Solemnidad. La Santísima Trinidad
Segunda Lectura: Rom 8,14-17
“Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios”
Hoy contemplamos la Santísima Trinidad tal como nos la dio a conocer Jesús.
Él nos reveló que Dios es amor “no en la unidad de una sola persona, sino en la
trinidad de una sola sustancia” (Prefacio): es Creador y Padre misericordioso; es
Hijo unigénito, eterna Sabiduría encarnada, muerto y resucitado por nosotros; y,
por último, es Espíritu Santo, que lo mueve todo, el cosmos y la historia, hacia la
plena recapitulación final. Tres Personas que son un solo Dios, porque el Padre es
amor, el Hijo es amor y el Espíritu es amor. Dios es todo amor y sólo amor, amor
purísimo, infinito y eterno. No vive en una espléndida soledad, sino que más bien
es fuente inagotable de vida que se entrega y comunica incesantemente.
Esta fiesta es la fiesta de Dios-Amor, que nos invita a compartir su amor, a
recibir su amor generoso y a responder a Él con un amor agradecido. Las lecturas
de la liturgia de la Palabra nos presentan en el Evangelio el único texto en donde
aparecen nombrados en un mismo pasaje las tres divinas personas: “Padre, Hijo y
Espíritu Santo”. Antes de ello, el texto del Deuteronomio exalta la generosidad de
Dios que ha querido revelarse y comunicar su amor. La lectura del Apóstol nos
habla de la relación con el Padre, gracias al Espíritu Santo, por medio del Espíritu
Santo.
En la Solemnidad de la Santísima Trinidad la liturgia de la palabra nos
propone, como segunda lectura, un pasaje de la carta a los Romanos en el que san
Pablo nos habla del modo como se realiza nuestra relación con las tres divinas
personas, una relación de amor, porque Dios es amor.
Pero… ¿cómo podemos vivir este misterio desde ya aquí en la tierra? Nos lo
explica la Segunda Lectura: “Los que se dejan guiar por el Espíritu de Dios, ésos
son hijos de Dios… y podemos llamar Padre a Dios. Y si somos hijos de Dios
también somos herederos de Dios y coherederos con Cristo” (Rm 8, 14-17).
Ahora bien, la clave está en dejarnos guiar por el Espíritu Santo; es decir, en
ser perceptivos, dóciles y obedientes a sus inspiraciones, que siempre nos llevan a
buscar y cumplir la Voluntad de Dios. El nos irá haciendo semejantes al Hijo. El Hijo
nos dará a conocer al Padre y así seremos herederos con Él, y seremos “glorificados
junto con Él”. (Rom 8, 17)
¿Cómo percibir las inspiraciones del Espíritu Santo? ¿Cómo ser dóciles y
obedientes a esas inspiraciones? La clave está en la oración -la oración sincera. La
oración nos abre al Espíritu Santo. Debemos orar para escuchar al Espíritu Santo. El
es como una suave brisa, a la que hay que estar atentos para poderla percibir (cf. 1
Re 19,11-13). Debemos orar para permitirle que haga en cada uno de nosotros su
obra de santificación.
Así podremos vivir desde la tierra este misterio de la unión de nosotros con
Dios. Y esa unión de nosotros con Dios no se queda allí, sino que tiene, como
consecuencia segura, la unión de nosotros entre sí. Tal vez con esta explicación se
nos haga más fácil comprender esa bellísima y conmovedora oración de Jesús
durante la Ultima Cena con sus Apóstoles, cuando rogó al Padre de esta manera:
“Que ellos sean uno, Padre, como Tú y Yo somos uno. Así seré Yo en ellos y Tú en
Mí, y alcanzarán la perfección de esta unidad” (Jn. 17, 21-23). ¡Unidos cada uno de
nosotros al Dios Trinitario, para así estar unidos entre nosotros por Dios mismo
La Virgen María, con su dócil humildad, se convirtió en esclava del Amor
divino: aceptó la voluntad del Padre y concibió al Hijo por obra del Espíritu Santo.
En ella el Omnipotente se construyó un templo digno de él, e hizo de ella el modelo
y la imagen de la Iglesia, misterio y casa de comunión para todos los hombres. Que
María, espejo de la Santísima Trinidad, nos ayude a crecer en la fe en el misterio
trinitario.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)