X Semana del Tiempo Ordinario (Año Par)
Introducción a la Semana
Abrimos la semana con ecos luminosos de la tarde del Jueves Santo, pues
conviene no descontextualizar esta solemnidad cristológica para no incurrir en
extrañas devociones ni poner el acento en la heredada hipérbole de la procesión
eucarística y ni mucho menos en las adherencias folklóricas que en ella
concurren y en absoluto hablan de la mesa abierta de la eucaristía, mesa de
pecadores necesitados del pan de la misericordia. Sí, Cuerpo y Sangre de Cristo,
alimento de la comunidad, el mejor antioxidante del bautizado que en su
comunión camina guiado por el Maestro, el que está entre nosotros como el que
sirve.
En el decurso de la semana (décima del llamado Tiempo Ordinario) desfilarán
ante nosotros, en la primera lectura, fragmentos selectos del I Libro de los
Reyes, a partir del capítulo 17, conocido como el ciclo del profeta Elías (lunes:
hambruna y sequía; martes: la viuda de Sarepta; miércoles: el sacrificio del
monte Carmelo, competencia con los sacerdotes de Baal; jueves: la lluvia
deseada; sábado: vocación de Eliseo).
La página evangélica abre esta semana con un singular regalo: las
bienaventuranzas, la llave del Sermón del Monte; el hilo de oro de esta
invitación a la felicidad continúa con la sencilla y fecunda comparación de la luz y
la sal, privilegio del seguidor del Profeta de Galilea; viene después la aclaración
que hace Jesús en su propuesta comparando las exigencias de la antigua ley con
las de la propuesta evangélica, que también proclamaremos en el evangelio del
sábado.
La semana tiene el aliciente añadido de la fiesta del Corazón de Jesús, en la que
bueno es centrarse en el misterio cercano del amor incondicional que el Dios de
los hombres nos profesa a todos, sin excepción ni precondiciones, como también
es deseable rebajar el tono dulzón y pastel que algunos iconos de esta
advocación manifiestan. El colaborador y amigo de Pablo, el apóstol Bernabé,
como el popular Antonio de Lisboa, como gustan llamar nuestros hermanos
portugueses al que por aquí se conoce como de Padua, y la memoria del
Corazón de María, completan una semana que, como tantas, es un delicado
regalo de la Palabra.
¡A buen seguro que la variedad de estímulos como de celebraciones en estos
días son un buen aliciente para el caminar fiel!
Fr. Jesús Duque O.P.
Convento de San Jacinto (Sevilla)
Con permiso de dominicos.org