IX Semana del Tiempo Ordinario (Año Par)
Padre Julio Gonzalez Carretti
MIERCOLES
a.- 2Tim. 1, 1-3.6-12: Aviva el fuego de la gracia de Dios.
b.- Mc. 12, 18-27: La resurrección de los muertos.
En el evangelio, encontramos a los saduceos, partido religioso, que negaban la
resurrección, cosa que sí afirmaban los fariseos, por lo tanto, cercanos a Jesucristo.
El caso que le ponen a Jesús, se basa en la ley del levirato (cfr. Dt. 25, 5; Gn. 38,
8), según la cual, la viuda debía unirse al hermano del difunto fallecido, para que le
diera descendencia. En esta hipótesis siete hermanos tuvieron a la misma mujer,
en la vida eterna, cuando resuciten, ¿de quién será la mujer, si todos los hermanos
la tuvieron por esposa? (v. 23) Jesús establece que en la vida eterna, hombres y
mujeres será como ángeles, es decir, espíritus celestiales. Para confirmar su tesis
sobre la resurrección cita a Ex. 3, 6: “Yo soy el Dios de Abraham, de Isaac, el Dios
de Jacob. No es un Dios de muertos sino de vivos” (v. 26). Lo más importante de
este pasaje, es la noticia de la vida eterna, seremos como ángeles, espíritus
celestiales que alaban a Dios, y contemplan su Rostro por toda la eternidad. Es un
anuncio de su propia resurrección. Es una buena noticia, sobre todo, cuando nos
preguntamos, ¿cómo será esa vida eterna?, a la cual estamos llamados por nuestra
vocación a la santidad. La vida eterna, es la meta de nuestro caminar, por eso, es
tan importante preparar esa vida con la escucha de la Palabra de Dios, la vida
sacramental, particularmente la Reconciliación y la Eucaristía, el primero nos
purifica y renueva la relación con Dios nuestro Padre, el otro nos comunica la vida
de Dios a nuestro espíritu. Es verdad, que la vida nos sumerge en medio de las
preocupaciones propias de nuestra sociedad, pero no olvidemos que todo este
mundo pasa, lo único verdadero es la vida teologal. Una fe que siendo luminosa
también nos oculta, hasta la vida eterna, la plenitud de su contenido; una
esperanza que nos asegura los bienes que ya poseemos en esperanza teologal, y
una caridad, que busca la posesión de Dios, y la unión definitiva en conocimiento y
amor eterno.
Santa Teresa de Jesús, en comunión de amor con los bienaventurados les pide
intercedan por nosotros que todavía caminamos en esta vida hacia la eternidad.
“¡Oh almas que ya gozáis sin temor de vuestro gozo y estáis siempre embebidas en
alabanzas de mi Dios! Venturosa fue vuestra suerte. Qué gran razón tenéis de
ocuparos siempre en estas alabanzas y qué envidia os tiene mi alma, que estáis ya
libres del dolor que dan las ofensas tan grandes que en estos desventurados
tiempos se hacen a mi Dios, y de ver tanto desagradecimiento, y de ver que no se
quiere ver esta multitud de almas que lleva Satanás. ¡Oh bienaventuradas ánimas
celestiales! Ayudad a nuestra miseria y sednos intercesores ante la divina
misericordia, para que nos dé algo de vuestro gozo y reparta con nosotras de ese
claro conocimiento que tenéis. …. ¡Oh ánimas bienaventuradas, que tan bien os
supisteis aprovechar, y comprar heredad tan deleitosa y permaneciente con este
precioso precio!, decidnos: ¿cómo granjeabais con él bien tan sin fin? Ayudadnos,
pues estáis tan cerca de la fuente” (Exclamaciones 13,1.4).