Solemnidad. La Natividad de San Juan Bautista (24 de junio)
Pautas para la homilia
"Yo pongo mis palabras en tu boca"
La misión principal que emerge en la persona de San Juan Bautista es ser precursor
de Jesucristo. “Tú pequeo, serás llamado profeta del Altísimo” (Lc 1, 76). Su
quehacer fue preparar los caminos al Señor y para ello ya en el seno materno fue
llenado del Espíritu Santo y, después, se preparó en el desierto para su vocación
mediante la oración y la penitencia. Encontrar a Dios implica encontrar la propia
misión y disponer el espíritu para poder llevarla a cabo.
El profeta anuncia y celebra la penitencia
Juan el Bautista preparó un pueblo bien dispuesto, no con planes bien presentados
y documentos bien razonados, sino anunciando con potencia la palabra de Dios y
celebrando un bautismo de penitencia. Hizo lo que se le ordenó y dijo lo que había
escuchado, sin compromisos, ni miedo a posibles represalias humanas, por eso
ayudó a muchos a volver al Señor. El profeta somete su vida al proyecto de Dios,
sin jamás inclinarse ante los poderosos de este mundo, pues ha sido enviado a
destruir el mal y a edificar el bien. Juan, sostenido por Dios y en Él refugiado, no es
una caña que se deja doblar por la fuerza del viento.
Juan el Bautista no sólo pronunció con autoridad palabras de Dios, sino que
también identificó a Jesús, bautizándolo e indicando quién era y cuál era su misión.
“Éste es el cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn 1, 29). La anuncio
de la palabra termina siempre identificando a Jesucristo. El Tríptico de Matías de
Grünewald, conservado en el museo del antiguo monasterio de las Monjas
Dominicas de Colmar, representa a Cristo crucificado y a Juan el Bautista, que
indica a los enfermos desahuciados que vayan a Cristo.
El profeta prepara un pueblo bien dispuesto y, después, desaparece
La misión profética de Juan el Bautista, un hombre según el corazón de Dios,
continúa hoy en la Iglesia y de modo especial en los sacerdotes, que llamados a
reunir el pueblo de Dios disperso, entregan la verdadera palabra de Dios y celebran
fielmente los sacramentos, sobre todo la Eucaristía, y cuando lo hacen con fe y
devoción facilitan la acogida de la palabra en el corazón y la adoración incluso
exterior. El sacerdote santo es testigo de la luz y prepara al Señor un pueblo que,
conociéndose, confiesa sus pecados y hace penitencia.
Y cuando el Profeta cumple su misin desaparece: “Yo no soy el que vosotros
pensáis” (Hech13, 25). “Yo no soy Cristo (…) Él debe crecer, yo, por el contrario,
disminuir” (Jn 3, 28. 30), rubricando la misin con su sangre, porque el profeta es
testigo de la vida eterna y sabe que Dios hará justicia. Que Dios nos conceda
caminar por la senda abierta por Juan el Bautista, de manera que con la mirada fija
en Jesús podamos encontrarnos con el Señor que regenera y salva y así llegar por
la senda del Evangelio a la meta de la vida: la salvación de nuestras personas. Pero
para salvarnos hay que nacer del agua y del espíritu y vivir en el temor del Señor
que engendra el verdadero amor de Dios.
Fr. Pedro Fernández Rodríguez
Convento Santa María Maggiore (Roma)