VIII Semana del Tiempo Ordinario (Año Par)
Introducción a la semana
El límite convencional de la Pascua hasta aquí llega, Pentecostés. Mucho nos
queda por vivir y hacer para que el centro del itinerario pedagógico de la Palabra
en la celebración litúrgica se desplace de la Cuaresma a la Pascua. En nuestras
comunidades seguimos la norma no escrita cuyo argumento es que todo lo más
importante, o casi, hay que celebrarlo, meditarlo, contemplarlo… en la
Cuaresma, quedando el resto del tiempo hasta Pentecostés como un eco
lánguido que solemos llenarlo con los fastos de las primeras comuniones.
¡Ingente tarea que tenemos por delante para seguir predicando al que Vive
entre nosotros!
El Domingo que marca el punto final de la Pascua y la reanudación del Tiempo
Ordinario, nos ofrece el relato de los Hechos que nos habla de la efusión del
Espíritu a la comunidad de Jerusalén, la confesión paulina que no precisa de
glosa pues todos hemos bebido del mismo Espíritu y el envío de los seguidores
de Jesús para hablar de las excelencias de la fuerza de Dios, su Espíritu.
La primera carta del apóstol Pedro nos acompaña en esta semana (salvo el
sábado que lo hace la carta de San Judas); destacamos los fragmentos de la
hermosa introducción teológica con la que se abre la carta, y el argumento
imprescindible en toda predicación: Jesús el Señor, el referente de nuestra fe.
Páginas del evangelio de Marcos desfilan por la mesa de la Palabra en esta
semana: seguir a Jesús, dificultades que conlleva tal seguimiento (¡algo tendrá
el agua cuando la bendicen! ¿Qué tendrá el evangelio de Jesús que cuando se
vive molesta y denuncia?), decisión de subir a Jerusalén, Cristo la luz de nuestro
caminar, purificación profética del templo, poder de Jesús para perdonar y dar
vida…
La semana se completa con el abanico plural de San Fernando, la Visitación de
María y del pensador San Justino. Tendremos ocasión de escuchar de nuevo el
mejor piropo que se ha podido decir a María, la anawim Yahvé: ¡Dichosa tú que
has creído! ¡Precioso es confiar en Quien posibilita nuestra dicha, quien nos
inspira la espiritualidad más atractiva: la de la alegría, Cristo Jesús!
Fr. Jesús Duque O.P.
Convento de San Jacinto (Sevilla)
Con permiso de dominicos.org