XI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
Pautas para la homilia
"El Reino de Dios se parece a…"
Yo, el Señor, lo he dicho y lo haré
Es el profeta Ezequiel, que se dirige al pueblo de Israel cautivo en Babilonia por sus
muchas infidelidades, el que nos llama hoy a nosotros a la conversión (tarea de
toda la vida). Y nos advierte: Poned en Dios todas vuestras esperanzas e ilusiones,
porque “Él ensalza los árboles humildes”. Bajo la alegoría de los árboles, el profeta
describe el poder de Dios para sacar vida de donde no la hay. Sólo el Señor puede
“hacer florecer los árboles secos”. Slo el Espíritu de Dios da vida y eficacia a los
esfuerzos humanos.
En el Magníficat, cántico de la Virgen María, encontramos también este orden de
valores divino que tanto dista del nuestro: “Derriba del trono a los poderosos y
enaltece a los humildes”.
He aquí un canto de esperanza para el pueblo abatido, que llegará a su plenitud con
la auténtica “rama tierna”, Jesús, el Mesías esperado, descendiente de David. Él
será “plantado” (crucificado) en la cima de un monte, en la mayor humillacin, pero
exaltado precisamente por su anonadamiento, por su obediencia hasta la muerte. Y
“cuando yo sea elevado, atraeré a todos hacia mí”.
Caminamos sin verlo, guiados por la fe
El apóstol Pablo se mueve con frecuencia en una disyuntiva: morir para estar con
Cristo o vivir para anunciar a Cristo. En la perícopa de la carta a los Corintios que
hoy leemos anima a continuar caminando en fe, con la confianza puesta en el
Señor; sin verle, pero tratando de agradarle en todo. Así se adelanta la unión con
Cristo, sin necesidad de pasar a la otra vida. Cierto que para llegar a la plenitud de
esta unión habrá que esperar aún.
Así enseña a los Corintios –recordemos que Corinto era una de las ciudades más
pervertidas del imperio romano- una nueva forma de vivir “en Cristo”. El deseo de
“vivir con el Seor” tiene unas consecuencias éticas, morales, ineludibles. Porque
“todos tendremos que comparecer ante el tribunal de Cristo”. El acceso a la fe debe
moverles a un comportamiento tal que agrade al Señor, sabiendo que al final, todo
quedará iluminado por el resplandor de su gloria.
El Reino de Dios se parece a…
Encontramos, en el Evangelio de hoy, dos sencillas parábolas de Jesús para enseñar
“a la gente” cmo es el Reino de Dios. Acercar la grandeza del Reino de Dios a
nuestro pequeño entender es la intención de la predicación del Señor. Y qué mejor
que hacerlo con los elementos de la vida cotidiana de quienes le rodean. Lo que
importa es captar el mensaje, la doctrina que encierran, lo cual a veces no es tarea
fácil para nosotros, que vivimos dos mil años después y en una cultura y sociedad
que dista bastante de la agrícola en la que vivió Jesús. Pero contamos con la
ventaja de que la Palabra es siempre actual, independientemente de las
circunstancias que la rodean en su literalidad.
La primera parábola habla de la semilla que crece por sí sola. El Reino de Dios tiene
en sí una potencia creadora imparable y a la vez incomprensible. Crece, se
desarrolla y extiende sin que el hombre lo perciba, ni pueda detenerlo o retrasarlo,
y llega a un final espléndido: tallos, espiga y grano.
Es una parábola que nos invita a la paciencia, la serenidad y la confianza. En un
mundo “inmediato”, tecnificado hasta el extremo, en el que todo es “on-line” e
instantáneo, el Reino de Dios exige un ritmo callado, lento, casi inapreciable, que
sólo puede estimarse en su total realidad cuando llega la siega. Tener prisa no hará
que el tallo acelere su crecimiento, pero sí debemos poner los medios que lo
favorezcan, colaborando así a que la semilla dé fruto abundante.
La segunda parábola nos habla de los inicios casi inapreciables del Reino. La semilla
de mostaza, la más pequeña, se hace un árbol frondoso. Las apariencias engañan.
Y de nuevo nos encontramos con la escala de Dios “equivocada”, muy opuesta a la
nuestra. A veces creemos que en lo espectacular, grandioso y llamativo está el
Reino, y nos equivocamos. La vida cotidiana, los hechos irrelevantes, la pequeñez
del momento presente oculta una riqueza que nos pasa desapercibida, pero que
contiene en sí la frondosidad de la Vida del Reino a nuestro alcance. Si
desaprovechamos los pequeños actos cotidianos, dejaremos pasar la oportunidad
de contribuir a la extensión del Reino a nuestro alrededor.
A sus discípulos se lo explicaba todo en privado
El deseo de Jesús de que sus discípulos entiendan bien sus enseñanzas, hace que
les explique las parábolas “en privado”. Tiene una intimidad especial, una
confianza, una cercanía hacia los discípulos hasta tal punto que el evangelista tiene
interés en distinguirlos de la multitud que con frecuencia –especialmente en el
Evangelio de S. Marcos- acompaña y rodea a Jesús.
En estos discípulos entramos también nosotros, que tratamos cada día hacer vida el
Evangelio. Es imprescindible ponernos ante la Palabra en silencio, “en privado”,
abriendo el corazón al Espíritu que inspiró esa misma Palabra, para que el mismo
Señor nos la actualice.
La Palabra se convierte así en la “semilla” que cada día se siembra en nosotros
gratuitamente. En la Lectio Divina nos situamos como pobres ante la Palabra y
pedimos el pan que nos guíe hoy. Por eso no hay dos días iguales, porque el “pan”
nunca es el mismo. La Palabra será, con el tiempo, nuestra diaria compañera de
camino, que ilumina nuestra vida y dará fruto abundante.
MM. Dominicas Monasterio Ntra. Sra. de la Piedad
Palencia