Domingo 18 Tiempo Ordinario (Ciclo B)
+ Lectura del santo Evangelio según san Juan
En aquel tiempo, cuando la gente vio que ni Jesús ni sus
discípulos estaban allí, se embarcaron y fueron a Cafarnaún en
busca de Jesús. Al encontrarlo en la otra orilla del lago, le
preguntaron:
- «Maestro, ¿cuándo has venido aquí?».
Jesús les contestó:
- «Os lo aseguro, me buscáis, no porque habéis visto signos, sino
porque comisteis pan hasta saciaros. Trabajad, no por el
alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la
vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre; pues a éste lo ha
sellado el Padre, Dios».
Ellos le preguntaron:
- «Y, ¿qué obras tenemos que hacer para trabajar en lo que Dios
quiere?».
Respondió Jesús:
- «La obra que Dios quiere es ésta: que creáis en el que él ha
enviado».
Le replicaron:
- «¿Y qué signo vemos que haces tú, para que creamos en ti?
¿Cuál es tu obra? Nuestros padres comieron el maná en el
desierto, como está escrito: "Les dio a comer pan del cielo"».
Jesús les replicó:
- «Os aseguro que no fue Moisés quien os dio pan del cielo, sino
que es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo. Porque
el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo».
Entonces le dijeron:
- «Señor, danos siempre de este pan».
Jesús les contestó:
- «Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el
que cree en mí nunca pasará sed».
Palabra del Señor
Homilías
(A)
El domingo pasado veíamos a Jesús dando de comer a los que le
seguían. Hoy le vemos molesto porque le siguen. Y es que le
siguen, no por haber comprendido el sentido del signo que ha
realizado: solidarizarse con ellos, alimentándoles. Le siguen
porque han saciado su hambre y siguiéndole pueden buscarse una
vida más fácil y llenar su estómago con facilidad.
Jesús tuvo compasión de la gente y les dio de comer en el desierto
hasta que quedaron saciados.
Entonces quisieron hacerle su jefe, su rey. Pero Jesús dejó a las
multitudes y se fue a la otra orilla del lago.
Las gentes le siguen, consiguen dar con El y Jesús les dice. "Os
aseguro, me buscáis no porque habéis visto signos, sino porque
habéis comido hasta saciaros".
Jesús les había dado de comer, pero su intención no era solamente
el saciar su hambre. Quería mostrarles un signo del Reino de
Dios: un Reino de Amor, de Solidaridad y de Comprensión. Así
quería enseñarles cómo debe ser el comportamiento entre
nosotros.
Sin embargo, ellos no le comprendieron y le siguieron en plan
egoísta. Por eso Jesús se queja de que le sigan, y se queja con
amargura.
A nosotros nos puede pasar lo mismo. Movilizar a un pueblo, por
un trozo de pan es fácil si carece de todo. Movilizar a un pueblo
para alcanzar mayores cotas de bienestar material es fácil.
Pero esto es sólo el primer paso. El problema surge si queremos
dar un paso más. Si queremos avanzar más allá de lo puramente
material.
Si queremos explicar que además del alimento material
necesitamos otras cosas para poder vivir en esta sociedad:
Explicar que necesitamos el cariño, la libertad, la solidaridad;
explicar que debemos superar nuestro egoísmo y preocuparnos de
los demás. Eso es ya otro asunto.
Jesús dio pan a los hambrientos para saciar su hambre, pero
también para que sintieran necesidad de ayudar a los demás, para
que sintieran hambre de solidaridad.
Jesús, primero llenó sus estómagos, pero después quiso que
aprendieran el sentido del ejemplo: "haced vosotros lo mismo."
Un muchacho aportó algo en favor de la comunidad y llegó para
todos.
Si todos aportamos algo, entonces saciaremos el hambre y nos
sentiremos felices, porque hemos hecho algo en favor de los
demás.
Cada uno con lo nuestro, tal vez no podemos vivir, pero uniendo
los pocos de cada uno, con la colaboración de todos llegará la
felicidad para todos y también el alimento.
Porque el problema no es producir más sino repartir mejor y así
llegará para todos. Es lo que nos enseña Jesús hoy.
(B)
Jesús, tras la multiplicación de los panes, se retira de nuevo al
monte huyendo de la intención que tenían de proclamarlo rey. La
ausencia de Jesús hace que la gente le busque. Al encontrarlo se
entabla un diálogo con ellos que a la vez que servirá para revelar
al Padre y a su enviado, el Hijo, y para desvelar las secretas
intenciones de los que le siguen.
En la vida ordinaria conocemos «fidelidades interesadas». Detrás
del seguimiento a alguien más de una vez lo que hay es
«búsqueda de algo». La «paga» de nuestras necesidades o
ambiciones la encontramos en el vasallaje que damos a alguno.
No falta gente que busca interesadamente poder o riqueza y esto
le obliga a «cambiar de chaqueta» según le conviene. Hoy dicen
una cosa, mañana otra; poco importa, con tal de conseguir lo que
persiguen. Algo de esto achaca Jesús a la gente: «Me buscáis no
porque los signos os interroguen, sino porque comisteis hasta
saciaros», les argumenta Jesús de sopetón. Y añade: «Trabajad
por lo que perdura». ¿Qué es lo que perdura? «Que creáis en el
que Dios ha enviado». En un momento Jesús ha centrado el tema.
No vale seguirle por curiosidad ni por interés; no vale seguirle
porque o cuando necesitamos algo que no alcanzamos con nuestra
manos, no vale acordarnos de Dios, como dice el refrán, «cuando
truena». Jesús rechaza de un plumazo un seguimiento interesado o
cuando nos interesa, mientras el resto de la vida «nos las
apañamos nosotros sin Dios» tan ricamente... Quedan así
deslegitimadas muchas posturas ante Dios que sólo son «cuando
me apetece, cuando le necesito». El Dios de Jesús no es para
«llenar huecos» o «cubrir necesidades»; es para saciar el hambre
más profunda que tenemos dentro. Dios, dicho de otra manera, no
es útil; Dios es necesario.
El seguimiento de Jesús exige fidelidad y aceptación: fe en Él,
acogerle como don del Padre continuamente... «Yo soy el pan de
vida. El que viene a mí no pasará hambre». Esta es la revelación
a la que conduce el diálogo con la muchedumbre.
Llegar a «necesitar a Dios» es un largo camino. Más bien hoy lo
que muchos dicen es que no necesitan a Dios para nada. Se
mantienen en un terreno superficial de necesidades básicas que la
sociedad del bienestar colma. Esto produce una especie de
adormecimiento general de la persona. Hay que atravesar muchas
capas para llegar al corazón y darse cuenta de que «en el fondo,
somos radicalmente necesidad», que es mucho más que necesitar
esto o lo otro. Un Dios a medida de nuestras necesidades puede
que nos resulte muy necesario en un momento dado, pero no será
nunca el Dios verdadero. Dios tiene preparado para nosotros el
pan de nuestra hambre y el vino de nuestra sed: Cristo Jesús es el
proyecto de Dios, el alimento de nuestras vidas, el pan del cielo.
No nos vendrá mal rezar: «Danos siempre de ese pan».
(C)
Es un tópico hablar hoy de consumismo. Nos parece lo más
normal. Se siguen abriendo nuevos centros comerciales e
hipermercados. Los restaurantes multiplican sus ofertas. Cada vez
es mayor la profusión de productos que uno puede elegir y el
número de cadenas que puede seleccionar. Todo está ahí a nuestra
disposición: objetos, servicios, viajes, música, programas, vídeos.
Ya no son las religiones ni los pensadores los que marcan las
pautas de comportamiento o el estilo de vida. La «nueva
sociedad» está dirigida cada vez más por la moda consumista.
Hay que disfrutar de lo último que se nos ofrece, conocer nuevas
sensaciones y experiencias. La lógica de «satisfacer deseos» lo va
impregnando todo desde niños.
Está naciendo lo que el profesor G. Lipotvesky llama el
«individuo-moda», de personalidad y gustos fluctuantes, sin
lazos profundos, atraído por lo efímero. Un individuo sin mayores
ideales ni aspiraciones, ocupado sobre todo en disfrutar, tener
cosas, estar en forma, vivir entretenido y relajarse. Un individuo
más interesado en conocer el parte meteorológico del fin de
semana o los resultados deportivos que el sentido de su vida.
No hemos de demonizar esta sociedad. Es bueno vivir en nuestros
días y tener tantas posibilidades para alimentar las diversas
dimensiones de la vida. Lo malo es quedarse vacío por dentro,
atrapado sólo por «necesidades superficiales». Dejar de hacer el
bien para buscar sólo el bienestar, vivir ajenos a todo lo que no
sea el propio interés, caer en la indiferencia, olvidar el amor.
No es superfluo recordar en nuestra sociedad la advertencia de
Jesús: «Trabajad no por el alimento que perece, sino por el
alimento que perdura, dando vida eterna». El mismo Lipotvesky,
que tanto subraya en sus obras los aspectos positivos de la moda
consumista, no duda en recordar que «el hombre actual se
caracteriza por la vulnerabilidad». Cuando el individuo se
alimenta sólo de lo efímero se queda sin raíces ni consistencia
interior. Cualquier adversidad provoca una crisis, cualquier
problema adquiere dimensiones desmesuradas. Es fácil caer en la
depresión o el sinsentido. Sin alimento interior la vida corre
peligro. No se puede vivir sólo de pan. Se necesita algo más.
(D)
Cuando Jesús ve ante sí a la muchedumbre que había saciado y
que le había buscado con anhelo, le reprocha: “Sé que me
buscabais no porque habéis visto signos, sino porque habéis
comido pan hasta hartaros”. Precisamente porque les había
hartado con pan y pescado, por eso le quieren proclamar rey;
porque esperaban que les iba a resolver los problemas de
alimento... Por eso Jesús huyó de ellos. Aquella muchedumbre le
ocurrió lo que dice el refrán oriental: Cuando el dedo señala la
luna, el tonto se queda mirando el dedo.
No han entendido que la multiplicación de los panes es un signo
que hace referencia a una realidad que está más allá del hecho en
sí. es como el dedo de la luna. Lo importante es mirar la luna. Es
como si alguien, después de haber participado en casa de un
amigo de una comida de amistad, le dijera: “Cuánto te agradezco
que me hayas llenado el estómago. A ver si me invitas muchas
veces”.
Jesús explica el sentido del signo: Vosotros sois un nuevo pueblo
de Dios que peregrina a través del desierto; y a vosotros se os da
el verdadero maná y el agua viva. Yo soy el verdadero pan vivo
bajado del cielo; yo soy el agua viva. El que viene a mí no pasará
hambre y el que cree en mí no pasará nunca sed.
El Evangelista Juan señala que al final de la explicación, se
produjo la gran desbandada. Sólo quedó un pequeño grupo. Jesús
llega a preguntar a los apóstoles: ¿También vosotros queréis
marcharos?. Pedro, en nombre de todos, responde: “Seor, ¿a
quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna.”
Parece que la gente lo único que quería resolver era la cuestión
del estómago. Otras cuestiones espirituales, el sentido de la vida,
el compartir, la solidaridad... le traían sin cuidado... No les
interesaba escuchar a un profeta que invitaba a salir del egoísmo y
a caminar por la senda de la libertad y del amor.
Esta desbandada, nos recuerda la de nuestros días, la de los que,
de hecho se han alejado de la vivencia religiosa, sobre todo en
España. En los últimos 20 años la práctica religiosa se ha
reducido en un 50 %...
Dios apenas resulta rentable, Dios no es ya útil, y entonces, de
forma casi inconsciente, se prescinde de Él. Las muchedumbres
desilusionadas de hoy sólo esperan de Él panes y peces. A veces
se vuelven a Él ocasionalmente cuando la necesidad aprieta...
Es encomiable que nosotros estemos aquí esta mañana por gracia
del Espíritu, sin buscar favores terrenos, ni siquiera con la
intención de ir pagando a plazos una vivienda maravillosa en el
cielo, ni por evitar un pecado mortal..., sino gratuitamente para
encontrarnos con el Padre, para escuchar su palabra, para
alimentarnos de Él, para celebrar nuestra fraternidad, para alabar,
bendecir, dar gracias y reconfortarnos para seguir alegres y
animosos en la lucha de cada día.
Muchos se preguntan hoy: ¿Para qué sirve la fe? Yo les suelo
contestar que para todo y para nada. Para nada a nivel temporal.
Ciertamente Dios no te dará salud, ni riqueza, ni poder, ni
bienestar. Quizás, más bien, te invitará a desprenderte de lo que te
encadena. Pero, al mismo tiempo, la fe, la vivencia cristiana, lo da
todo.
Recordemos la famosa pintada de los jóvenes del 68: Nos habéis
llenado la barriga, pero no nos habéis dado razones para vivir.
El pragmatismo es una de las tentaciones que acosan
permanentemente y hoy quizás más que nunca. Se tiende a medir
todo por la utilidad, por la producción, por el consumo...
¿Para qué sirve la religión?.. Es como preguntarnos: ¿Para qué
sirve la relación entre padres e hijos, la relación entre amigos?
¿Para qué sirve la honradez? ¿Para que sirve contemplar una
puesta de sol? ¿Para qué sirve escuchar una sinfonía?
Desde el punto de vista utilitarista, la religión no sirve para nada.
Sirve, en todo caso, para ponernos en actitud de servicio ante
Dios en las personas de los demás, sobre todo de los pobres...
La religiosidad utilitarista, adulterada, pone a Dios al servicio del
hombre; la religiosidad auténtica, la verdadera fe cristiana pone al
hombre al servicio de Dios.
¿No es una satisfacción encontrarse con Dios y con los hermanos?
¿No es una tremenda deshumanización olvidarnos de nuestro
padre o madre porque se han hecho viejos y ya no pueden
ayudarnos económicamente, o no podemos sacar nada de ellos o
no nos pueden prestar ningún servicio?
Creo que algo que ha contribuido al desprestigio del cristianismo
ha sido el mercantilismo que ha rodeado la práctica religiosa de
muchos creyentes: con votos y promesas, con compraventas de
favores de santos... Este mercantilismo es francamente
repugnante...
Porque si algo es el Evangelio es pura gratuidad...
Por eso, para que la fe y nuestras celebraciones tengan fuerza
testimonial es preciso que resaltemos en ellas los aspectos
gratuitos: la oración desinteresada de alabanza, de ofrecimiento,
de acción de gracias, de perdón. Es preciso fomentar el gozo de
hacer el bien porque sí..,
He aquí el testimonio conmovedor de un convertido: “Jesús no
sólo no ha venido a darme nada a nivel temporal, sino que ha
venido a pedirme: tiempo, dinero, servicios a favor de los demás.
Pero, a otro nivel, Jesús ha venido a dármelo todo. Él ha llenado
de sentido mi vida. Es, justamente, la fe la que me ha dado lo que
hace tiempo buscaba sin saberlo”. Este creyente no sigue a Jesús
por el pan con minúscula, sino por el Pan con mayúscula. El
Señor nos dice a todos, en contraposición con los criterios
humanos, lo que no tiene precio es, justamente, lo que vale.
(E)
Mamá, mírame soy Emily
José Luis Martín Descalzo cita una escena de “Nuestra Ciudad”
de Thornton Wilder, en la que describe cómo un día autorizaban a
los muertos a regresar a la vida y vivir un solo día con los vivos.
Nadie quiso volver, salvo la niña Emily que, a pesar de que todos
la desaconsejaban, ella quiso hacer la experiencia de revivir el día
en que cumplió nueve años.
“Y ahí la vemos, con sus nueve aos recién cumplidos, bajando
las escaleras de la casa, con su vestido nuevo y sus rizos recién
peinados, esperando el grito de alegría que dará su madre cuando
la vea tan guapa. Pero su madre está ocupadísima en preparar la
tarta del aniversario y la merienda, a la que vendrán todas las
amigas de su hija.
Y ni siquiera mira a la pequea. “Mamá, mírame” grita Emily,
“soy la nia que hoy cumple nueve aos”. Pero la madre, sin
mirarla, respondi: “Muy bien, guapa, siéntate y toma tu
desayuno”.
Emily repite: “Pero mamá, mírame, mírame”. Pero su madre tiene
tanto que hacer que ni la mira. Luego vendrá su padre,
preocupado por tantísimos problemas económicos. Y tampoco él
mirará a su hija. Y no la mirará tampoco su hermano mayor,
volcado en sus asuntos. Y Emily suplicará en el centro de la
escena: “Por favor, que alguien se fije en mí. No necesito ni de
pasteles ni de dinero. Slo que alguien me mire”. Pero es inútil.
Los hombres, ahora lo descubre, no se miran, no reparan los unos
en los otros. Porque no les interesa a ninguno lo del otro. Y,
llorando, regresa Emily al mundo de los muertos, ahora que ya
sabe que estar vivo es estar ciego y pasar junto a lo más hermoso
sin mirarlo”. ( Razones para la alegría pág. 126)
El caso de Emily, sabemos que es una ficción literaria, pero que
tiene una historia real. Son muchos los que a nuestro lado están
necesitados de que los veamos, les miremos y nos fijemos en
ellos.
Y esto es lo maravilloso del Evangelio de estos domingos en su
discurso del Pan de Vida. Es importante que Jesús dé de comer a
tanta gente con hambre. Pero, tal vez lo más importante es que
Jesús “levant los ojos, y vio a la gente…”
No habrá milagro, si primero no tenemos ojos para ver a los
demás.
Es cierto que la gente necesita pan para comer.
Pero, con frecuencia, la gente necesita sobre todo sentir que
alguien le mira, alguien se fija en él, que para alguien sigue
siendo todavía importante, más importante que nuestros
quehaceres y ocupaciones.
El pan puede llenar el estómago. Pero una mirada bondadosa nos
hace recuperar nuestra propia autoestima.
El pan puede saciar el hambre. Pero unos ojos que nos miran y
contemplan nos hacen interesantes a nosotros mismos y nos
devuelven el ánimo de seguir viviendo y luchando por la vida.
En nuestro mundo hay mucha hambre. Pero, de ordinario, siempre
nos fijamos en los hambrientos que tenemos lejos de nosotros.
¿Alguien tiene tiempo para mirar con amor a los que tienen el
estómago vacío a nuestro lado?
¿Alguien tiene una mirada de bondad para esos que cada día
pasan a nuestro lado y nos tienden la mano?
Tal vez no podamos solucionarles su problema. Pero siempre
podremos tener una mirada y una palabra de bondad que les
llegue al alma.
En nuestro mundo hay demasiada hambre de pan. Pero nuestro
mundo, incluso el mundo de los ricos, sufre de otras muchas
hambres tan importantes como las del pan, el arroz o el pescado o
la carne.
A muchos les sobra el pan. Pero les falta la mirada de amor y de
cariño de los suyos. Por eso se sienten extraños incluso en casa.
Maridos, ¿cuánto tiempo hace que no miráis a los ojos de vuestras
esposas?
¿Sabéis de qué color son sus ojos?
¿Cuánto tiempo hace que no os fijáis en el vestido nuevo, en su
nuevo peinado, para decirle que le queda bonito?
Padres, ¿cuánto tiempo hace que no miráis con ternura a los ojos
de vuestros hijos? ¿Y cuánto tiempo hace que no les decís lo
bonitos que les quedan esos pantalones vaqueros, rotos y
deshilachados por todas partes? Ya sé que a vosotros eso no os
va, pero a ellos les encantan.
¿Será cierto lo que dice Emily? … “ahora que ya sabe que estar
vivo es estar ciego y pasar junto a lo más hermoso sin mirarlo”.
¿Será cierto que estar vivo es estar ciego y pasar junto a lo más
hermoso sin mirarlo?
(F)
1.- Todavía olía el ambiente a pan recién hecho por la
multiplicación de los panes cuando sucede esta escena del
evangelio de hoy, en que aparece otro pan con otro aroma, que no
satisface los estómagos vacíos sino los corazones hambrientos.
“Me buscáis porque habéis comido hasta saciaros, “es la queja del
Señor, que no quiere convertirse en nuestro proveedor de nuestro
supermercado, Corte Ingles o Caprabo.
El Señor sabe que no nos atrae el aroma de Dios, que tenemos
atrofiado el olfato para el pan que ha bajado del cielo, mientras
nos entusiasma el aroma del pan recién hecho como a los judíos.
2.- Nuestra peticin no debería ser “Seor, tenemos hambre”, sino
“Ayúdanos porque es que no tenemos hambre de Ti”. Tenemos el
corazón y los sentido tan llenos de ruidos, de sensualidad, de
colores chillones, de ese pasarlo bien, que no tenemos hambre
para buscar a Dios.
--Deberíamos buscar con el interés y la fe merecedores de la
promesa del Seor “Buscad y hallaréis”.
--Deberíamos buscar al Señor perdido, con el ansia con que José y
María lo buscaron y hallaron en el Templo.
Como María Magdalena buscó a su Señor junto al sepulcro y
mereci ser llamada por su nombre, “María”, que abri sus ojos a
su Señor.
El Hijo de Dios, ese mismo Jesús que nos dice “me buscáis
porque os habéis saciado”, nos ensea a buscar lo que se le había
perdido, la oveja, dracma, nuestro corazón. El sí tienes hambre de
nosotros y nos busca con ansia y muy a su costa.
No te buscamos, Señor, porque no tenemos hambre, y qué terrible
es haber perdido el apetito. ¿Es que buscamos al Señor, con la
mera curiosidad con que Herodes buscaba ver al Señor?
3.- Todos tenemos experiencia de esta nuestra falta de apetito, una
misa o una ceremonia que se alargue un poco más nos aburre
mientras un serial (como “Amar en tiempos revueltos”) se nos
pasa en un santiamén y no nos perdemos uno. Si nos gusta leer
nos gustan las novelas, la ciencia ficción, la historia y se nos cae
de las manos la Escritura.
4.- Nos insultamos de ventanilla a ventanilla yendo en el coche a
prisa a no se sabe dónde y nunca tenemos prisa por llegar a misa a
tiempo.
Me pregunto por qué los hombres cuando vamos un banquete
disfrutamos tanto comiendo y bebiendo y, en cambio, cuando
venimos a una iglesia, nos aburrimos soberanamente. ¿Será más
importante alimentar el cuerpo que alimentar el alma?
Y es que no tenemos hambre, Dios es algo bueno para nosotros,
pero superfluo, no es de vida o muerte como el pan para el
hambriento. El señor nos dé hambre de El, para que no muramos
de indigestión de otras cosas.
Pues ojo…Que lo dijo una mujer de Castilla, que además es santa,
Teresa de Jesús: “Quien a Dios tiene, nada le falta. Slo Dios
basta.”
Si tienes todo menos a Dios, todo te falta. Si tienes a Dios, nada te
falta…
P. Juan Jáuregui Castelo