¿Porqué un día dedicado a Juan el Bautista?
Natividad de Juan el Bautista
Desde aquella inusitada visita de la Virgen María con su Hijo recién concebido en
su entraña visitando a otra mujer embarazada, su prima Isabel, Juan Bautista
quedó contagiado por el Espíritu Santo de Dios y marcado desde entonces a
preparar el camino del Salvador. No le quedaba de otra, y ya puesto en el camino,
su única preocupación fue verdaderamente la de disponer los corazones de los
hombres para que la palabra de Dios fuera sembrada en ellos. Juan se dedicó con
ahínco cerca del río Jordán a gritarle a los hombres sus verdades, y hablaba fuerte,
tan fuerte que al final se lo echaron al plato, o mejor a la charola, es decir, lo
decapitaron por hablador, por bocón, porque ni el rey se libró de aquél afán que él
tenía de la verdad, de la rectitud y de la sinceridad, cosas que al rey le faltaban.
Isaías hablaba proféticamente de Juan; “El Seor me llam desde el vientre de mi
madre: cuando aún estaba yo en el seno materno, él pronunció mi nombre, hizo
de mí una espada filosa, me hizo flecha puntiaguda…para congregar a Israel en
torno suyo…para restablecer a las tribus de Jacob y reunir a los sobrevivientes de
Israel, para que mi salvacin llegue a los últimos rincones de la tierra”.
¡Qué bien se escuchaba su palabra! Era una palabra ruda, dura, hiriente, tal como
lo anunciaba Isaías, una palabra que llevaba a las entrañas, ahí donde duele, ahí
donde la lastima, pero ahí también donde se cura. Y los hombres llegaban, dejaban
la vetusta Jerusalén, y se congregaban para escuchar al Bautista, para ser
instruidos por él, y luego se dejaban bautizar en las abundantes aguas del río
Jordán. Se arremolinaban en torno suyo, con gran incomodidad de los dirigentes
religiosos del templo que no se explicaban este movimiento tan raro motivado por
este hombre que vestía tan extraño, tan pobre y tan inusitado que despertaba la
admiración de las gentes.
Ni Cristo pudo sustraerse a la admiración del Bautista, al grado de solicitarle él
también el bautismo, no porque lo necesitara, sino para dar oportunidad a que el
Padre y el Espíritu Santo mostraran su complacencia para la obra a la que estaba
destinado. Juanito cumplió a la perfección la misión que se le encomendó. con gran
desconcierto suyo y con mucha reticencia, bautizó a Cristo. Incluso en un
momento de su vida, cuando llegaron a confundirlo con el verdadero Mesías, él
con la mano en la cintura habría podido decir que sí, que él era, pero fue tan
grande que reconoció que él sólo preparaba el camino, y que el que había de venir
ya estaba entre ellos, listo para tomar la antorcha en sus manos.
La verdad, que el mensaje de Cristo no se parecía a lo que Juan Bautista decía,
éste era de rompe y rasga, y Cristo era conciliador, Juan hablaba de castigos, de
venganza y de juicio y Cristo habla de perdón, de gracia, de bondad y de justicia,
pero el conjunto viene a ser agradable, porque ambos hacían la voluntad del Buen
Padre Dios, uno preparando el terreno y el segundo sembrando la semilla de la
Buena Nueva.
Nosotros los cristianos, los creyentes, tenemos que ser admiradores del Bautista y
de alguna forma tendríamos que parecernos un poquito o un mucho a él en su
rectitud, que bastante falta nos hace, en su prudencia, pensemos en algo tan
sencillo, la forma en que conducimos nuestro auto, por las calles y avenidas de
nuestras ciudades, para darnos cuenta de la prudencia, bondad y rectitud
necesarias para conducir no sólo nuestro auto sino nuestra propia vida y
preparemos el camino para que Cristo pueda seguir sembrando en los corazones, la
bondad, el amor y la predilección por los más pequeños y los más sencillos a
aquellos que no conducen un auto pero que también tienen derecho a vivir como
ciudadanos del Reino de los cielos.
El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera sus comentarios en
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