Solemnidad. El Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, Ciclo B
Padre Julio Gonzalez Carretti
La fiesta del Cuerpo y Sangre de Cristo, Corpus Christi, es un eco del misterio
pascual de Cristo que celebró el jueves santo la Última Cena, donde nos dejó su
Cuerpo y Sangre, entregados por nosotros en la Pasión y muerte de Cruz; Alianza
Nueva y eterna, sellada no con sangre de animales, sino con la del propio Cristo
Jesús. Instituye el Sacerdocio, plena participación de su Sacerdocio eterno ante el
Padre, según el orden de Melquisedec, nos dejó el Mandamiento del Amor fraterno.
La celebración de la comunidad eclesial, es obediencia a Jesús, que nos mandó
repetir este gesto (cfr. Lc. 22,19; 1Cor.11, 24), hasta que vuelva al final de los
siglos.
Lecturas:
a.- Ex. 24,3-8: Esta es la sangre de la alianza que el Señor hace con
vosotros.
La primera lectura, nos recuerda la ratificación de la Alianza del Sinaí. En esta
lectura encontramos varios hechos: el mediador, Moisés, presenta al pueblo las
cláusulas de la Alianza, el pueblo acepta y promete obediencia; Moisés escribe el
texto de la Alianza, construye un altar y reúne doce piedras que representa a Yahvé
y las tribus; los jóvenes obedecen, y ofrecen sacrificios, Moisés guarda sangre de
las víctimas en las vasijas y la otra mitad, la derrama sobre el altar; lee el texto de
la Alianza y el pueblo confirma su adhesión, toma la sangre de las vasijas y con ella
rocía al pueblo, representado en las piedras, por ello se habla de este rito, como
“sangre de la alianza” que Yahvé hace con su pueblo. Todo se reduce a la
proposición de unos preceptos, la aceptación de parte del pueblo y la relación que
se establece con ella. Moisés representa aquí a todos los mediadores de la alianza
del futuro; facilita la relación entre Dios y el pueblo. Le hacen su portavoz, luego de
reconocerlo como portavoz de Yahvé para con ellos, intérprete de su voluntad. Es el
que trae y promulga el mandamiento, y el que recoge el compromiso de fidelidad
de parte de la comunidad. Los mandamientos, reflejan el comportamiento
observado por el pueblo: es un compromiso muy serio, hasta que su cumplimiento
define el ser humano, lo que él es y su violación, se concibe como una traición a su
propia forma de ser y existir. Si bien, la iniciativa de la Alianza es de Yahvé,
también lo es del pueblo, éste la acepta seria y serenamente, en libertad, actitud
propia de su carácter y personalidad. No sería una verdadera relación, sin el
compromiso de los dos protagonistas, conscientes y responsables, en todo tiempo.
El rito de la sangre, representa y expresa la Alianza y la aceptación de los
mandamientos. La sangre derramada, expresa vinculación, unión, crea parentesco
voluntario, participación de una misma sangre, la relación con Dios, no es natural,
sino creada libremente. Además de ser vinculo de unión, la sangre, es sagrada,
porque partícipe de un sacrificio, para los que participan de él, que rememora y
confirma esta unión, porque todos unidos a Yahvé. Compromete a todos lo que
participan en esta comunión como pueblo con Dios, y a los hombres entre sí. El rito
en sí, está vinculado a las palabras, que expresan su sentido profundo: la voluntad
de Dios, la proposición y la aceptación, la respuesta del pueblo. El rito, no crea la
alianza, sino que la voluntad de los protagonistas de la misma, traducidas en
palabras. La Alianza es una relación de vida, recreada constantemente por Dios;
produce vida en quien la acoge y se compromete con ella. Es Israel, quien en un
momento de su historia toma conciencia de sí mismo, autocomprensión, que con la
praxis de la Alianza, genera vida nueva. El NT, recoge estos ritos y gestos, para
expresar el misterio de la Nueva Alianza, hecha realidad en Cristo Jesús en su
Pascua.
b.- Hb. 9,11-15: Él es mediador de una Alianza nueva.
El autor de la carta a los Hebreos, nos sitúa en el santuario del cielo, donde Cristo
entró, con su propia sangre, y consiguió el rescate definitivo del hombre, del
pecado y de la muerte eterna. Efecto de esta ofrenda, es la purificación de la
conciencia de los hombres, de las obras muertas, efectivamente, ahora puede dar
culto vivo a Dios, con su propia existencia. Él, Jesucristo, es el Mediador de la
Nueva Alianza, que borra las trasgresiones de la antigua Ley, para alcanzar la
herencia eterna que nos ha prometido. Diferencia entre las dos Alianzas, es que la
primera giraba en torno al templo terreno de Jerusalén, limitado, y por lo mismo,
pasajero; la Nueva apunta al santuario celeste, por lo tanto permanente. La
magnitud del nuevo templo, quiere llevar al lector a comprender, la redención
perfecta llevada a cabo por Cristo, lo que no pudieron hacer los sacrificios de los
sacerdotes de la antigua Alianza, lo hizo Cristo para siempre, Pontífice de los bienes
futuros, de la ciudad futura, de la herencia prometida (cfr. Hb.13, 14; 9,15). Se
trata de la vivencia de la plenitud de la salvación, Cristo es Pontífice, porque es el
único Mediador de ellos, nos los ofrece, nos abre el camino hacia ellos, es más, nos
hace partícipe de ellos. Todo esto es posible, porque Él penetró, en el “Sancto
sanctórum”, en el Santo de los Santos, ante Dios, de quien proceden todos estos
bienes. Este espacio no fue creado por mano humana, el Tabernáculo, es imagen
de la presencia de Dios (cfr. Jn. 2, 19ss; Mc.14, 56). Entró en el Tabernáculo, con
un medio de expiación, propio, único medio de santificación: su propia sangre. De
ahí que llevara a cabo, la completa y perfecta redención de los pecados del hombre.
La eficacia de la sangre preciosa de Cristo, los frutos extraordinarios, que el autor
pone en comparación con los medios utilizados por el AT, en el culto para lograr
estos efectos. Si la sangre de machos cabrios, la ceniza de una becerra, ofrecida en
el día de la expiación, medios rudimentarios ajenos y distantes del hombre,
lograban la pureza ritual, es decir, lograba una cercanía externa entre el hombre y
Dios. “¡Cuánto más la sangre de Cristo, que por el Espíritu Eterno se ofreció a sí
mismo sin tacha a Dios, purificará de las obras muertas nuestra conciencia para
rendir culto a Dios vivo!” (v.14). Con su sangre, Cristo Jesús, consiguió la
purificación de la conciencia del hombre, para alcanzar la verdadera comunión con
Dios. La purificación viene cuando son perdonados los pecados; ÉL lo consiguió
porque se ofreció a sí mismo, obra personal. Auto ofrecimiento personal, que lo
hizo por medio del Espíritu de Dios, Espíritu eterno, que recibió su Sacrificio e hizo
posible esta redención eterna, en el santuario celestial, ante el Padre, donde está
siempre presente su sacrificio, donde ejerce su sacerdocio e intercesión para
siempre ante su Padre y nuestro Padre.
c.- Mc. 14,12-16.22-26: Tomad esto es mi Cuerpo. Esta es la sangre
derramada
La última Cena, fue una celebración pascual, celebrada en Jerusalén, etapa
conclusiva de la vida y ministerio terreno de la vida de Jesús. El evangelio, nos
presenta dos unidades pequeñas y una conclusión que da paso a la Pasión del
Señor. En la primera encontramos los preparativos para celebrar la Cena pascual,
con la solemnidad que exigía dicho acontecimiento (vv.12-16). Encontramos el
encargo de preparar el lugar, el piso, los divanes, etc., todo esto, para cumplir el
rito que Moisés estableció, para celebrar el paso del Señor por su pueblo (cfr.1Sam.
10,2-5). La segunda unidad (vv. 22-26), se centra en los gestos y palabras de
Jesús, novedosos, para la celebración tradicional de la Pascua. Aquí es esencial
captar el sentido nuevo que le da Jesús, a esos ritos que prescribía el ritual judío. Si
bien Marcos, no hace una descripción detallada de la Cena, va a lo esencial, gestos
y palabras, tomadas del ritual, pero desde ahora, Jesús crea un vínculo personal
con ellos. Los contrayentes del nuevo pacto, son Dios y la humanidad, en lugar de
sólo Israel; Moisés es reemplazado por Jesús, que asume ser el Mediador y la
Víctima del nuevo Sacrificio de la Cruz: Sacerdote perfecto, que en un acto sublime
de amor se ofrece a sí mismo, por sus amigos, y por muchos (cfr. Jn.15, 13). En
esta línea, trayectoria de amor sacrificado de Jesús, se expresa en el pan partido y
en vino vertido. Se trata de la gratuidad total, el don de Dios es el Hijo, que se
convierte en la medida de todo amor, que el hombre pueda hacer, es más, nos
enseña a responder a ese amor con su mandamiento nuevo del amor (cfr. Jn.13,
34). En cuanto a los gestos son los habituales: partir el pan y distribuirlo, tomar el
cáliz de vino y pasarlo a los comensales. La novedad la encontramos, entre los
gestos y las palabras, en que los primeros, anticipan una realidad futura, para
establecer una relación entre el símbolo y la realidad evocada. El pan partido y el
vino vertido, anuncian su muerte y el contenido es muy preciso: es la ofrenda de su
vida, libremente aceptada, que hace por sus amigos y por todos los hombres. A los
gestos, se unen las palabras, donde encontramos su sentido profundo: “Tomad,
esto es mi cuerpo…es mi sangre, la sangre de la alianza, que se derrama por
todos” (vv. 22-24). El cuerpo y la sangre hablan del hombre entero; la sangre
derramada por los hombres hace alusión al sacrificio anunciado por el Siervo de
Yahvé de Isaías y a la víctima pascual, prescrita en el Éxodo, y que en Cristo
encuentra su consumación. La muerte de Cristo, es fundamento de la Nueva
Alianza, del nuevo Sacrificio, para un pueblo nuevo. Los apóstoles son los
comensales invitados por Jesús, al nuevo banquete, pero también están presentes
ahí “muchos” de los hombres, por los cuales es derramada la Sangre de Cristo, que
en el tiempo y espacio, responderán a la convocación hecha por el Maestro. Si bien
Marcos, no recoge el mandato de repetir esta Cena, como Lucas y Pablo (Lc. 22,19;
1 Cor.11, 24), esa celebración histórica, trasciende el espacio y el tiempo, y se
celebra desde aquella experiencia hasta hoy, con el mismo esquema de celebración,
porque así lo comprendió y recibió de la tradición apostólica, la Iglesia. No es un
recuerdo, sino conmemoración, actualización, de un acontecimiento del pasado.
Jesús en la Eucaristía, se presenta como el Viviente, que por medio de sus
apóstoles y discípulos en el tiempo, continúa su actividad como Pontífice, Sumo y
Eterno Sacerdote, siempre vivo para interceder por los hombres (cfr. Hb.7,25), y
cuyo Sacrificio siempre está presente ante Dios su Padre de donde proceden todos
los bienes.
Teresa de Jesús, tuvo variadas experiencias eucarísticas en que vio, contemplo al
Señor Jesús, resucitado, glorioso: “Cuando yo me llegaba a comulgar y me
acordaba de aquella Majestad grandísima que había visto, y miraba que era el que
estaba en el Santísimo Sacramento y muchas veces quiere el Señor que le vea en
la Hostia” (Libro de la Vida 38,19).