D OMINGO XXII, CICLO “B”
+ Todos los hombres que creen en Dios buscan vivir en paz con Él.
Y toda persona siente - a veces confusamente en lo recóndito de su conciencia -
que este “andar bien” con Dios compromete el modo de conducirse del hombre en toda su
vida (y por ende, su vida moral). Sabemos, como cosa elemental, que debemos poner por
obra lo bueno, y evitar lo malo... Y no es para nadie difícil intuir que nuestra “bondad” y
nuestra “maldad” son - al menos implícitamente - una toma de posición frente a Dios.
+ La Palabra de Dios, en el A. Testamento, enseñaba que había cosas o actitudes
que dejaban al hombre en falta frente a Dios, lo “manchaban”, de forma que la persona no
podía participar del culto, ni tampoco tratar con los otros miembros de la comunidad.
Por ejemplo:
La lepra hace impuro a quien la padece.
quien toque o coma ciertos animales (vg. reptiles), queda impuro.
lo mismo sucede a quien toque un cadáver [incluso “sin querer”].
Para salir de esta impureza había que cumplir con ciertos rituales...
¿Qué sentido tenía todo esto?
No se trataba simplemente de gestos exteriores (no son superstición).
La idea de fondo es que Dios es Santo, y por eso mismo los hombres no pueden
acercarse a Él de cualquier manera, sino que deben disponerse dignamente para este
encuentro. La pureza exterior, reglamentada con tanto cuidado, debía ser una señal
exterior de la verdadera pureza: la que debe llevarse en el corazón . Lo importante es que
esa pureza de corazón, que enseñan y alaban los profetas y los salmos, y que enseña Jesús
en el Ev. de hoy cuando se reprocha a sus discípulos el no cumplir con las leyes externas.
Pero Jesús no solamente retoma y recuerda lo que enseñaba el Antiguo Testamento
(honrar a Dios con el corazón, y no sólo con los labios), sino que propone una verdad aún
más profunda: lo que verdaderamente mancha a los hombres no es lo que viene desde
afuera. Las “manchas” que ofenden a Dios son las actitudes de un mal corazn... Y por
ende para poder agradar a Dios hay que buscar la pureza de corazón.
+ “Felices los que tienen el corazn puro, porque ellos verán a Dios”.
¡Qué hermoso poder presentarse ante Dios para alabarlo!, pero, nos dice el salmo
responsorial: “Seor, quién puede entrar en tu santuario?” El no comer ciertas cosas, no
tocar otras, lavarse y limpiarse prescrito en el A. Test. es una señal exterior de la pureza de
corazón, enseñada por los salmos y profetas, viviendo de una manera digna de Dios...
Jesús lleva a plenitud esta ley. Y en el Evangelio de hoy declara que lo puro y lo
impuro está determinado por un buen corazón que ama al Señor y busca cumplir en todo
su voluntad, o un mal corazón, que es por eso mismo fuente de pecados que manchan al
hombre y lo hacen impuro. Sólo así debe entenderse lo de los alimentos impuros, animales
impuros, cosas impuras: una pedagogía de Dios para mostrar la verdadera pureza.
Puro es lo que sale de un corazón purificado por Dios. Y el que tiene un corazón
puro no sólo podrá ir al templo, sino que podrá ver a Dios y vivir para siempre con Él.
Jesús enuncia una larga lista de trece acciones culpables, que proceden de un mal
corazón, y que son las que realmente manchan al hombre... No el cuerpo sucio o
deformado por la enfermedad, sino el corazón sucio o enfermo por el odio, la maldad, la
envidia, la indiferencia, la avaricia, la soberbia, la lujuria...
Y esto es plenamente actual, hoy, para nosotros y nuestro tiempo...
Hay quienes se sienten satisfechos por el cumplimiento meramente exterior de los
compromisos religiosos, sin preocuparse por las repercusiones interiores que el trato con
Dios debe tener en toda nuestra vida [“Cumpli-miento”= cumplo, y miento].
Uno puede ir a Misa para encontrarse de corazón con Dios, o para despacharlo
hasta la semana que viene. Y lo mismo la oración, la limosna y todas las prácticas de
piedad… “Ya cumplí”... (¿¿??¡¡!!)
Si nuestros gestos exteriores no están sustentados por un espíritu sincero, pueden
convertirse en meras formalidades, en trampas que anestesian nuestra conciencia y nos
impiden un compromiso profundo con la realidad.
Como los fariseos del Evangelio de hoy, corremos siempre el riesgo de quedarnos
en exterioridades, confundiendo la santidad con algunos signos exteriores, y olvidando el
interior: el corazón, fuente de las intenciones del hombre (buenas y malas), y por ende lo
que define moralmente a la persona.
+ O puede ocurrirnos que pensemos (erróneamente) que el pecado es algo
“flotando” en el aire, y se nos “pega” incluso sin que nos demos cuenta; una “mala onda”
que hay que conjurar con no sé qué extraos ritos; o un “dao”, que otros pueden hacerme
en contra de mi voluntad; o que la santidad es una mera norma exterior, que “cumplimos”
por rutina, distraídamente, o incluso por figuración o con intención no del todo pura.
+ “Lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre”
Ésta es la verdadera situacin del hombre respecto del pecado. Nadie peca “sin
querer” o “por casualidad”. Para que haya pecado tiene que haber mala intencin en el
corazón. Eso es lo que determina el pecado, incluso aunque esa mala intención no llegue a
ponerse en obra: “el que odia en su corazn...” “el que mira con mal deseo...” ya ha
“manchado” su corazn con el odio y el acoso (¿qué es a-cosar, sino tratar a las personas
como si fuesen cosas?...)
Y la verdadera santidad pasa también por el corazón... Un corazón purificado por
la Gracia de Dios es el que produce obras de santidad. De nada sirven actos puramente
exteriores, hechos sin ninguna intención de comprometerse personalmente, profundamente
con el Señor (así en las oraciones, limosnas, peregrinaciones, colaboraciones, visitas a
santuarios, promesas, etc.).
Una última consideración: puro de corazón es quien busca agradar a Dios, y sólo a
Él... Esta rectitud de intención es fundamental... Fruto de esta pureza de corazón es una
enorme libertad, y una conciencia de las cosas claras como son. Libertad que contrarresta
la esclavitud, tan sutil como peligrosa, de depender demasiado de los juicios humanos...
A todos Jesús nos pide que examinemos de qué corazón proceden nuestras obras:
si de un corazón esclavo, impuro, egoísta... o de un corazón puro, que se purifica
incesantemente en la búsqueda del Rostro y la Voluntad del Señor... como María...
Amén
Padre Dr. Juan Pablo Esquivel