Comentario al evangelio del Viernes 08 de Junio del 2012
Otra vez vemos a Jesús en diálogo con el pueblo que lo escucha atento. Como siempre, Jesús
intenta sacar a la gente de su posición cómoda, de sus prejuicios, de sus ideas preconcebidas. En el
tiempo de Jesús toda la esperanza se centraba, parece ser en la venida esperada del Mesías. Pero al
mismo tiempo esa esperanza se centraba también en la figura del rey David. El Mesías esperado iba a
ser hijo de David.
Al decir eso no sólo se referían los maestros de la ley a una descendencia biológica. Querían
señalar una manera de ser, un modelo. Mirando al rey David y las cosas que había hecho se podía
entender lo que iba a ser el Mesías para el pueblo de Israel.
David era el que había dado estabilidad al pueblo por primera vez. Después de los tiempos de
Egipto, el pueblo se había instalado en las llanuras de Palestina. Era la tierra prometida. Pero aquellas
tierras no se consiguieron sin lucha. Los jueces fueron los líderes que ayudaron al pueblo a unirse en
los momentos de dificultad. El primer rey salió un poco loco y no dio al pueblo la estabilidad que
necesitaba. Fue David el que se encargo de hacer de aquel grupo de tribus una nación poderosa. Les
dio una capital y un templo –aunque el definitivo lo construiría su hijo Salomón– en el que adorar a
Dios.
Los judíos del tiempo de Jesús miraban a ese pasado glorioso –más glorioso y más idealizado
cuantos más años pasaban– y añoraban la vuelta a aquellos tiempos. El Mesías esperado debería ser
hijo de David. Les devolvería la independencia frente a los odiados invasores romanos. Les haría otra
vez un pueblo grande y poderoso, temido por sus vecinos. Eso era lo que esperaban.
Jesús cambia esas perspectivas. Si David le llama Señor al Mesías esperado, ¿cómo puede ser hijo
suyo? ¿Cómo se puede pensar que lo único que va a hacer el Mesías va a ser restaurar aquel pasado
supuestamente glorioso? No puede ser que el Mesías se redujese sólo a reproducir el pasado
imaginado. Y no ha sido así. Jesús es el Mesías, el hijo de Dios, y su presencia nos ha traído no el
triunfo del reino de Israel sino el Reino de Dios. Algo muy diferente, totalmente nuevo, que todavía, y
quién sabe por cuanto tiempo, estamos tratando de entender lo que supone de verdad para nuestra vida.
Jesús nos dice que no hay que mirar al pasado sino que Dios está en el futuro, es nuestro futuro. Lo que
esperamos no tiene parangón con nada de nuestro pasado. Es la vida de Dios, es su reino. Es su regalo,
Su don. Su gracia.
Fernando Torres Pérez cmf