Solemnidad. Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo B
Pautas para la homilia
«Tomad, esto es mi cuerpo.»
¿Cuál es la fuente de donde mana nuestra alegría?
Hay una pregunta que, de una manera o de otra, siempre nos está rondando: ¿Qué
es lo que nos lleva a estar a gusto en la vida, con qué debemos alimentar nuestro
espíritu para que la alegría, el contentamiento y no la tristeza y el desánimo
habiten en nosotros?
Si ya tenemos algunos años, hemos probado diversos alimentos en nuestra vida, y
por experiencia vamos descubriendo lo que de verdad llena nuestro corazón y lo
que le deja vacío. Experimentamos, por ejemplo, que Jesús tiene razón cuando nos
dice que “no sólo de pan vive el hombre”.
Desde dentro, por convicción personal, reconocemos que el pan es necesario para
vivir, pero que no sólo de pan vive el hombre; que el dinero es necesario para vivir,
pero que no sólo de dinero vive el hombre; que las fiestas, diversiones y vacaciones
son convenientes para vivir, pero que no sólo de fiestas, diversiones y vacaciones
vive el hombre… necesitamos algo más.
Jesús se ha preocupado de decirnos qué es lo que realmente nos hace vivir, nos
hace estar a gusto, nos hace estar contentos. Nos indica con qué alimentos
debemos nutrir nuestro corazón: con compasión para saber llorar con los que
sufren; con misericordia y no con mano dura; con pobreza de espíritu y no
ansiando el dinero; con limpieza de corazón y no doblez de corazón; buscando la
paz, la justicia y no sus contrarios; viviendo en amistad con Dios y dialogando con
frecuencia con él, escuchando sus palabras, sus indicaciones, sus promesas para el
más allá de nuestra vida y también para el más acá; en lo que esté de nuestra
parte, viviendo en fraternidad con los demás y sabiendo escucharles; consolando a
los que lo necesiten y no darles nunca la espalda; viviendo en la verdad y no
viviendo envueltos en la mentira y corrupción…
Como resumen de todos los alimentos que nos indica, Jesús nos dice: “Yo soy el
pan de vida, el que come mi cuerpo y bebe mi sangre tiene vida”, mucha vida. Nos
está pidiendo que alimentemos nuestro corazón con su persona, con su amistad,
con los mismos alimentos que él comió… que tengamos sus mismos sentimientos.
Lo nuestro es el proceso de cristificación.
Al final de su vida, en la última Cena, en la primera eucaristía celebrada en este
mundo, nos regala su herencia. ¿Qué herencia nos deja Jesús? No nos deja dinero,
no nos deja tierras o pisos con los que especular y aumentar nuestra cuenta
corriente, no nos deja situados en altos cargos… nos deja, entre otros bienes, la
eucaristía, inventa la eucaristía, que es el resumen de su vida, y luego nos dice:
“Haced esto en memoria mía”. Esta frase tiene dos partes. En primer lugar, nos
pide que repitamos su gesto de la última cena, que tomemos pan y vino y, con su
poder, los trasformemos en su cuerpo y en su sangre y que lo repartamos entre los
comensales. Pero, justamente porque nos ofrece su cuerpo entregado y su sangre
derramada, nos pide algo más, nos pide que entreguemos la vida como él la
entregó. Primero nos recuerda su ejemplo, que no reservó su vida para sí, sino que
por amor vivió en función de nosotros, y, en segundo lugar, nos pide que hagamos
nosotros otro tanto. Todo ello para que podamos saborear la vida, alimentándola
con el amor y todos los hijos del amor. Hay que insistir, “haced esto en memoria
mía” no es sólo convertir el pan en su cuerpo y el vino en su sangre y alimentarnos
con ellos, sino estar dispuestos a entregar nuestro cuerpo y derramar nuestra
sangre en servicio de los demás. Ante la crisis económica que golpea a tantos
países y personas concretas, hagamos nuestro el lema de este día del Corpus:
“Vive sencillamente para que otros, sencillamente, puedan vivir”.
Si Jesús nos ama, podemos amar a los hermanos, lo podemos
conseguir
Desde otro lado, y para llegar a la misma meta, podemos decir que el resumen del
mensaje de Jesús queda expresado en esta frase suya: “Como el Padre me amó,
así yo os he amado… amaos los unos a los otros”.
Porque sabe que el amor es lo que más plenifica nuestro corazón, y que lo de amar
y amar siempre y a todos no es nada fácil, y que, a veces, estamos tentados a no
amar, lo primero que hace es llenarnos de su amor, asegurándonos que nos ama
de verdad, que nos ama realmente y nos sigue amando: “Como el Padre me amó,
así yo os he amado”. Sólo después, se atreve a pedirnos que hagamos nosotros
otro tanto con nuestros hermanos, “amaos los unos a los otros”. San Pablo lo
expresa de otra manera: “El cáliz de nuestra Acción de Gracias ¿no nos une a todos
en la sangre de Cristo? Y el pan que partimos ¿no nos une a todos en el cuerpo de
Cristo?”.
Jesús sigue trabajando nuestro corazón
Tenemos que caer en la cuenta de que cuando nos acercamos a comulgar recibimos
no a Cristo muerto y mudo, sino a Cristo vivo, resucitado y que habla. Si le
dejamos, él nos hablará, seguirá tratando de cambiar, de moldear nuestro corazón
para que sea un corazón como el suyo, un corazón cristiano, tratará de
convencernos de que vivir la vida como él la vivió es el mejor camino para
encontrar esa vida, ese sentido, ese ánimo que todos buscamos y deseamos
encontrar. “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”.
Celebremos agradecidos la fiesta del Cuerpo y la Sangre de Jesús, el que no nos
deja solos, el que nos sigue amando hasta el extremo, hasta el extremo de
regalarnos su cuerpo y su sangre, su persona entera. Con él es mucho más sencillo
recorrer el camino de la vida. La presencia amorosa de Cristo está presidiendo
nuestra historia.
Fray Manuel Santos Sánchez
La Virgen del Camino