Ciclo B. Solemnidad. La Santísima Trinidad
Antonio Elduayen, C.M.
Queridos amigos
Los cristianos celebramos hoy el Día de Dios. Su nombre es Trinidad o Unitrino,
porque siendo Uno es tres Personas. Tres Personas distintas y un solo Dios
verdadero, decimos. Y, con Jesús, llamamos Padre, Hijo y Espíritu Santo a esas tres
Personas (Mt 18, 16-20), cada una de las cuales es igualmente Dios. Por lo tanto
igualmente eterno, omnisciente, todopoderoso, santo, etc. Pero no son tres dioses
sino uno solo, un solo Dios. La condición de ser Dios uno en la diversidad, pide de
nosotros el aceptarnos como diferentes, pero al mismo tiempo vivir unidos; y esto
como la mejor manera de honrar a la Santísima Trinidad.
Por lo dicho, nuestro Dios es un maravilloso misterio. Misterio no porque no
podamos saber nada de Él, sino porque es tan rico que siempre quedará mucho
más por saber, desafiándonos a profundizar inagotablemente en el misterio.
¿Recuerdan la anécdota de San Agustín, con aquel niño que quería meter el mar en
su pocito en la arena? Nadie podrá meter en su cabeza el misterio insondable de
Dios Uno y Trino.
Donde hay diferencias es en su naturaleza de Personas y en la función u operación
que atribuimos a cada una de estas tres Divinas Personas. En cuanto Padre, la
Persona del Padre es totalmente distinta a la del Hijo y a la del Espíritu Santo. Y
viceversa. Son realmente tres Personas distintas, más distintas entre Sí que lo que
podemos serlo tú y yo. La Redención y el poder redentor salvífico al Hijo, y la
santificación y el poder santificador al Espíritu Santo.
Al respecto, diríamos que la Santísima Trinidad trabaja hacia fuera en equipo (en
comunidad sería la palabra exacta). Pues si bien atribuimos la Creación al Padre,
ahí están el Hijo (dando la idea) y el Espíritu Santo (revoloteando sobre el caos
hasta sacar el cosmos (Gen 1, 2) Y si bien atribuimos la Redención al Hijo, ahí
están el Padre (con su nuevo proyecto para el mundo (Gen 3, 15) y el Espíritu
Santo (interviniendo en la concepción de Jesús (Lc 1, 34). Pasa lo mismo con la
obra santificadora del Espíritu Santo (enviado por el Padre en nombre o a petición
del Hijo (Jn 14, 26)
Hacer la señal de la cruz, es sin duda la invocación más sencilla, directa y completa,
que tenemos para hacerlo todo en el nombre de Dios Trinidad. Haciendo bien la
señal de la cruz mientras decimos claro “en el nombre del Padre y del Hijo y del
Espíritu Santo”. Sin duda, tiene que agradarle a Dios que lo iniciemos todo en su
nombre y con la señal de la cruz salvadora de Jesús. Les invito a retomar esta vieja
invocación, con la que nos bautizaron y que aprendimos de niños.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)