Tiempo y Eternidad
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José Manuel Otaolaurruchi, L.C.
El don de la paz
El mundo espera con ahínco que vuelva una paloma. ¿Y cuál es esa paloma? Es la paloma de la paz.
La reclamamos desde hace siglos, desde aquella noche en Belén de Judá, cuando “hubo paz en toda
la tierra” y los ángeles cantaron gloria a Dios en los cielos, y prometieron paz a los hombres de
buena voluntad. Desde entonces la seguimos esperando y no nos resignamos a perderla.
¿Volverá algún día? Las FARC están resurgiendo con sed de venganza y de muerte; el narcotráfico
en el norte de México sigue cobrando vidas y la inseguridad en Venezuela resulta pavorosa. Aquí
cada día llegan noticias de que algún vecino, amigo o familiar ha sido robado o secuestrado. La
violencia estremece y crispa tanto los nervios, como el lento gotear de la sangre del crucificado,
que parece estéril porque no logramos conquistar la paz en América ni en el resto del mundo.
Este domingo celebramos la solemnidad de Pentecostés, es decir, la venida del Espíritu Santo sobre
los apóstoles, y uno de los frutos del Espíritu Santo es precisamente el don de la paz. La paz que es
manifestación de la presencia de Dios en el corazón de los hombres y de los pueblos. Allí donde no
hay paz, no está Dios. Me parece especialmente emotivo el recuerdo de Juan Pablo II cuando desde
el balcón de su estancia Vaticana soltaba una paloma blanca para implorar a Dios que nos conceda
el don de la paz.
La paz es la manifestación externa de la salud de la mente y del corazón. El odio, la discordia, la
venganza y en general todo tipo de malicia son enfermedades del espíritu, pues aunque la
naturaleza esté herida por el pecado, la razón nos mueve a procurar el bien para sí mismo y para
los demás. Por eso añoramos la paz, porque nos se puede vivir con miedo, angustia e inseguridad.
¿Qué hay que hacer para lograr la paz? La paz vendrá a través de la conversión del corazón y del
arrepentimiento de las propias faltas. No está la cosa en multiplicar la presencia de la policía en las
calles, en instalar cámaras de seguridad en cada esquina y establecimiento, en construir modernas
penitenciarías. La paz es un don de Dios y germina en el corazón de las personas de recta
conciencia.
Para concluir, quiero compartir la oración al Espíritu Santo que conviene rezar junto con el Padre
nuestro, el ave María y la oración al ángel de la guarda: “Espíritu Santo, inspírame lo que debo
pensar, lo que debo decir, lo que debo callar, lo que debo escribir, lo que debo hacer, cómo debo
obrar para buscar el bien de los hombres y el cumplimiento de mi misión”. twitter.com/jmotaolaurruchi