IX Semana del Tiempo Ordinario (Año Par)
Padre Julio Gonzalez Carretti
MARTES
Lecturas
a.- 2Pe. 3, 12-15.17-18: Esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva.
b.- Mc. 12,13-17: El tributo al César.
En el evangelio tenemos a fariseos y herodianos juntos, frente a Jesús para
consultarle acerca del tributo, que como ciudadanos, debían pagar al César; esto no
podía ser sino una trampa, o una pregunta capciosa. Si decía que sí, debían
pagarlo, se convertía en idólatra porque el emperador romano, se consideraba una
divinidad; además lo podían acusar de colaborador con el poder imperial. Si su
respuesta era negativa, lo podían igualmente acusar de ser un rebelde, soliviantar
al pueblo a la rebelión, y a no cumplir la ley establecida por el poder pagano. Sin
embargo, hay que hacer notar, que si bien la pregunta iba torcida, los fariseos
tenían un buen concepto del Maestro de Nazaret: lo consideran veraz, y que enseña
el camino de Dios (v.14). ¿Lo creían de verdad o había oído hablar así de Él? No lo
sabemos, pero al menos conocemos lo que se decía de ÉL, en esos ambientes
partidistas. Si sorprende la forma, en que estos fariseos y herodianos se presentan
a Jesús, más admirable es la respuesta que les brinda a su interrogante: “Mas él,
dándose cuenta de su hipocresía, les dijo: «¿Por qué me tentáis? Traedme un
denario, que lo vea.» Se lo trajeron y les dice: «¿De quién es esta imagen y la
inscripción?» Ellos le dijeron: «Del César.» Jesús les dijo: «Lo del César,
devolvédselo al César, y lo de Dios, a Dios.» Y se maravillaban de él.” (vv. 15-17).
Hoy no resulta fácil equilibrar esta doble pertenencia a la sociedad y a Dios, porque
puestos a pensar un poco, pareciera que le damos más al César que a Dios, vivimos
más para el consumismo, las cosas materiales, que para las realidades de la fe. Lo
más sano será vivir la fe, no como un deber, sino como una respuesta integradora
de la realidad que nos toca vivir día a día, donde tratamos de encontrar al Señor,
para darle una visión de creyente a eso que hacemos diariamente: estar con la
familia, trabajar, estudiar, orar, etc. Para dar a Dios, tenemos que ser conscientes
de cuánto hemos recibido, hasta percibir sus dádivas día a día. Es la respuesta a la
inmensa bondad de Dios, la mirada de fe y trascendencia comprometida, por todo
lo que hemos recibido. Amor con amor se paga. Como cristianos, vivimos en una
sociedad que nos reconoce como ciudadanos que tienen derechos y deberes que
cumplir para sí entendernos, y vivir en forma lo más civilizada y justa posible. Lo
contrario sería un caos. Ahora el cristiano, desde su vida dedicada a Dios
contempla, porque tiene una mirada propia de la realidad, que quiere transformar
desde dentro con su testimonio. Su vida de familia, su vida profesional, su
testimonio de creyente, lo que haga por el prójimo, será su modo como cristiano de
darle a Dios y a la sociedad lo que corresponde. Hay, sin embargo, muchos que
viven su relación con la sociedad no desde Dios, sino desde sí mismos, y dan a la
sociedad mucho más de lo que es posible ofrecerle, ya que sin tener una opinión
propia, viven al dictado de los criterios del mundo. Ahí no hay sino vaciedad, y
muchas veces un sin sentido por la propia existencia. Hoy más que nunca, se
necesita tener claro lo que debemos a Dios y a la sociedad. Ser cristiano, hoy
significa ser luz y sal, testigo y profeta, poseer un sentido para la propia existencia,
y la de nuestros hermanos en la sociedad que construimos.
Santa Teresa de Jesús, justicia y fortaleza han de ser dos virtudes con las que hay
que contar para hacer de la vida cristiana un auténtico servicio a Dios y al prójimo;
la oración un servicio que nunca debemos dejar de lado, con el pretexto de servir al
hermano. “Hase de notar mucho, y dígolo porque lo sé por experiencia, que el alma
que en este camino de oración mental comienza a caminar con determinación, y
puede acabar consigo de no hacer mucho caso, ni consolarse ni desconsolarse
mucho porque falten estos gustos y ternura, o la dé el Señor, que tiene andado
gran parte del camino. Y no haya miedo de tornar atrás, aunque más tropiece,
porque va comenzado el edificio en firme fundamento. Sí, que no está el amor de
Dios en tener lágrimas, ni estos gustos y ternura que por la mayor parte los
deseamos y consolamos con ellos; sino en servir con justicia y fortaleza de alma y
humildad. Recibir, más me parece a mí eso, que no dar nosotros nada. (Vida
11,13).