D OMINGO XIX, CICLO “B”
+ Continuemos leyendo el capítulo VI del Evangelio de San Juan: discurso de
Jesús en la sinagoga de Cafarnaúm, llamado “discurso del Pan de Vida”.
Los judíos han pedido a Jesús un milagro para poder creer en Él; un milagro
como el de Moisés en el desierto, que alimentó al pueblo con un pan que caía del
cielo, llamado “maná”.
Pero Jesús les responde que el verdadero pan que baja del cielo es Él mismo ...
cosa que los judíos no aceptan... “Acaso este no es Jesús, el hijo de José, y del cual
nosotros conocemos el padre y la madre? ¿Cómo es que ahora dice « He bajado del
cielo»?”... Para ellos, Jesús era un hombre como todos los demás.
+ Por eso Jesús comienza esta última parte del discurso diciéndoles que no
pierdan tiempo en discusiones inútiles. Porque para poder reconocer quien es Jesús es
necesario tener fe ; y para tener fe es también necesario que Dios, nuestro Padre del
Cielo, nos regale ese don de la fe. Porque la fe, esa capacidad que nos permite
descubrir la verdadera identidad de Jesús, no proviene del esfuerzo humano ; no la
tienen los que quieren, sino aquellos a quienes Dios se la concede .
La mirada simplemente humana, aún la mejor dispuesta, únicamente podrá
ver en Jesús al hijo de una familia de Nazareth. Algunos quizás lleguen a admirarlo y
reconocerlo como un gran hombre y un gran maestro de la humanidad… Pero
solamente la fe nos puede dar la facultad de ver en Él al Hijo de Dios que existe
desde siempre y para siempre, y que sin dejar de ser Dios, se ha hecho hombre por
nosotros y nuestra salvación. Y la fe no nace de nuestra reflexión ni de nuestro
estudio, ni de nuestra buena voluntad: Dios Padre la regala , y si no la tenemos
debemos pedirla insistentemente.
+ Jesús dice que creer en Él implica reconocer que Él es el Pan que baja del
Cielo... Por lo tanto, la fe es mucho más que aceptar con la inteligencia (“Creo que
Dios existe...”: los demonios también, y tiemblan... )
Si decimos que tenemos fe, debemos alimentarnos de ella.
No basta “mirar” el pan sobre la mesa, y admitir que está allí para
alimentarse... El pan no cumple su función si no es asimilado como alimento.
Tener fe en Jesús implica no sólo aceptarlo con la inteligencia, como
verdadero Dios y hombre, sino también asimilarlo con todo nuestro ser (como se hace
con la comida): Cristo, Pan de Vida, tiene que ser todo en nosotros: de Él recibimos
todo lo que necesitamos para vivir y para actuar .
+ Cuando sentimos que vivir cristianamente es difícil; cuando la vida se nos
torna demasiado cuesta arriba; cuando experimentamos las innumerables limitaciones
de nuestras fuerzas, y las debilidades de nuestra humanidad, recordemos que si nos
alimentamos con el Pan que desciende del cielo; si nos unimos a Cristo por la fe, de
tal modo que Él sea nuestra vida, comenzaremos a vivir nuestra existencia de otra
manera: alimentados con el Pan de Vida podemos realizar el ideal cristiano, podemos
superar todas las pruebas y dificultades, e incluso resucitaremos después que nos
haya alcanzado la muerte de nuestro cuerpo.
¿Porqué?
Porque tendremos en nosotros la fuerza de Dios, al alimentarnos con el
Cuerpo y la Sangre de Cristo.
+ Y todo esto, no de un modo “abstracto”, “ideal”, sentimentaloide”, sino
bien concreto: bajo la apariencia de pan, para que podamos verlo y llevarlo a nuestra
boca, para alimentarnos con él.
Bajo apariencias humildes, recibimos al verdadero y único Jesús, en su
Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad. Y alimentados así llevamos ya en nosotros la
vida de Cristo, que él dio por nosotros en su Pasión y muerte; nuestro corazón se
llena de gracia divina; y queda sembrada en nosotros la semilla de nuestra propia
resurrección.
Este alimento no se transforma en nosotros, sino nosotros en Él: nos
“cristificamos”.
+ Acrecentemos nuestra fe en Jesús-Eucaristía: que siempre lo busquemos,
que siempre lo deseemos, para poder tener en nosotros la fuerza que nos hará
perseverar y vencer las dificultades (cfr. Elías en la I ª Lectura), y que nos hará vivir
en el amor como Cristo.
Amén.
Padre Dr. Juan Pablo Esquivel