Ciclo B. XI Domingo del Tiempo Ordinario
Pedro Guillén Goñi, C.M.
Después del paréntesis litúrgico de la celebración de cuatro solemnidades muy
importantes: Ascensión, Pentecostés, Santísima Trinidad y Corpus Cristhi,
corresponde ahora volver a lo que denominamos el “Tiempo Ordinario”. El
evangelio de San Marcos nos irá presentado en el transcurso de los domingos
siguientes, por medio del Evangelio, la Palabra del Señor como criterio fundamental
de actuación de nuestra vida cristiana en nuestro intento por instaurar su Reino en
el mundo en que vivimos. Y lo hará de una forma humilde y profunda para acercar
el mensaje al conocimiento de la gente sencilla. San Marcos se fija en un estilo del
Señor como observador directo de los acontecimientos de la vida, que se
enternece, se admira y hunde su mirada en las necesidades de los demás. Anuncia
con sinceridad y transparencia y no teme a las reacciones que su palabra puede
provocar
Hoy nos presenta dos parábolas o comparaciones, “La parábola de la semilla que
crece sola” y la “del grano de mostaza”. La primera la recoge solamente San
Marcos y nos indica que la cosecha es segura, es decir, que la plenitud del Reino de
Dios, a pesar de los obstáculos y dificultades, llegará. El Reino de Dios no surge por
sorpresa o violentamente. Echada la semilla, germina, crece y madura sin prisa,
espontáneamente. Nos damos cuenta que el acento de la parábola es hacernos
descubrir el valor de la gracia, del amor de Dios que, aunque necesita nuestra
colaboración en cualquier ámbito de la vida, siempre será pequeña en comparación
a la influencia divina. Nos invita a valorar y descubrir el sentido auténtico de
nuestra vida: la serenidad interior, la paz, el mantenimiento del ritmo adecuado de
nuestros objetivos y actividades sin ansiedades inútiles que impiden un adecuado
desarrollo emocional y espiritual.
La segunda parábola, “el grano de mostaza” contiene connotaciones parecidas a la
anterior. Nos exhorta a comprender que el activismo exagerado, la búsqueda de los
resultados rápidos y sin importar los medios, hundirnos en el pesimismo o en la
resignación por la aparente ineficacia de nuestros compromisos, no son buenos
síntomas para vivir con paz interior. En cambio, una actitud humilde y sencilla en el
devenir de los acontecimientos, descubrir la bondad de las personas y las
situaciones, fomentar nuestra propia autoestima, relativizar las ansiedades del
futuro para no sucumbir en nuestros proyectos y vivir la alegría del presente, serán
criterios sanos para sentirnos un poco más felices..
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)