XI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO B
VA DE PLANTAS
Por Padre Pedrojosé Ynaraja
Me figuro que la mayoría de vosotros, mis queridos jóvenes lectores, no tenéis
ocupaciones agrícolas, pero, sin duda, habréis tenido en vuestras manos alguna
semilla, por lo menos de las que son comestibles. También sabréis que las
simientes hay que sembrarlas, que han de germinar, brotar y madurar, antes de
que uno pueda aprovecharse de ellas. Este proceso a veces es bastante rápido,
otras sumamente lento. Hay vegetales que se reproducen con facilidad, en otros el
éxito es más problemático. Me propuse un día plantar junto a mi casa una encina
procedente de Tierra Santa. Este árbol fue considerado antiguamente como sagrado
y bajo uno de ellos, en Siquem, Abraham ofreció al Señor, que acababa de
mostrarse su amigo, un sacrificio. Pues bien, de uno de mis viajes me traje un
centenar de bellotas, ninguna germinó. Volví a repetirlo y tampoco obtuve
resultado alguno. Encargué que me seleccionaran algunas y me las guardaran,
nuevo fracaso. Finalmente telefoneé al P. Bárcena, amigo y director de la revista
que dirige y en la que colaboro. Le pedí que cogieran con esmero algunas bellotas,
las envolvieran en un trapo húmedo y me las enviaran de inmediato. Un buen
franciscano las seleccionó de entre las encinas del monte Tabor y cumplió mis
indicaciones. De unas treinta semillas, he conseguido finalmente cuatro o cinco
arbolitos, que cuido delicadamente y contemplo ilusionado como prosperan.
Algo semejante me ha ocurrido con la mandrágora, vegetal que es mencionado dos
veces en la Biblia. En este caso las semillas procedían de Italia primero, repetí
solicitándolas a Alemania y finalmente a Jaén. Entre ilusiones y fracasos, tengo
ahora una planta que crece mucho, pero todavía no he podido notar su
problemático aroma, del que habla el Cantar de los Cantares. No me desanimo. Si
no es este año, será el próximo.
En el fragmento de la misa de hoy, Jesús no se refiere a los vegetales de mis
desvelos. Él habla del trigo y de la mostaza.
En el primer caso, nos resulta fácil entender el ejemplo. Lo que quizá no sepáis es
que escoger el momento de sembrar el cereal, es una incógnita. El régimen
climático es un riesgo. El labrador mira al firmamento, esperando oportunas lluvias
y posterior cálido sol, que madure la mies. Pese a que la agrícola es una profesión
que no exija trabajo constante, ser labriego es aceptar el misterio de la naturaleza,
observar el lunático comportamiento de vientos y nubes, adaptarse a sus caprichos
y colaborar con estos fenómenos, sin darles prisa.
Es preciso aprender del labrador, para dar una respuesta correcta a Dios. No ser
olvidadizos, no precipitarse, aceptar el riesgo de fracasar, sin perder la Esperanza.
Nunca abandonar, ni dejarse vencer por frustraciones pasajeras. Pertenecemos a
unos tiempos en los que decimos que un PC es lento, porque un archivo tarda unos
minutos en llegarnos. Hasta hace muy poco, una carta lo hacía en quince días y no
nos enojábamos. Somos una civilización de apretar botones y desechar un objeto al
menor fallo. Tal vez esta inmediatez que exigimos a lo que nos proponemos, es un
grave obstáculo para la evangelización. No hay que olvidar que Dios dispone de la
Eternidad para sus planes y nosotros estamos llamados a serle fieles servidores y
nunca caer en la exigencia impertinente.
Del otro ejemplo que pone Jesús os puedo hablar largamente. La primera vez que
fui a Tierra Santa, me enseñaron un arbusto y me dijeron que era la mostaza
evangélica. Sacamos las correspondientes fotografías, publicamos en sistema
audiovisual y en artículos, escritos que así lo afirmaban. Comprobé más tarde, que
no correspondía a la planta que se refería Jesús (la que os hablo es la nicotiana
glauca). Otros autores, desde biblistas ilustres a botánicos expertos, dicen que es
del género “sinapis”, la de la famosa salsa de Dijón. Tampoco es verdad. En los
textos antiguos, la mostaza solo aparece en el Evangelio y en el Talmud.
Seguramente en tiempos del Señor, significaría arbusto común, zarza corriente,
hierbajo… Deduzco esto de los informes que he recibido de especialistas en
botánica y Biblia del mismo Israel.
La referencia exacta poco importa. Ya lo sabéis, de una semilla tan pequeña como
lo es un piñón, puede salir un árbol con el que construir un barco o una mansión
familiar. De una patata, por grande que sea, brota una planta de a lo sumo tres
palmos, sin que se pueda sacar madera ni para un palillo.
De once varones y cuatro o cinco mujeres, apoyados por un centenar de discípulos,
surgió la Iglesia, barnizada de cultura judía y rodeada de normas romanas que la
ahogaban. De unos cuantos de vosotros, mis queridos jóvenes lectores, puede
nacer una generosa empresa, que ayude a pobres, anime a desempleados, enseñe
a marginados ignorantes, estimule incipientes vocaciones de entrega a Dios. Un
chiquillo menudo como Tarsicio puede ser un modélico mártir. Domingo Savio, un
ejemplar santo, discípulo de Don Bosco. Dominguito de Val, un osado monaguillo,
mártir del siglo XIII. Cualquiera de vosotros, pues, está capacitado para ser santo,
no os olvidéis de esta valoración que os dicta, no un sicólogo, sino el mismo
Maestro. De esta enseñanza debe derivar vuestra autoestima.