Solemnidad. La Natividad de San Juan Bautista B
JUAN BAUTISTA
Por Padre Pedrojosé Ynaraja
Mis queridos jóvenes lectores, si hoy celebramos el nacimiento de aquel del que
dijo Jesús que de todos los nacidos de mujer ninguno lo superó, Mt 11,11 será
preciso que me detenga en algunos detalles referentes a su vida, que conozco y a
los que otros no se referirán. Entre paréntesis, no debo ocultaros que Juan es el
único santo que celebramos su natalicio y su trágica muerte. De los demás, solo su
entrada en la eternidad. Santa María, evidentemente, es caso aparte.
No se menciona en el Evangelio el lugar donde nació, pero las tradiciones y la
arqueología, están de acuerdo en que fue un pueblecito, entonces cercano a
Jerusalén, que se llamaba Ein Karen, que significa fuente de la viña. He dicho
pueblo y lo era hasta hace muy poco. Antes de 1948, existía allí una próspera
comunidad cristiana, de la que el Señor había escogido, según me cuentan, cuatro
personas consagradas a Dios. Ahora en cambio, también según he oído, no hay ni
un solo cristiano autóctono. El conjunto hoy, es extrarradio ocupado por residencias
de ciudadanos israelíes y casas religiosas, de la misma capital. El peregrino se
dirige primero a la iglesia de la visitación, en recuerdo del encuentro de Santa María
con su tía Isabel. Al bajar se para en la fuente, Ain sitti Myrian la llaman, expresión
que equivaldría a: manantial de la señora María. Que acudiera a buscar agua la
Jovencita embarazada y servicial a este lugar, no hay ninguna duda, pues, no
existe otra en todo su entorno. A unos doce minutos del primer lugar del que os he
hablado, que olvidaba deciros, está adornado con no sé cuantas lápidas, donde está
escrito el canto de la Virgen, el Magnificat, en diferentes lenguas, se encuentra la
iglesia del nacimiento de Juan. Allí en una cripta, una estrella señala el lugar donde
nació. Que uno se crea al pie de la letra lo que dice la inscripción, es harina de otro
costal. Según cuentan, Santa Isabel sentía vergüenza de su embarazo, dada su
edad, y se retiró a las afueras de la villa. Esta edificación ha sido lugar predilecto de
España, donde se depositaron y conservan pinturas de artistas españoles de gran
categoría. En un patio interior del conjunto, he gozado de la hospitalidad y
generosidad de los franciscanos. El superior, el P. Cueto, un fraile de la Córdoba
argentina, nos dijo gentilmente: podéis comer la uva y las granadas que queráis.
Que algunos racimos de sus parras pesaran cinco kilos, nos recordaba los que a
Moisés le trajeron los exploradores, como prueba de la fecundidad de aquella tierra.
De esto que os cuento hace muchos años y sé que el buen franciscano ya murió.
Dios le habrá premiado sus bondades. Por aquel entonces ya había sufrido cinco
infartos por lo menos, según nos contó.
Por estos parajes, pues, nació Juan, llamado el remojador, dicho entre nosotros.
Ahora bien, a mí me gusta mucho visitar una iglesia no lejana, dedicada al desierto
donde nuestro protagonista se retiró, entregado a la oración, de cuyo evento nos
habla el final del evangelio de la misa de hoy. El lugar es poco visitado por los
viajeros convencionales, que lo ignoran. La permanencia durante 20 años de
monjes orientales, ha dejado la huella de una ornamentación en iglesia y otras
estancias, de bellos iconos. Al pie de la edificación brota un alegre manantial de
aguas transparentes. Es pues, “agua viva” la que allí nace, admirada y venerada
por cristianos, latinos y griegos, y judíos de los que se atienen a normas kosher y
de ella hacen acopio o se bañan reverentemente, pese a su frialdad. Mirando hacia
abajo se contempla una extensión sin casa alguna, de espesa vegetación y que uno
piensa al mirarla, que no ha cambiado desde aquellos días. A cuatro minutos,
silenciosa, humilde y solitaria, una ermita, abrigada por encinas y algarrobos,
alberga la tumba de Sta Isabel.
La fiesta que celebramos hoy está anclada en estos parajes.
Ya os he dicho, que otro día se celebra la degollación de nuestro héroe,
exactamente el 29 de agosto. Me parece oportuno que os dé alguna referencia del
trágico hecho y de su protagonista, Juan. No olvidéis que en su tiempo, fue más
famoso que el mismo Jesús y que, abandonado el retiro del que os he hablado, se
desplazó a orillas del Jordán, en su último tramo, a poca distancia de la
desembocadura en el Mar Muerto. Este lugar sí que está señalado en el evangelio,
que lo llama “Betania trans jordanem”. La arqueología confirma también lo
señalado por el texto. Hasta hace poco, solo se podía visitar por la orilla oriental,
en el Reino de Jordania. La occidental, en el Estado de Israel, solo se permitía el
último jueves de octubre de cada año. Se me concedió la gracia de poder hacerlo y
concelebrar, en dos ocasiones.
La oratoria de nuestro héroe, recibiría un suspenso de cualquier análisis de técnicas
de marketing. Pese a ello acudían a escucharle y darle la razón, llámesele recibir su
bautismo, gentes de todos lugares y clases sociales. Era una predicación
radicalmente sincera, que exigía la conversión. Nada de sandeces, elogios propios
de politiqueros, pretendiendo ganarse al auditorio. Estoy seguro de que no se me
enfadará si digo de él que era un maleducado y hasta algunos creerían insolente
agitador de masas. Al mandamás de turno, Herodes, no le gustaban las
acusaciones que le dirigía públicamente y mucho menos a su amante, que para
colmo era cuñada suya. Evidentemente, el poder de la fuerza, pudo más que la
verdad y Juan fue encarcelado. El evangelio no dice donde, pero el historiador
Flavio Josefo, señala que lo fue en la fortaleza de Maqueronte, hoy en ruinas. El
viajero la divisa cercana a la carretera que va de la capital Aman a Petra, la famosa
ciudad nabatea.
Cuando fue estúpidamente ajusticiado, su cuerpo fue recogido por sus discípulos y
enterrado, según la tradición, en Sebaste, a unos diez kilómetros de la actual
Nablus. De la basílica erigida en su honor queda muy poco. Conviene que Él crezca
y yo disminuya, había dicho en vida. Cuando uno está entre aquellas paredes,
recuerda estas palabras, comparando su soledad y destrucción, con la basílica del
Santo Sepulcro en Jerusalén. De la autenticidad del monumento nos habla el mismo
San Jerónimo y su discípula Paula, siglo IV.
Os he hablado del cuerpo de San Juan, de su cabeza no dicen nada los textos
sagrados. No os oculto, pese a mí desconfianza, que, según se dice, diversas
poblaciones se la apropian. La única que conozco está en la catedral de Amiens y
está científicamente demostrado que no es auténtica. Se atribuyen su posesión la
mezquita de Umayyad, en Siria y la iglesia de S. Silvestro, en Roma. Acabo de
enterarme hace muy poco, cuando estaba escribiendo estas líneas, que también
dicen que la tienen en Sofía (Bulgaria) con recientes estudios científicos de la
universidad de Oxford que lo acreditan. ¡anda ya!
Me he extendido demasiado explicándoos, mis queridos jóvenes lectores, detalles
que tal vez vosotros consideréis puramente anecdóticos. Espero que, por lo menos,
podéis sacar alguna instrucción de todo ello. Os habréis dado cuenta de la gran
admiración que siento por Juan el Bautista. Y es que no fue un hombre gracioso, ni
simpático, ni astuto político. Tampoco hay pruebas de que fuera listo, ni de
atractivo físico, ni siquiera, en su etapa pública, joven. Eso sí fue austero,
coherente, valiente, es decir santo. Y es de este género de personas de las que hay
más necesidad hoy en día. Cualquiera de vosotros, pues, puede empezar a imitarlo.