Solemnidad del Corpus Christi, ciclo B.
Comentario sobre MC. 14, 1-25.
1. El complot para prender a Jesús.
“Dos días después era la pascua, y la fiesta de los panes sin levadura; y
buscaban los principales sacerdotes y los escribas cómo prenderle por engaño y
matarle. Y decían: No durante la fiesta para que no se haga alboroto del pueblo”
(MC. 14, 1-2).
¿Por qué querían los enemigos del Señor exterminar al Mesías?
Según San Marcos, Jesús curó a un paralítico en Cafarnaúm (MC. 2, 1-12). Antes
de devolverle la salud física al citado enfermo, Nuestro Salvador le perdonó sus
pecados (MC. 2, 5), lo cual alertó a los escribas que contemplaron aquel signo (MC.
2, 6-7), dado que Dios es el único que tiene potestad para perdonar pecados. El
hecho de que Jesús perdonara los pecados del paralítico, fue interpretado como
blasfemo, ya que sus opositores entendieron que se hizo pasar por Dios, lo cual, -
según la Ley mosaica-, lo hacía digno de ser lapidado.
En contra de las creencias de los fanáticos de la pureza, Jesús no hizo acepción
de personas a la hora de escoger a sus seguidores, así pues, no tuvo reparo alguno
en llamar a sus filas al futuro San Mateo, quien era recaudador de impuestos
imperial, lo cual hacía que sus hermanos lo vieran como renegado de su raza y su
fe, por el hecho de trabajar para los conquistadores (MC. 2, 13-17).
Jesús no cumplía las prescripciones religiosas mecánicamente, y se distanció de
las prácticas del Judaísmo oficial, por ejemplo, tratando la práctica del ayuno como
acto penitencial, y no como formalismo que había de ser llevado a cabo, porque
mucha gente lo practicaba (MC. 2, 18-23).
A pesar de que existía la prohibición de que en día sabático no se realizara
ninguna actividad laboral, el Señor permitió que sus seguidores cogieran espigas de
trigo para comérselas, porque “el día de reposo fue hecho por causa del hombre, y
no el hombre por causa del día de reposo” (MC. 2, 23-28).
Dado que Jesús, además de no abrazar las creencias de sus enemigos sin
cuestionarlas, curó a un enfermo durante un acto de culto en día de sábado, los
fariseos se reunieron con los seguidores de Herodes para asesinarlo (MC. 3, 1-6).
Mientras que los enemigos de Jesús buscaban la forma de eliminar al Mesías, el
número de seguidores del Señor aumentaba rápidamente, aunque Nuestro Salvador
se cuidaba de la ira de quienes se exaltaban fácilmente (MC. 3, 7-12).
Jesús tuvo constantes enfrentamientos con los fariseos y saduceos, pues los tales
lo confrontaban de tal forma que, independientemente de las respuestas con que
contestaba sus preguntas, intentaban hacerle quedar como charlatán ante sus
seguidores. (Vé. MC. 2, 13-28. 8, 11-13. 10, 1-12. 12, 13-40).
¿Eran las creencias de Jesús la causa por la que sus enemigos lo asesinaron?
Jesús no fue crucificado por decir de Sí mismo que es Hijo de Dios, sino por actuar
violentamente contra el ejercicio de la actividad comercial del Templo
jerosolimitano, de que se beneficiaban en gran manera los saduceos, -es decir, la
clase sacerdotal gobernante, que era tan poderosa, que ejercía influencia en la
elección de las autoridades civiles, que llevaban a cabo los romanos-. (Vé. JN. 2,
13-25).
2. Jesús es ungido en Betania.
“Pero estando él en Betania, en casa de Simón el leproso, y sentado a la mesa,
vino una mujer con un vaso de alabastro de perfume de nardo puro de mucho
precio; y quebrando el vaso de alabastro, se lo derramó sobre su cabeza. Y hubo
algunos que se enojaron dentro de sí, y dijeron: ¿Para qué se ha hecho este
desperdicio de perfume? Porque podía haberse vendido por más de trescientos
denarios, y haberse dado a los pobres. Y murmuraban contra ella. Pero Jesús dijo:
Dejadla, ¿por qué la molestáis? Buena obra me ha hecho. Siempre tendréis a los
pobres con vosotros, y cuando queráis les podréis hacer bien; pero a mí no siempre
me tendréis. Esta ha hecho lo que podía; porque se ha anticipado a ungir mi cuerpo
para la sepultura. De cierto os digo que dondequiera que se predique este
evangelio, en todo el mundo, también se contará lo que ésta ha hecho, para
memoria de ella” (MC. 14, 3-9).
Una mujer derramó un perfume muy caro sobre la cabeza de Jesús. Hay quienes
afirman que la Iglesia tiene muchas riquezas que no pone al servicio de los más
menesterosos del mundo, y tampoco faltan quienes dicen que si tuvieran mucho
dinero harían grandes obras de caridad, aunque muchos de ellos, que no son
inmensamente ricos, evitan a toda costa beneficiar a quienes tienen menos
recursos para sobrevivir. San Juan, en los primeros versículos del capítulo 12 de su
Evangelio, nos dice que fue Judas quien protestó por causa de la unción de Jesús
(JN. 12, 4-6), pero su protesta no fue causada por el bienestar de los pobres a
quienes, aunque defendió para quedar bien, le tenían sin cuidado, pues, siendo el
administrador del dinero de Jesús y su comunidad apostólica, era ladrón, y buscaba
la forma de quedarse para sí, con la mayor cantidad de dinero posible.
Cuando Jesús les dijo a quienes protestaron por causa de su unción por parte de
la mujer cuyo nombre no menciona San Marcos: “Siempre tendréis a los pobres con
vosotros” (CF. MC. 14, 7), no quiso darles a entender que no estaba interesado en
que los menesterosos tuvieran una vida digna, ni que debían buscarle en el interior
de su alma o en lugares destinados al culto sagrado en que podrían olvidarse tanto
de los pobres como de sus problemas temporalmente, pues les recitó un fragmento
de un texto del Antiguo Testamento, que todos conocían de memoria.
“Porque no faltarán menesterosos en medio de la tierra; por eso yo te mando,
diciendo: Abrirás tu mano a tu hermano, al pobre y al menesteroso en tu tierra”
(DT. 15, 11).
En el transcurso de esta meditación, hemos considerado la actitud de quienes
decidieron asesinar a Jesús porque el Señor no se adaptaba a su modo de vivir la
religiosidad, la forma de actuar de quienes tenían la misma pretensión de adaptar
al Señor a la consecución de sus intereses sin ejercer violencia sobre el Mesías, y el
comportamiento de la mujer que simplemente ungió al Señor, haciendo de tal acto
un gesto de adoración por cuanto era consciente de la grandeza de Jesús, y de
penitencia, porque no podía olvidar su pequeñez. Jesús alabó el gesto de la mujer
que no escatimó dinero para homenajearlo, pero no lo hizo por su excesivo apego a
las riquezas materiales de las que sabía que esclavizan a las almas y las alejan
tanto de Dios como de sus hijos los hombres, pues ello se debió a la sinceridad con
que ella hizo de El su Señor, es decir, puso su vida a disposición de Nuestro
Redentor, para cumplir su voluntad.
San Marcos no dejó constancia en su Evangelio del nombre de tan extraordinaria
mujer, que, a pesar de ser marginada socialmente por no ser hombre, tuvo la
valentía de adorar al Mesías públicamente, por medio de su humillación. La omisión
del nombre de la citada mujer por parte de San Marcos, nos hace pensar hasta qué
punto estamos dispuestos a servir a Jesús, tanto orando, como en las personas de
nuestros prójimos los hombres.
3. Judas se ofrece a entregarles a Jesús a sus enemigos.
"Entonces Judas Iscariote, uno de los doce, fue a los principales sacerdotes para
entregárselo. Ellos, al oírlo, se alegraron, y prometieron darle dinero. Y Judas
buscaba oportunidad para entregarle" (MC. 14, 10-11).
Judas no logró adueñarse del perfume con que Jesús fue ungido para venderlo y
ganar una sustanciosa cantidad de dinero, pero cambió a su Maestro por el dinero
que ganaba un campesino trabajando durante un mes, el precio por el que se
compraban los esclavos. Los saduceos necesitaban que Jesús fuera privado de su
libertad para poder tratarlo como un hombre sin dignidad, así pues, esa fue la
causa por la que decidieron comprar la libertad de Nuestro Redentor.
¿Por qué vendió Judas a Jesús? Judas era un hombre culto que quizás no vendió
a su Maestro por odio, sino porque, dado que Jesús no era violento, y el citado
Apóstol de Nuestro Salvador quería apoyar a los zelotes en su lucha sin cuartel
contra el poder imperial, decidió presionar al Señor, para probar si, al verse entre la
vida y la muerte, el Mesías reaccionaba, y llevaba a cabo su propósito.
4. La institución de la Eucaristía.
"El primer día de la fiesta de los panes sin levadura, cuando sacrificaban el
cordero de la pascua, sus discípulos le dijeron: ¿Dónde quieres que vayamos a
preparar para que comas la pascua?" (MC. 14, 12).
La pregunta que los discípulos de Jesús le hicieron al Hijo de María, nos hace
plantearnos estas cuestiones:
¿Qué es la Eucaristía?
¿Qué debemos hacer para disponernos a celebrar la Eucaristía?
¿Debemos prepararnos a celebrar la Cena del Señor por medio de la recitación de
oraciones, o también debe influir en nuestra preparación a recibir al Mesías, la
disposición a hacer el bien, en beneficio de quienes tienen carencias espirituales y
materiales?
¿Creemos que la celebración de la Eucaristía constituye el centro de nuestra vida,
porque participamos espiritualmente en el sacrificio de Jesús, por medio de
nuestras constantes oraciones y obras de caridad?
"Y envió dos de sus discípulos, y les dijo: Id a la ciudad, y os saldrá al encuentro
un hombre que lleva un cántaro de agua; seguidle, y donde entrare, decid al señor
de la casa: El Maestro dice: ¿Dónde está el aposento donde he de comer la pascua
con mis discípulos? Y él os mostrará un gran aposento alto ya dispuesto; preparad
para nosotros allí. Fueron sus discípulos y entraron en la ciudad, y hallaron como
les había dicho; y prepararon la pascua. Y cuando llegó la noche, vino él con los
doce. Y cuando se sentaron a la mesa, mientras comían, dijo Jesús: De cierto os
digo que uno de vosotros, que come conmigo, me va a entregar. Entonces ellos
comenzaron a entristecerse, y a decirle uno por uno: ¿Seré yo? Y el otro: ¿Seré yo?
El, respondiendo, les dijo: Es uno de los doce, el que moja conmigo en el plato. A la
verdad el Hijo del Hombre va, según está escrito de él, mas ¡ay de aquel hombre
por quien el Hijo del Hombre es entregado! Bueno le fuera a ese hombre no haber
nacido" (MC. 14, 13-21).
En el versículo 12, los discípulos le preguntan a Jesús que dónde quiere que le
preparen la Pascua, y, en el versículo 15, Jesús no les da a entender que tienen que
preparar la celebración pascual para El, sino para todos. Este hecho me sugiere que
la celebración de la Eucaristía no solo debe ser preparada individualmente, pues
también ha de hacerse en comunidad, tal como se vive la celebración sacramental.
Jesús les anunció a sus amigos que iba a ser traicionado por uno a quien más le
valdría no haber nacido, no porque iba a caer sobre él la ira divina, sino porque no
se perdonaría el hecho de haber traicionado a su Señor.
5. La consagración del pan.
"Y mientras comían, Jesús tomó pan y bendijo, y lo partió y les dio, diciendo:
Tomad, esto es mi cuerpo" (MC. 14, 22).
Jesús es un pan que se parte y se comparte entre quienes creemos en El.
Veamos cómo podemos ofrecernos a Dios por medio de una vida piadosa, tanto de
oración, como de servicio a Nuestro Santo Padre, en los necesitados de dádivas
espirituales y materiales.
"Y salió Jesús y vio una gran multitud, y tuvo compasión de ellos, porque eran
como ovejas que no tenían pastor;y comenzó a enseñarles muchas cosas" (MC. 6,
34).
En el mundo no solo hay hambrientos de pan, pues también hay sedientos de
justicia, y gente que carece de la esperanza necesaria para vivir. La pobreza que
más destaca es la material, pero también existe el dolor que no se ve ni se palpa de
quienes no pueden llevar a cabo sus aspiraciones, y dependen de la solidaridad de
quienes les prestan su inestimable ayuda. No pensemos que nuestras dificultades
son las más difíciles de soportar, y tendámosles una mano a quienes, en su dolor,
nos enseñarán a quejarnos menos por causa de nuestros problemas, porque en el
mundo hay quienes sufren más que nosotros. Acojamos a las ovejas que vagan por
el mundo sin pastor, y sufren las consecuencias dramáticas de su abandono.
La predicación del Evangelio, además de enseñarnos a combatir las diferentes
formas de pobreza que existen, nos hace más soportables nuestros problemas. La
predicación del Evangelio nos enseña que toda nuestra vida es una celebración
eucarística cuyo propósito es glorificar el Santo Nombre de Dios, haciéndole feliz en
quienes más necesitan saber que tienen un Padre celestial que jamás se olvidará de
ellos.
"Cuando ya era muy avanzada la hora, sus discípulos se acercaron a él, diciendo:
El lugar es desierto, y la hora ya muy avanzada. Despídelos para que vayan a los
campos y aldeas de alrededor, y compren pan, pues no tienen qué comer.
Respondiendo él, les dijo: Dadles vosotros de comer. Ellos le dijeron: ¿Que
vayamos y compremos pan por doscientos denarios, y les demos de comer?" (MC.
6, 35-37).
Quizá, cuando tenemos noticias de quienes sufren las diferentes formas de
pobreza que existen, pensamos que hay quienes se ocupan de ellos, y nos
desentendemos del padecimiento de quienes tienen mayores dificultades. Esto fue
lo que les sucedió a los discípulos de Jesús, cuando se vieron ante una multitud
hambrienta, y pensaron que no tenían comida suficiente para alimentarla. Quizá
nosotros a veces rechazamos oportunidades de hacer una pequeña obra de caridad
por medio de la entrega de un pequeño donativo o pronunciando unas palabras
consoladoras, porque pensamos que no podemos solventar los problemas de que
somos testigos. En tales circunstancias, Jesús nos anima a hacer lo que nos
corresponde como cristianos. En las multiplicaciones de los panes que se nos narran
en los Evangelios, el hecho de compartir los alimentos que tenían las multitudes,
logró el milagro, no solo de que nadie pasara hambre, sino de que sobraran
alimentos. Igualmente, si fuéramos más caritativos con quienes sufren cualquier
tipo de pobreza, sin renunciar a nuestro status social, exterminaríamos muchas
miserias de la haz de la tierra.
6. La consagración del vino.
"Y tomando la copa, y habiendo dado gracias, les dio; y bebieron de ella todos. Y
les dijo: Esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada" (MC.
14, 23-24).
Veamos lo que sucedió, cuando los hermanos Jacobo y Juan, le pidieron a Jesús
que los sentara en su Reino, al uno a su derecha, y, al otro, a su izquierda.
"Entonces Jacobo y Juan, hijos de Zebedeo, se le acercaron, diciendo: Maestro,
querríamos que nos hagas lo que pidiéremos. El les dijo: ¿Qué queréis que os
haga? Ellos le dijeron: Concédenos que en tu gloria nos sentemos el uno a tu
derecha, y el otro a tu izquierda. Entonces Jesús les dijo: No sabéis lo que pedís.
¿Podéis beber del vaso que yo bebo, o ser bautizados con el bautismo con que yo
soy bautizado? Ellos dijeron: Podemos. Jesús les dijo: A la verdad, del vaso que yo
bebo, beberéis, y con el bautismo con que yo soy bautizado, seréis bautizados;
pero el sentaros a mi derecha y a mi izquierda, no es mío darlo, sino a aquellos
para quienes está preparado" (MC. 10, 35-40).
Mientras los apodados Boanerges (hijos del trueno) por su animosidad le pidieron
a Jesús que les concediera puestos de honor en su Reino, el Señor les profetizó que
compartirían su padecimiento, pues tal es el significado del cáliz que deducimos al
leer el Evangelio de San Marcos. Sabemos que en nuestra vida se completa la
Pasión de Jesús, porque sufrimos, y corremos el riesgo de no ser comprendidos
cuando actuamos como hijos de Dios.
Hagamos de nuestra vida una celebración eucarística larga y gozosa. Seamos
como el pan de la hermandad de los hombres, y el vino del gozo tan necesitado por
la mayor parte de la humanidad, aunque, en ocasiones, ello nos haga partícipes de
la Pasión de Nuestro Salvador, cuya gloria anhelamos.
"De cierto os digo que no beberé más del fruto de la vid, hasta aquel día en que
lo beba nuevo en el reino de Dios" (MC. 14, 25).
Jesús les dijo a sus amigos que no bebería más del fruto de la vid hasta que
concluyera la plena instauración de su Reino en el mundo, indicando que estaba a
punto de vivir su Pasión, y que debemos esperar su gozosa venida, celebrando una
gran eucaristía, por medio del sacrificio que significa la exclusión del mundo de
todos los tipos de pobreza existentes, pues todos somos hermanos. Precisamente,
la palabra Misa, que procede del término latino misio, significa misión, lo cual nos
indica que las celebraciones eucarísticas no terminan en los templos, sino en el
mundo en que tenemos que ser evangelizadores y bienhechores de la humanidad,
en nuestros hogares, en nuestros lugares de trabajo, y en las calles en que vamos
a caminar en compañía del Señor Sacramentado, que está entre nosotros para
bendecirnos, y estimularnos a ayudarlo a dar a conocer su Evangelio de salvación.
José Portillo Pérez
joseportilloperez@gmail.com