D OMINGO II, CICLO “B”
Con este Domingo retomamos el tiempo ordinario: después de las luces de la
Navidad, reinicia la vida de todos los días; y la liturgia de hoy nos invita a descubrir
lo que es verdaderamente esencial: SEGUIR A JESÚS.
La I lectura nos cuenta la llamada del profeta Samuel.
Su vocación se transforma en el modelo de las llamadas que reencontramos
también en el Evangelio: hay un encuentro con Dios, una propuesta, un pedido de
disponibilidad y una aceptación.
También los discípulos viven esta experiencia.
Aceptar la llamada de Jesús significa seguirlo, transformarse en discípulo,
quedarse con Él, caminar a su lado... En síntesis: vivir junto al Señor, en el Señor, por
el Señor (“por Cristo, con Él y en Él...”).
Todo hombre y toda mujer, por el solo hecho de estar en el mundo, son
“llamados”. Dios nos ha llamado a la existencia para un proyecto suyo, que es un
proyecto de amor.
Descubrir la propia vocación significa, en el fondo, saber quienes somos y
hacia dónde vamos...
Ésta es la vocación del cristiano: asumir no sólo las actitudes de Cristo, sino
pensar como Él, rezar como Él, vivir como Él.
Estamos todos llamados a transformarnos en el Cuerpo de Cristo, una
comunidad compuesta de miembros vivos, unidos a Él y entre sí por una misma vida.
Éste es el sentido de la invitación que Pablo hace a los corintios (II lectura):
seguir a Jesús significa transformarse en Iglesia, y en la Iglesia todas las vocaciones,
todos los modos de discipulado es precioso porque está unido a los otros e inserta en
la vida de Cristo mismo.
Así, en las situaciones en las cuales vivimos, también nosotros podemos
repetir con el salmo 39: “He aquí que vengo, Señor, para hacer Tu Voluntad”.
Descubramos entonces el verdadero sacrificio que Dios espera: el don de
nosotros mismos como respuesta a la llamada divina.
El Evangelio nos muestra cómo Jesús toma la iniciativa de llamar hacia sí los
primeros dos discípulos.
Y los encuentra metidos, trabajando en las cosas y en los lugares donde
normalmente se desarrollan sus actividades y su vida cotidiana.
Y ellos responden de modo pleno, total, y entran de lleno, y sin “extrañitis” de
ninguna clase, en la nueva realidad de los llamados.
“¿Qué buscan?”,
les preguntó Jesús.
Y también a nosotros se nos hace hoy esta pregunta:
¿Qué buscamos, que pretendemos, que esperamos yendo detrás del Señor?
¿Cuál es el sentido de nuestra fe cristiana, que determina (o al menos debería
hacerlo!) un nuevo estilo de vida?
Y Juan, ya viejito cuando se escribe su Evangelio, no se olvidó jamás de
aquella hora, las más sagrada, la más importante de su vida: “eran cerca de las cuatro
de la tarde”...
La hora del Encuentro de los encuentros.
La hora del Amor de los amores.
La hora de EL AMIGO, del Señor...
Cada uno de nosotros tiene, en su historia personal, un momento semejante.
Puede que esté más o menos vivo, más o menos presente, más o menos
desdibujado... pero sin dudas está.
Busquémoslo... Re-cordémoslo (es decir, volvamos a pasarlo por el
corazón)... Porque también nosotros, desde aquella hora, podemos decir:
“Hemos encontrado al Mesías”
Amén