Ciclo B. Solemnidad. La Santísima Trinidad
Pedro Guillén Goñi, C.M.
La Santísima Trinidad es una fiesta transversal, que de una manera u otra está
presente en todas nuestras celebraciones. Pero hoy queremos celebrar este
misterio de manera específica, fijando nuestra mente y nuestro corazón no
aisladamente en el Padre, en el Hijo o en el Espíritu sino en la comunión del Padre,
del Hijo y del Espíritu. La mirada no es puramente racional, nuestra mente nunca
llegará a comprender el misterio, sino desde la simbología, el corazón y, sobre
todo, la fe.
Dios es amor. El amor se manifiesta entre personas y por eso creemos firmemente
en la fiesta que celebramos en el día de hoy: la Santísima Trinidad: “tres personas
distintas en un solo Dios verdadero”. Este misterio desborda nuestra capacidad de
comprensión pero la fe supone el encuentro con el ser que queremos y nada hay
más sencillo y sublime, desde la perspectiva del entendimiento y el afecto humano,
que sentir necesidad y creer en un Dios amor que se entrega por nosotros desde la
acogida y el perdón. Gracias al amor infinito que Dios es en el Padre, Creador, Dios
Hijo Salvador y Redentor, y Dios Espíritu Santo, Vivificador, nosotros hemos
adquirido la dignidad de ser hijos del mismo Dios por el bautismo y hemos recibido
la salvación que se va realizando en este mundo y que culmina con el encuentro,
precisamente con Dios trinitario, en el abrazo y regazo de la eternidad.
El evangelio de hoy (Mt. 18, 16-20) nos recuerda que el amor de Dios al estilo de la
Trinidad debe ser vivido y expansivo. Vivido desde la sensibilidad y compromiso de
llevar a Dios en el corazón y expansivo porque el Señor, como hizo con sus
discípulos nos envía a anunciar el Evangelio, a testimoniar lo que con Él y de Él
hemos aprendido. Su presencia desde el Espíritu, así nos lo anunció en Pentecostés
y se nos recuerda hoy, es garantía de compañía segura y permanente en los
momentos difíciles de la vida.
El amor del Padre, la gracia del Hijo y la comunión del Espíritu Santo, como
decimos en las palabras iniciales de la Eucaristía, configuran nuestra vida de
cristianos y nos hacen sentir la presencia de un Dios cercano y amoroso que
envuelve y transforma nuestra vida.
La fiesta de la Trinidad nos recuerda que todo amor verdadero, por humilde y
pequeño que sea, tiene “sabor de Dios” y, por lo tanto, el amor matrimonial y todas
las formas de vivenciar nuestras relaciones interpersonales, cuando están basadas
en la comprensión, aceptación y tolerancia, son manifestaciones y prolongaciones
del amor trinitario en el mundo en que vivimos. Ante tantas experiencias positivas
relacionadas con el amor en las manifestaciones de la vida
No necesitamos mayores evidencias y comprobaciones para comprender el misterio
de la Trinidad sino, más bien, para descubrir y confiar que el Dios que nos ama
permanece con nosotros ahora y en la eternidad.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)