IX Domingo del Tiempo Ordinario B
Padre Julio Gonzalez Carretti
DOMINGO
a.- Dt. 5, 12-15: Recuerda que fuiste esclavo en Egipto.
La primera lectura nos recuerda los deberes que tenemos para con la religión, más
concretamente, con Dios nuestro Padre. Un día dedicado exclusivamente al Señor,
el sábado, significa que hay que reconocer que los otros seis días de la semana son
también un regalo de Dios para trabajar, negociar, y el séptimo para honrar y
bendecir, alabar y agradecer todo cuanto Dios ha hecho por su nuevo pueblo la
Iglesia, centrado en la celebración del misterio de la Resurrección de Cristo en la
Eucaristía dominical. El sábado es un día importante de descanso dedicado a honrar
a Yahvé, señalado desde los textos más antiguos (cfr. Ex. 20,8-11; Dt. 5,12-15),
como los de más reciente data (cfr. Ex. 23,12; 34,21). El origen de la celebración
del sabbat, cesar, interrumpir el trabajo, día de descanso, reconocer que Dios es el
dueño de la tierra y del tiempo, un derecho que el hombre reconoce; no trabajar
servirían para tomar conciencia de ello. El Decálogo oficializó todo esto como
precepto semanal. Mientras en la primera versión del Decálogo, la sacerdotal, se
acentúa el descanso de Dios luego de terminar la Creación (cfr. Ex. 20,11), en
cambio, la deuteronomista apunta al éxodo hacia la tierra prometida. Allí el sábado
es para Dios, es decir, tenemos una razón geocéntrica, dedicación a ÉL e imitación
ÉL, la observancia del sábado sería la relación que el hombre establece con Yahvé.
En la otra versión, la razón es antropocéntrica: el sábado es para el hombre,
celebrarlo es para estar en familia, gozar de su libertad y vida social. Esta
motivación social y humanitaria, es una profundización de la salida de Egipto y el
mandato del reposo en la tierra prometida, es la visión propia del Deuteronomio.
Desde el destierro a Babilonia, el sábado se convierte en un signo de identificación,
hasta llegar a ser un mandato observado escrupulosamente (cfr. Neh. 13,15-22;1
Mac.2,32-41), llegando a convertirse en un peso insoportable en los tiempos de
Cristo, perdiendo el sentido de día del Señor, lleno de vida y gozo. Jesús, le
devolvió su carácter humanitario y social, cuando proclama que el sábado es para
el hombre y no el hombre para el sábado como se practicaba en ese momento (cfr.
Mc. 2, 23-28).
b.- 2 Cor. 4, 6-11: La vida de Jesús se manifiesta en nuestra carne mortal.
Pablo defiende su ministerio de la predicación de cara a sus enemigos que lo
critican. Él no adultera la palabra, predica con toda sinceridad y verdad, porque su
inspiración viene de Dios (cfr. 2Cor. 3,5-6; 3,1-2; 3,12). Si no todos acogen su
palabra es por sus malas disposiciones, provocadas por el dios de este mundo, el
demonio, impidiéndoles que conozcan a Cristo, en quien resplandece la imagen de
Dios (2 Cor. 4, 3-4; 2,11; Ef.2,2; Jn. 12,31). La gloria de Dios, inaccesible hasta
ahora, reverbera en el rostro de Cristo, como un tiempo en Moisés, pero que ahora
contemplamos en Jesús todas las perfecciones divinas
(cfr. Col.1,15; Hb.1,3; Jn.1,18; 2 Cor. 3,7). Los que no aceptan el evangelio son
culpables, no el predicador, ya que ellos no se predican a sí mismo, para ganar
adeptos, sino que hablan únicamente de Cristo, auténtico Señor (cfr. 1 Cor. 8,6).
Es Dios, el que hizo brillar la luz en las tinieblas, ahora ha iluminados sus
corazones, para anuncien el evangelio, reflejo de la gloria de Dios (v.6). Si bien
Pablo habla en plural a todos los apóstoles, está pensando en su propio testimonio,
cuando el Señor con su luz iluminó su vida camino de Damasco (cfr. Gn.1,3; Gal.
1,15-16). En un segundo momento el apóstol habla de los ministros de la Iglesia
haciendo un contrapunto entre lo que no son y lo que puede la fuerza
extraordinaria de Dios. Es el modo resalta más la grandeza y poder de Dios en la
difusión del Evangelio. Los vasos de barro, refleja al hombre entero, no sólo su
cuerpo, sujeto a miserias y debilidades, pero llevan un tesoro, el ministerio de la
predicación y reconciliación, han recibido una dignidad que sólo Dios les podía
confiar (cfr. Gn. 2,7). Con imágenes que hablan de las luchas de los atletas,
compara la vida de los apóstoles y la define como un conjunto de luchas y
temblores, victorias en medio de debilidades, el hombre y la gracia (vv.8-9). En
otras palabras, llevan en su cuerpo, en su carne la muerte de Jesús, para que
también la vida de Cristo se refleje en su cuerpo. En la mente de Pablo, el apóstol,
el ministro, debe ser una imagen de la vida de Cristo. En ella encontramos dos
aspectos fundamentales: el Cristo paciente o sufriente, que muere para redimir a
los hombres y el Cristo glorioso, fruto de la pasión, muerte y resurrección. Esa vida
se debe reflejar en sus ministros: tribulaciones, vividas muy unidas a las de Cristo,
hasta forma una unidad, por otra parte, una vida interior capaz de resistir las
tribulaciones, y que a su tiempo, será premiada en el cielo, junto a Cristo
resucitado (cfr. 2Cor. 1,5; Col.1,24). Esa muerte de Cristo actúa en la vida de los
ministros, para que la vida de Cristo la puedan aprovechar los fieles, pero dejando
en claro que quien comunica esa vida es el primero en participar en ella, es decir, el
apóstol, cuyo hombre interior se renueva día a día, puesta su mirada en las cosas
invisibles, que son eternas (2Cor. 4,16).
c.- Mc. 2,23; 3,6: El Hijo del hombre es Señor, también del sábado.
El evangelio nos presenta las disputas de Cristo Jesús con los fariseos acerca de lo
que está o no permitido realizar el sábado. Arrancar espigas para saciar el hambre
no estaba permitido, según el parecer de los fariseos, por considerarlo un trabajo.
Jesús les recuerda el gesto de David. “El les dice: ¿Nunca habéis leído lo que hizo
David cuando tuvo necesidad, y él y los que le acompañaban sintieron hambre,
cómo entró en la Casa de Dios, en tiempos del Sumo Sacerdote Abiatar, y comió los
panes de la presencia, que sólo a los sacerdotes es lícito comer, y dio también a los
que estaban con él?» Y les dijo: «El sábado ha sido instituido para el hombre y no
el hombre para el sábado. De suerte que el Hijo del hombre también es señor del
sábado.» (vv. 25-28; cfr. 1Sam.21, 2-7; Ex.25,23ss). Queda claro que el hombre
está por encima del sábado, sobre todo cuando está en necesidad su vida o sus
derechos. Jesucristo se pone al lado del hombre necesitado, lo que hace que todo
nuestro culto esté sujeto a primero satisfacer las necesidades básicas del hombre
sus derechos y luego el culto. El otro pasaje del hombre con parálisis presenta la
misma situación: ¿está permitido sanar a ese enfermo en sábado, más aún, en la
misma sinagoga? Jesús no lo duda un instante:“Dice al hombre que tenía la mano
seca: «Levántate ahí en medio.» Y les dice: «¿Es lícito en sábado hacer el bien en
vez del mal, salvar una vida en vez de destruirla?» Pero ellos callaban. Entonces,
mirándoles con ira, apenado por la dureza de su corazón, dice al hombre:
Extiende la mano. El la extendió y quedó restablecida su mano.” (Mc. 3, 3-5).
Debemos aprender a respetar el día del Señor asistiendo a la Eucaristía dominical,
pero viendo a un necesitado no dudar en ayudar a quien lo necesite para no caer en
el legalismo o ritualismo de desentendernos de la posible que podamos realizar.
Jesús quiere que nuestra religión sea lo más verdadera posible evitando toda
hipocresía posible.
Santa Teresa de Jesús, nos invita a conocernos a nosotros mismo para andar por la
vida con rectitud de intención a la hora de servir a Dios. “Y, aunque esto del
conocimiento propio jamás se ha de dejar, ni hay alma en este camino tan gigante
que no haya menester muchas veces tornar a ser niño y a mamar y esto jamás se
olvide, quizá lo diré más veces, porque importa mucho , porque no hay estado de
oración tan subido que muchas veces no sea necesario tornar al principio; y en esto
de los pecados y conocimiento propio es el pan con que todos los manjares se han
de comer, por delicados que sean, en este camino de oración, y sin este pan no se
podrían sustentar. Mas hase de comer con tasa, que después que un alma se ve ya
rendida y entiende claro no tiene cosa buena de sí, y se ve avergonzada delante de
tan gran Rey, y ve lo poco que le paga para lo mucho que le debe, ¿qué necesidad
hay de gastar el tiempo aquí?, sino irnos a otras cosas que el Señor pone delante, y
no es razón las dejemos, que Su Majestad sabe mejor que nosotros de lo que nos
conviene comer” (Vida 13,15).