XI DOMINGO T. ORDINARIO
+ Mons. D. Ciriaco Benavente Mateos
Lo fundamental es cosa del Señor
En los próximos domingos, hasta finales de noviembre, iremos siguiendo,
fragmento tras fragmento, el evangelio de Marcos.
El texto de este domingo contiene dos parábolas contadas por Jesús a sus
discípulos en referencia, sin duda, a una situación muy común entonces, y no
menos común hoy.
Jesús había proclamado la venida del Reino, pero ¿qué acontecía? A la vez que
había suscitado el interés de la gente, había despertado la hostilidad de los
dirigentes del pueblo. Había cosechado algunas adhesiones, pero incluso a los “los
Doce”, a quienes había elegido cuidadosamente, se les tambaleaba con frecuencia
la fe. Con ambas parábolas Jesús pretende infundirles confianza para superar las
dificultades.
Parece también claro que la crisis no era menos fuerte por los años 70, cuando
Marcos escribe su evangelio. Los cristianos de Roma andaban descorazonados. La
predicación de Pedro y de Pablo fue muy importante, pero ambos apóstoles habían
sido martirizados en las persecuciones, que, ahora, volvían a arreciar. No es de
extrañar que aquellos cristianos tuvieran la sensación de ser un grupo minoritario y
sin futuro. El Reino anunciado por Jesús no parecía aflorar por ninguna parte.
La cosa no era nueva. En la primera lectura de hoy escuchamos cómo, en tiempos
del profeta Ezequiel, casi seiscientos años antes de Cristo, el pueblo elegido había
sido deportado a Babilona y sometido a esclavitud bajo Nabucodonosor. Las
promesas de Dios parecían no llegar. Era explicable que el pueblo entrara en crisis,
y que se resintieran los pilares de la confianza en Dios.
¡Siempre presente la crisis! ¡Cuántas conocemos hoy!: Crisis de valores, de la
política, de la economía, del desempleo… También sabe de crisis nuestra Iglesia.
Después de dos mil años, hay muchos que no son cristianos. Quisiéramos que la
Iglesia funcionase mejor, pero no siempre son así las cosas. Por eso, también a
nosotros nos rondan con frecuencia el pesimismo, la desilusión y el desaliento.
En medio del destierro del pueblo de Israel, se levanta Ezequiel para hablar en
nombre del Señor. Anuncia que Dios se comportará como el agricultor que arranca
una ramita de un cedro y la planta sobre el monte más alto. La rama se convertirá
en un noble cedro en el que anidarán, al abrigo de sus ramas, toda clase de aves.
Entre tanto Israel deberá aguardar la liberación.
Jesús, al venir, se manifestó como Mesías, pero con un mesianismo opuesto a las
expectativas populares. No vino en poder, sino en debilidad, con la única fuerza de
su palabra y de su amor. Su Reino no se parecería en nada a los reinos de este
mundo. Incluso entre algunos de sus discípulos cundió la desilusión. En este
contexto, para ayudar a superar la crisis, cuenta Jesús tres parábolas, dos de las
cuales escuchamos hoy.
La primera presenta a Dios como un agricultor que esparce la semilla en su campo.
Sin que el sembrador sepa cómo, ya vele o ya duerma, la semilla germina y va
creciendo; primero unos tallitos verdes, luego la espiga, después el grano. Y cuando
el grano está a punto se mete la hoz porque ha llegado la siega ”. Era como decir:
“Siembra, lanza la semilla! Dios actúa en secreto. Deja morir la semilla, pero no
desesperes. ¡Siembra! El universo no camina a la muerte, sino al gozo de la
recoleccin”. Lo fundamental lo realizará el Seor.
La segunda comienza por unos interrogantes. “ Con qué podemos comparar el
Reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos? Los interrogantes parecen manifestar la
dificultad para explicar la realidad misteriosa del Reino.
Jesús compara el Reino a un grano de mostaza: “ al sembrarlo en la tierra es la
semilla más pequeña, pero después crece, se hace más alta que las demás
hortalizas y echa ramas tan grandes que los pájaros pueden anidar a su sombra ”.
Jesús pone el acento en la desproporción entre el comienzo y el final. Respondía así
a las tergiversaciones y críticas de sus contemporáneos. Frente a las expectativas
judías, que esperaban un Mesías triunfal, el ministerio de Jesús parecía bien
insignificante…
Se me ocurren así, a bote pronto, algunas conclusiones:
* Que el papel nuestro, de quienes gozamos poniendo rúbrica a todos los éxitos o
atribuyéndonos la paternidad de todo lo que funciona, es bastante modesto. No
somos los protagonistas, sino, a lo más, afanosos colaboradores.
* Que en la agricultura de Dios siempre es mínima la semilla: Ezequiel hablaba de
una ramita pequeña y tierna. David, del que descendía Jesús, era un pastorcillo de
ovejas. Y María, una humilde muchacha de aldea. Todos los grandes del Reino han
sido de los “pequeos de Yavé”.
* Que los frutos de nuestra labor no suelen ser inmediatos, sino a largo plazo. A
todos nos gusta “llegar y besar”…, pero lo más frecuente es que uno sea el que
siembra y otro el que siega.
Padres, educadores, catequistas… no nos cansemos de sembrar, aunque tarde en
verse el fruto!