Comentario al evangelio del Martes 19 de Junio del 2012
Buenos días, Señor Jesús. Gracias por tu caricia matinal, que abre mis ojos y me permite gozar de la
luz del sol. Un sol, que sale para justos e injustos.
Pero, antes de salir corriendo al trabajo, entre personas y coches, deseo sentarme cerca de ti, en
silencio, en otro lugar y tiempo. Y, en el Monte de las Bienaventuranzas, escuchar tu Palabra.
Una pregunta, Señor Jesús: “amar al enemigo” ¿es lo mismo que no odiarle?
Y ¿quién es mi enemigo? Quizás, mi forma de ser y de actuar provoca una reacción de desprecio y
distanciamiento. Tal vez, ellos y ellas no sean mis enemigos, sino que perciban que el enemigo soy yo.
En ese caso, “amar al enemigo” comportaría un cambio en mis actitudes. Si mi realidad respira y
desprende amor evangélico, esas personas desconfiadas y distantes no serán “mis enemigos”, sino mis
hermanos.
Quizás, mis semejantes sean de verdad enemigos míos, porque buscan mi mal, mi ruina y la de mis
seres queridos. Podré, entonces, no odiarles; pero ¿amarles?
Vale. Ya te he oído, Señor: “Sí, amarles. Como el sol, que sale para justos e injustos, hay que trabajar
por el bien de los justos y de los injustos”.
De pronto, vuelvo a mi tiempo y a mi realidad. Levanto los ojos, Te veo crucificado y vestido de
Misericordia. Tú demuestras mejor que nadie que el verdadero amor es siempre gratuito. Te
contemplo, Señor, y veo que es tu Amor quien abraza al amigo, al enemigo y también envuelve toda
mi vida. Si esta sustancia de tu Misterio revelado nos conforma por dentro, ya no sólo es posible desear
al bien al que quiere el mal, sino que se convierte en urgente necesidad. Tu Amor en mí se transforma
en un mar de Misericordia.
Un buen amigo me hizo caer en la cuenta de que San Lucas dice: “Sed misericordiosos” donde San
Mateo dice: “Sed perfectos”. Si Mateo habla de perfección y Lucas de misericordia, será que la
Perfección a la que tú nos llamas Señor, es precisamente la Misericordia.
Dejarse amar por ti, Señor, es empaparse de Misericordia. Y más que el sol que nos calienta e ilumina,
tu Amor nos da ese buen bronceado que nos hace perfectos hijos del Abbá, en el Hijo por obra del
Espíritu.
María nos acompaña siempre en el camino.
E. A.