Jn 14, 15-21
15 Si me amáis, guardaréis mis mandamientos; 16 yo pediré al Padre y os
dará otro Paráclito, para que esté con vosotros para siempre, 17el Espíritu
de la verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no le ve ni le
conoce. Pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros. 18 No os
dejaré huérfanos: volveré a vosotros. 19 Dentro de poco el mundo ya no
me verá, pero vosotros si me veréis, porque yo vivo y también vosotros
viviréis. 20 Aquel día comprenderéis que yo estoy en mi Padre y vosotros en
mí y yo en vosotros. 21 El que tiene mis mandamientos y los guarda, ése es
el que me ama; y el que me ame, será amado de mi Padre; y yo le amaré y
me manifestaré a él.»
COMENTARIO
Espíritu Santo
Jesús hace muchas promesas que luego, como era de esperar, cumple
porque nadie le gana en fidelidad a Dios. Requiere, sin embargo, que se le
ame y se acepte lo que dice. No es como una especie de compensación por
creer en Él sino que es algo previo y de ahí el “ convertíos y creed en el
Evangelio ”.
La promesa de enviar al Espíritu Santo , al Paráclito, la hace Jesús a
sabiendas de lo que eso supone: guiará a la humanidad hasta el definitivo
reino de Dios e inspirará lo bueno y benéfico para el hombre.
El Espíritu Santo, dice Jesús, moraba en sus discípulos aunque ellos,
seguramente no lo sabían porque no escuchaban sus mociones o,
simplemente, no le hacían caso. Por eso Jesús promete que, aunque no esté
entre ellos (mediará la muerte y la resurrección para que envíe al Espíritu
Santo) ellos sí sabrán, entonces, que vive y que siempre será así.
Reconocer, así, que el Espíritu Santo mora en nosotros es una
garantía espiritual de reconocer la misma existencia de Dios y de que, en
verdad, nuestro corazón es su templo donde habita a la espera de que
reconozcamos su presencia.
Jesús les dice que para amarlo no basta con decir que se le ama sino que
hay que cumplir los mandamientos de Dios que Él vino a hacer cumplir
porque, en verdad, el pueblo elegido por su Padre había tergiversado su
Palabra y, por decirlo así, no seguía el camino que debía seguir y que el
Padre le había trazado hacía, ya, muchos siglos.
Es más, para guardar los mandamientos de la Ley de Dios hay, primero,
que tenerlos o, lo que es lo mismo, hay que aceptar lo que dicen como paso
previo a guardarlos pues Dios los da a quien quiere tenerlos como propios y
valederos para su vida.
Cumplir, por lo tanto, la Ley de Dios es, en verdad, seguir a Cristo y
tenerlo en nuestro corazón. Otra forma de hacer las cosas no es, sino, un
querer engañar al Creador ignorando o disimulando sobre el hecho de que
ve en lo secreto y nuestro corazón.
Dice, por último, Jesús que no nos ha de dejar huérfanos. Por eso envió el
Espíritu Santo cuando fue al Padre tras la resurrección de entre los muertos.
Así, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo están con nosotros.