
gracia y de oracin; y mirarán hacia mi” (Zac.12, 10), que se derramará sobre la
casa de David y sobre los habitantes de Jerusalén. En Pentecostés, comienza esta
efusión del Espíritu sobre la humanidad, Pedro cita este texto en su discurso (cfr.
Hch. 2, 17; Ez. 36,27; Hch. 2,16-21). Vio el cumplimiento de la profecía, en la
comunicación sobreabundante del Espíritu Santo a los reunidos en el cenáculo (cfr.
Hch. 2,17-21). Joel, concibe la inauguración de la era mesiánica como la eclosión
del espíritu de Dios, que se comunica a todos los que forman el nuevo pueblo de
Dios. El Espíritu es derramado sobre todos sin distinción de razas, ni pueblos, como
lo deseaba Moisés (cfr. Nm. 11, 29); pero este es también el espíritu de profecía,
caracterizado por los sueños y las visiones, motivo de una gran renovación interior
(cfr. Nm. 12,6; Ez. 11, 19-20). Mientras Jeremías habla de una nueva alianza entre
Dios y su pueblo, Joel se mantiene en la línea espiritualista entendiendo por ello
que lo esencial de la era mesiánica será la íntima comunicación entre Yahvé y los
miembros de su pueblo elegido (cfr. Jr.31, 31). Esta profecía se cumple plenamente
con Jesús, en la Iglesia por él fundada, y luego de Pentecostés donde abundaron los
carismas de todo género en muchos y mujeres que vivieron en la primitiva
comunidad cristiana. El Espíritu Santo, es el alma de la Iglesia, y sigue suscitando
hombres y mujeres carismáticos, para el bien de la comunidad cristiana y la
sociedad, los santos y místicos reconocidos de todos los tiempos.
e.- Rm. 8, 22-27: El Espíritu intercede por nosotros con gemidos inefables.
San Pablo, en la epístola nos habla de la Creación sometida a la vacuidad, a la
inutilidad y al sin sentido, por el pecado del hombre. A él se le había confiado toda
la Creación, pero juntamente con el responsable, la creación sufre por el desorden
que hay en el interior del hombre. El mundo material creado por el hombre,
participa de su mismo destino. En el Génesis, se lee que el sentido de todo lo
creado, estaba en el hombre, pues lo hacía responsable de toda su Creación, debe
llevarla a un destino glorioso, pero en dependencia de Yahvé (cfr. Gn.1-3). Pero “el
que la someti” (Rm. 8, 20), parece que es el mismo Dios, que si bien, lo hizo
responsable al hombre, también le de dio la libertad, con el riesgo que ello podía
traer. Pero a este sometimiento del hombre, el evangelio de la gracia le ofrece la
esperanza de la liberación. Con Cristo y el Espíritu Santo, la Creación y el hombre
tienen la posibilidad de salvación eterna, por lo mismo, el cristianismo libera al
hombre y la materia de la corrupción. A la corrupción, se opone la resurrección, en
un contexto escatológico, es más, corrupción es sinónimo de muerte, no sólo
biológica, sino también la no posibilidad de alcanzar ese destino trascendente, al
que Dios en Cristo nos invita a vivir (cfr. 1Cor.15, 42. 50. 52; Gál. 2, 22). La
imagen de la parturienta, nos habla de la continua evolución de la realidad hacia un
mundo que camina hacia su plenitud. El gemido por un mundo mejor, el que quiere
Dios para la humanidad entera, lo da la Creación, también el hombre, que está
sumergido en esta realidad. El hombre, está llamado a salvarse con la Creación,
desde ella, dentro de ella; no sólo su alma, sino todo el hombre y su contexto
social, es la marcha del hombre hacia la superación definitiva de la muerte. La
propia oración, en este contexto no se concibe como escape de la realidad, sino que
desde ella, es vuelo místico comprendido como fuerza renovadora de la sociedad,
que mueve la historia, hacia su destino glorioso. Ahora es el Espíritu Santo, quien
intercede con todos los cristianos, para llevar adelante esta tarea, escruta los
corazones, Dios Padre, conoce que la intercesión del Espíritu Santo, es según su
querer para nuestro bien.
f.- Jn. 7, 37-39: Manarán torrentes de agua viva.
El evangelio de Juan, nos presenta a Jesús, prometiendo el agua viva. Texto
solemne, con un gran contenido revelador, con paralelismos que encontramos en el
diálogo con Nicodemo, la samaritana y la muerte de Jesús. Con el primero, se
refiere a nacer del agua y del Espíritu y con el Hijo, que tiene que ser levantado
como la serpiente en el desierto (cfr. Jn.3, 5.14); con la samaritana y la obra del
agua, que quita la sed y se convierte en fuente que brota hasta la vida eterna (cfr.
Jn. 4,14); y con la muerte de Jesús, porque de su costado herido mana agua y
sangre (cfr. Jn.19, 34; 7,37; 19,31). La invitación que hace Jesús a venir a ÉL, es
como fuente, como la roca en el desierto, el agua del templo contemplada por
Ezequiel (cfr. Ex. 17,1-7; Ez. 47,1-12). Teniendo de trasfondo estos pasajes, se
comprende mejor la proclamación que hace Jesús de pie, gritando: su actitud no es
ya la del Maestro que enseña, sino la del Profeta. Les invita a venir a venir a ÉL; les
entregará su Espíritu a quienes lo hagan. Jesús se halla en la fiesta de los
Tabernáculos, donde luego de una procesión con antorchas, se impetraba del cielo
las lluvias de otoño. Toda esta atmosfera acuática, es el trasfondo de las palabras
de Jesús: “El último día de la fiesta, el más solemne, Jesús puesto en pie, grit: «Si
alguno tiene sed, venga a mí, y beba el que crea en mí», como dice la Escritura: De
su seno correrán ríos de agua viva.” (vv. 37-38). Se puede leer de dos formas esta
proclamacin: “Si alguien tiene sed, que venga a mí y beba. El que crea en mí,
según dice la Escritura, ríos de agua viva brotarán de su seno”. La otra forma sería:
“Si alguno tiene sed, venga a mí; el que cree en mí, que beba, como dice la
Escritura”. En la primera lectura, encontramos que las aguas brotan del seno de
Cristo Jesús, en cambio, en la segunda, puede ser del seno del creyente, como del
Señor Jesús. La cita que menciona Jesús de la Escritura, no se encuentra tal como
la pronuncia: puede referirse al agua que brotó de la roca al toque de Moisés, a las
aguas del templo de Ezequiel, ya mencionados o de Zacarías (cfr. Zac. 14). Los
textos paralelos no resuelven la interpretación, ya que cuando habla con la
samaritana, el agua que Cristo le dará se convertirá en una fuente a quien la beba,
en cambio, en la muerte de Cristo brota de ÉL, de las que invita a beber con la cita
de Zacarías: “Mirarán al que traspasaron” (Zac.14, 8). El apstol Juan, nos ensea
qué son esos torrentes de agua: “Esto lo decía refiriéndose al Espíritu que iban a
recibir los que creyeran en él” (Jn. 7, 39). Glorificado con su resurreccin Cristo
Jesús, se abre la era del Espíritu: Espíritu que brotaría de Cristo exhalando su
último aliento en la Cruz, antes de expirar. Juan no contempla a Jesús como quien
exhala su último hálito de vida y expira, sino como donación del Espíritu a los que
están al pie de la Cruz, más tarde, serán los creyentes los que recibirán el Espíritu
en la comunidad, la Iglesia. El término entregar, en el NT, tiene un gran significado,
sobre todo cuando se refiere a la donación que hace el Padre, del Hijo para la
redención del mundo; ahora es el Hijo quien entrega el Espíritu, para vivificar a la
humanidad. En la mentalidad del evangelista parecen aflorar pasajes del Éxodo, de
los Salmos, textos profético y de la teología sapiencial cuando se refiere a los
torrentes de agua que brotarán de Jesús y del creyente en comunión con ÉL (cfr.
Jn.1, 29; 3,14; 6,16-21; Sal.105, 40-41; 78,15-16; Is. 43, 20; 44,3; 48, 21; 55,1-
3; 58,11; Zac.13,1-2; Prov.1,20). La fiesta de los Tabernáculos, materializa de
algún modo todo el texto, ya que recordaba la estadía de Israel en el desierto, el
agua que brota de la roca al toque de la vara de Moisés, roca representada por el
centro del Templo, de donde manarían nuevas aguas según la visión de Ezequiel.
Como final, el grito de la Sabiduría, que invita a beber de ella. Jesús de pie, el día
más solemne de la fiesta, como en el Gólgota, da su grito e invita a beber de ÉL.
Sabiduría verdadera, Templo y Roca auténtica, herida por la lanza del soldado en el
costado, de la que fluye el Espíritu, la sangre y el agua que purifica. Quien lo
contempla, mira al que Traspasaron, se convierte él en fuente de agua viva (Jn. 4,
14). Cristo es la fuente de dónde brota la vida y salvación para las almas que
apagan en ÉL su sed (cfr. Is.55,1-3), en cambio, las palabras finales del
evangelista, anticipan la escena del Calvario: “De lo más profundo de su ser
brotarán ríos de agua viva” (v.38), clara alusin, al costado abierto de Jesús, para
contemplarlo como nuevo Templo de donde manarán en el futuro, ríos de agua viva
para la humanidad. Ese manantial, que se halla en el seno de Cristo Jesús, es al
que debemos dirigirnos para beber y seguir creyendo en ÉL, fuente de vida eterna,
al que el Espíritu nos ayuda buscar, en nuestro interior por medio de la oración, y
convertirnos también nosotros en fuente de agua que apague nuestra sed y la de
los hermanos a quienes servimos con auténtica caridad cristiana. Que brote agua
del interior del hombre, siempre será fruto de haberla bebido de Cristo Jesús, única
fuente de vida eterna.