Jn 3, 14-21
14 Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser
levantado el Hijo del hombre, 15 para que todo el que crea tenga por él
vida eterna. 16 Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único,
para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. 17
Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino
para que el mundo se salve por él. 18 El que cree en él, no es juzgado;
pero el que no cree, ya está juzgado, porque no ha creído en el Nombre del
Hijo único de Dios. 19 Y el juicio está en que vino la luz al mundo, y los
hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas.
20 Pues todo el que obra el mal aborrece la luz y no va a la luz, para que no
sean censuradas sus obras. 21 Pero el que obra la verdad, va a la luz, para
que quede de manifiesto que sus obras están hechas según Dios.
MEDITACIÓN
1.- El texto de hoy corresponde a una conversación que Jesús mantiene con
Nicodemo y en la que se plantean cosas que este insigne judío no llega a
entender: salvación, agua, Espíritu, nacer de nuevo…
En este nacer de nuevo se encuentra la clave de toda la predicación del
Mesías. Para alcanzar el Reino de dios, que ha había llegado a ellos, era
preciso acabar con el hombre viejo, dejar atrás esas prácticas que hasta
entonces habían llevado a cabo y ser, así, una raíz nueva que arraigase en
la tierra que Dios dio a su pueblo. Pero esto no era entendido por
Nicodemo. Y la verdad, es que no es de extrañar. ¿Cómo puede uno nacer
siendo viejo? ( Jn 3, 4 ), pregunta el importante miembro de la comunidad.
Otra vez, como tantas otras veces, se impone la humana visión sobre las
cosas. Claro está que el Enviado no se refería, en sentido estricto, a volver
al seno materno sino a ser otro hombre, a tener otra naturaleza, otra
actitud ante las cosas de la vida. Al fin y al cabo, lo que pretendía Jesús era
hacer comprender a Nicodemo era que el discurso escatológico, es decir que
lo era referido al más allá, se podía aplicar al ahora, a su ahora, a su ya, a
su misma persona.
Y es en este contexto cuando Jesús explica como cabe la salvación, como se
puede ver la luz y, siguiéndola, conocer el Reino de Dios.
En el capítulo 21 de Números , concretamente entre sus versículos 8 al 9, se
narra el hecho que es causa de que Jesús explique a Nicodemo. Dios
encomendó a Moisés la labor de hacer una serpiente para que, el levantarla,
fuera mirada por los que podían resultar afectados por enfermedad y, así,
ser curados y, en cierto modo, salvados. Y dijo Yahveh a Moisés “ hazte un
Abrasador y ponlo sobre un mástil. Todo el que haya sido mordido y lo
mire, vivirá. ” Hizo Moisés una serpiente de bronce y la puso en un mástil. Y
si una serpiente mordía a un hombre y éste miraba la serpiente de bronce,
quedaba con vida, pues, según dice este texto del Antiguo Testamento,
Dios, viendo la falta de fe que tenía su pueblo, le envió serpientes para
someterles a una prueba.
Cabe pensar que el Mesías se refiere, con su levantamiento, por una parte,
a la parte física de su Pasión, levantado en la cruz, pero, sobre todo,
entiendo, a la parte espiritual: Jesús asciende a los cielos. Así, con esto, el
que cree, aunque se con aquella terrible prueba y con este gozoso hecho (la
ascensión) y necesitado, como siempre, de pruebas de esa divinidad, podrá
salvarse, alcanzará la vida eterna. Pero era necesario éste, y así se lo indica
a Nicodemo para que entienda.
Con relación a este texto recuerdo, ahora, una expresión que se utiliza de
una forma no del todo adecuada. Se suele decir que en el justo medio está
la virtud. Sin embargo, la frase completa es que ahí está la virtud, en el
justo medio, si los extremos son malos. Y Dios amó tanto al hombre, hasta
el extremo, que entregó a su único hijo, como dice Juan en esta parte de su
Evangelio. Es decir, que en este caso, el extremo era mejor que el justo
medio, que hubiera una entrega sometida a la pura conveniencia. Y es que
para Dios todo es posible, hasta esto.
Y ese para que no perezca del texto facilita una gran pista con relación a
nuestra conducta. Conocer a Jesús, seguirlo, hacer lo que Él dice, etc., con
recomendaciones de Dios que se encuentran implícitas en eso que dice
Juan. Para tener vida eterna se hace necesario, imprescindible, recurrir al
ejemplo del Mesías, a su quehacer, a su diario vivir. Contemplándolo y
siguiéndolo es como podremos alcanzar esa soñada, anhelada y deseada
eternidad. Y ahí está la salvación, la redención, el perdón.
2.- En dos ocasiones, en este texto de Juan, se da a entender que el Reino
de Dios ha llegado ya pues si su Ley se aplica es que, sin duda, ya está
presente, y lo hace con referencia al juicio que recae sobre aquel que
quiera, o no, formar parte de esa divina propuesta de pertenencia al mismo.
Por una parte se indica qué hay que hacer para no ser juzgado,
entendiendo, de lo que sigue, que quien es juzgado es porque necesita ser
juzgado. Por lo tanto, creer, es, y resulta, indispensable para no verse
sometido al juicio de Dios. Cuando se ama porque se cree, se acepta porque
se cree, se tiene compasión por los demás porque se cree, se permanece
fiel a la Palabra de Dios porque se cree, entonces, y sólo entonces, se
puede evitar esa forma de manifestación de la voluntad de Dios.
Así, cree el que ha aceptado que Jesús es el Emmanuel, Dios entre nosotros
y, así, ha aceptado y creído en el Nombre del único hijo de Dios. Esa
persona que ha permitido que esa realidad anide en su corazón y ha, por
eso, cambiado su proceder adaptándolo a lo predicado por el Mesías; esa
persona, digo, sin duda será salvada, entrará en la vida eterna, después, y,
ahora, podrá disfrutar de las delicias que el Padre entrega, como primicias
de su gloria, al sentir salvado su corazón y encontrarse en ese estado de
gracia que permite descubrir, en cada cosa, la mano amorosa de Dios.
Por el contrario, quien no acepta el Nombre del único hijo de Dios, esa
persona que prefiere, en la cotidianidad de su existencia, negar u obviar esa
realidad, ya está juzgado. Y esta expresión, ya está juzgado, dice mucho de
la intervención de Dios en el mundo nuestro. Como el Creador y Sumo
Hacedor tiene conocimiento de todo espacio temporal, acredita ese
omnipresente poder juzgando, en su tiempo, en su ya, lo que para nosotros
ha sido pasado, o presente. Así, juzga desde siempre, la increencia, cuando
se ha tenido la posibilidad de conocer a su único hijo ya que cuando no se
ha tenido esa posibilidad no se puede ser encausado en este particular
juicio dirigido a nuestro interior, a nuestro corazón.
La otra ocasión de lo que, en este texto, se deriva la presencia del Reino de
Dios entre nosotros, la encontramos cuando indica, Jesús a Nicodemo, que
la causa del juicio está en que, al venir la luz al mundo, y ser propuesta a
sus habitantes, estos prefirieron, y prefieren hoy mismo, la oscuridad, las
tinieblas, el otro lado de la vida. Aquí, cuando se propone lo bueno y se
acepta lo malo porque es más apropiado para nuestra vida de hombres o
porque creemos que para nuestra realidad es bueno lo que, en realidad, es
malo porque resulta contrario a la Ley de Dios y esto, se quiera o no
apreciar o descubrir, está inserto en nuestros corazones, como ya dijera
Pablo en su Carta a los Romanos .
Y por eso, aunque entendamos que no lo es para nuestro entendimiento
ralo y alicorto, es cuando caemos, inevitablemente, en la falsedad y, así,
somos reos de culpabilidad, acusados en el juicio de Dios. Y así no podemos
ir a la luz, porque allí, serían censuradas nuestras obras y, lo que es peor
porque esto sí es constatable, no podemos sentir esa luz ahora, en este
ahora nuestro.
Por el contrario, para que en el Reino, en la luz, aquello que hacemos sea
contemplado con amor y sea entendido como ejemplo de proceder correcto,
hemos de obrar la verdad. Obrar la verdad es actuar, voluntariamente, o
tácitamente sin esa voluntad pero con idéntico resultado, adecuando
nuestro comportamiento a la única y verdadera Ley de Dios que Jesús
completa y da verdadero cumplimiento. Así, y sólo en ese caso, podremos
alcanzar, sin dudas, el Reino de Dios, llegar a su luz, habitar en sus
praderas viendo, siempre, el rostro del Padre, careciendo, entonces, de
importancia, virtudes como la fe y la esperanza ya que, al ser así no
necesitaremos tener la primera al ver a Dios y, tampoco, la segunda, ya
que ¿qué esperaremos, mejor, entonces?
Y esto, eso, está en nuestras manos, y no podemos dejarlo escapar.