X Semana del Tiempo Ordinario (Año Par)
Padre Julio Gonzalez Carretti
LUNES
Lecturas
a.- 1Re. 17,1-6: Elías sirve al Señor, Dios de Israel.
b.- Mt. 5,1-12: Las Bienaventuranzas.
Las Bienaventuranzas son todo un camino de santidad, síntesis de todo este primer
discurso de Mateo (cc. 5-7). El Reino de Dios ha llegado, se cumple la palabra del
profeta (cfr. Is.61, 1-3). Se anuncia la Buena Nueva: la felicidad se encuentra en la
pobreza. Aquellos que el mundo desprecia, son dichosos, porque desde su
indigencia se abren y acogen el don de Dios: Jesús, manso y humilde de corazón
(Mt.11, 28-30). A quienes van dirigidas las Bienaventuranzas, son en quienes
resplandece la gracia de la riqueza de Dios. Camino que recorrió Cristo Jesús y
ahora propone a sus discípulos, pasó haciendo el bien a todos los hombres, durante
su ministerio de evangelización. No exige a nadie, algo que antes Él no viviese,
experimentase y así abre caminos que llevan a Dios y a lo más noble del ser
humano. Vivir o experimentar estos momentos de felicidad, o de gracia, son
actitudes que se viven todos los días, para convertirlos en una bienaventuranza, es
necesaria la vida teologal. Hay que tener fe, creer para no quedarse sólo en la
aflicción, la pobreza, la injusticia, el hambre y sed de justicia, etc. Hay que darse
cuenta, que son promesas para el futuro, es decir, se hace lo que pide Cristo, pero
el fruto de esa acción, la entrega por medio del Espíritu Santo, cuando ÉL lo
establece, en su mejor tiempo. En cada Bienaventuranza hay una promesa que
cumplir sin más, pero también, se cumplen en el presente, porque siempre está la
oportunidad de iniciar este camino de transformación interior, con el deseo de
transformar la realidad, que nos toca contemplar día a día. Jesús consoló a los
afligidos, dio pan a los pobres (cfr. Mt.14,13-21; 15,32-39), alabó a quienes ponen
su corazón en los bienes eternos, fue misericordioso con los pecadores, alabó la
pureza de corazón de quienes buscan a Dios sólo por que ÉL es, príncipe de la paz
(cfr. Is. 9,5), sembró la paz con su sacrificio en la Cruz (cfr. Ef. 2,16), fue
perseguido por la justicia en su infancia (cfr. Mt. 2,13-18) y luego como Mesías,
predicador, enviado del Padre, como hijo de Dios. ÉL nos dio ejemplo, por lo tanto,
hay que mirarlo e imitar sus actitudes de cara al Rino de Dios en medio de la
sociedad de hoy. Son dichosos los pobres, porque Cristo se configuró con ellos, el
Reino les pertenece, siendo ÉL rico se hizo pobre (cfr. 2Cor. 8, 9); dichosos los
humildes, los que esperan con paciencia la salvación de Dios; dichosos los tristes,
los que sufren la maldad del mundo, derraman lágrimas de arrepentimiento y oran;
dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque desean una justicia
íntegra para los que padecen la injusticia; dichosos los misericordiosos, es decir,
son los que viven las exigencias para entrar en el Reino de Dios, perdón al hermano
y ayuda oportuna al necesitado. Dichosos los limpios de corazón, aquellos que no
permiten el mal del mundo en su corazón, se les promete ver a Dios (cfr. Ap. 22,
4); dichosos los que construyen la paz, son reconocidos como hijos de Dios (cfr.
Mt.5, 45). La octava bienaventuranza se refiere nuevamente a la justicia, voluntad
de Dios, pero en sentido comunitario, es bienaventurado quien se adhiere
incondicionalmente a Jesús y a la voluntad del Padre, dispuesto a sufrir por esta
causa. Es seguimiento incondicional hace de los discípulos, sal que da sabor a la
vida por el evangelio que predican y son luz, porque anuncian a Jesús luz del
mundo, con lo que por sus obras dan gloria a Dios. Es el paso de Cristo por nuestra
casa, por nuestras vidas, sentimos que camina con nosotros. Hay que reconocerlo,
como lo mejor de todas las bienaventuranzas. Bienaventurados los que te conocen,
aman y sirven ayer, hoy y siempre a Jesucristo Señor.
Si bien Teresa no habla de las bienaventuranzas proclamadas por Jesús, el término
bienaventurado, es común en sus escritos: “Bienaventurada alma que la trae el
Señor a entender verdades” (Libro de la Vida 21,1).