XI D OMINGO DEL T IEMPO O RDINARIO
(Ez 17,22-24; Sal 91; 2 Co 5, 6-10; Mc 4, 26-34)
L A P ALABRA
“Todos los árboles silvestres sabrán que yo soy el
Señor, que humilla los árboles altos y ensalza los
árboles humildes, que seca los árboles lozanos y
hace florecer los árboles secos.” (Ez 17, 24)
-«¿Con qué podemos comparar el reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos? Con
un grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña, pero
después brota, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes
que los pájaros pueden cobijarse y anidar en ellas.» (Mc 4, 32-33)
M EDITACIÓN
La bendición que a menudo reciben los últimos, los pequeños, los humildes, los
pobres, los extranjeros, los segundones, las estériles es un eje transversal que recorre
toda la Biblia. En cambio, se humilla a los que se creen mejores y más fuertes, a los
primogénitos, a los cumplidores de la ley, a los herederos, a los altos y armados, a los
que permanecen montados en su caballería.
Tanto la visión profética de la rama cortada del árbol más esbelto y frondoso,
convertida en retoño crecido, como la pequeña semilla de mostaza, de la que nace un
arbusto capaz de cobijar en sus ramas a las aves, son figuras elocuentes de la enseñanza
bíblica. María, en su cántico de acción de gracias, expresa estas constantes de los libros
sagrados cuando proclama que Dios mira la humillación, ensalza a los pequeños,
derriba a los poderosos, despide a los ricos.
Recuerda quiénes fueron los elegidos: Abel, Isaac, Jacob, José, David, Salomón,
hijos segundones o los más pequeños de la familia. Sara, Ana, la madre de Sansón,
Isabel, mujeres estériles, recibieron la bendición de la fecundidad. Rut, la moabita,
Naamán el sirio, la viuda de Sarepta, son referencia del favor de Dios.
O RACIÓN
Señor, tú que sondeas el corazón y las entrañas, líbrame de ser pretencioso,
engreído, orgulloso, protagonista y de afanarme en la defensa de mi nombre y de mi
fama. Déjame gustar la alegría de los sencillos, de los humildes, la discreción de los
pequeños, de los pobres, concédeme ser como la urdimbre del tapiz, que sostiene los
colores vistosos de las figuras, sin mostrarse.
Tú, Señor, eres quien salva, quien concede todos los dones y capacita para todas
las empresas. Que emplee lo que me has regalado como servidor y no como dueño, a la
manera que Tú mismo lo hiciste a los pies de tus discípulos.
Que, según la enseñaza del Evangelio, cuando hayamos hecho todo lo que nos fue
mandado, digamos: “Somos siervos inútiles; hemos hecho lo que debíamos hacer”.