Domingo XII del Tiempo Ordinario
Job 38,1.8-11; Sal 106; 2Co 5,14-17; Mc 4,35-41.
Al atardecer de ese mismo día, les dijo: "Crucemos a la otra orilla". Ellos, dejando a
la multitud, lo llevaron a la barca, así como estaba. Había otras barcas junto a la
suya. Entonces se desató un fuerte vendaval, y las olas entraban en la barca, que
se iba llenando de agua. Jesús estaba en la popa, durmiendo sobre el cabezal. Lo
despertaron y le dijeron: "¡Maestro! ¿No te importa que nos ahoguemos?".
Despertándose, él increpó al viento y dijo al mar: "¡Silencio! ¡Cállate!". El viento se
aplacó y sobrevino una gran calma. Después les dijo: "¿Por qué tienen miedo?
¿Cómo no tienen fe?". Entonces quedaron atemorizados y se decían unos a otros:
"¿Quién es este, que hasta el viento y el mar le obedecen?".
Este domingo XII del Tiempo Ordinario, la Iglesia nos invita a celebrar el misterio
de la Pascua del Señor, porque la eucaristía celebra el Misterio Pascual de Cristo, y
en este sentido nos hace presente el octavo día, el día que anuncia la Eternidad, la
llamada a la participación de la vida futura nos introduce a la verdadera fiesta. Por
ello en el misterio pascual, que celebramos cada domingo en la Santa Misa o
Eucaristía, se realiza el memorial del Señor, no en figura como lo anunciaban los
sacrificios de la Antigua Alianza, no es el éxodo de Egipto y el ingreso a la tierra
prometida; es el éxodo definitivo hacia la Patria Celeste, siendo el verdadero maná
del cielo. Al respecto el Papa Benedicto XVI nos dice: Para nosotros, cristianos,
el día de fiesta es el domingo, día del Señor, pascua semanal. Es el día de la
Iglesia, asamblea convocada por el Señor alrededor de la mesa de la palabra y del
sacrificio eucarístico, como estamos haciendo hoy, para alimentarnos de él, entrar
en su amor y vivir de su amor. Es el día del hombre y de sus valores: convivialidad,
amistad, solidaridad, cultura, contacto con la naturaleza, juego, deporte. Es el día
de la familia, en el que se vive juntos el sentido de la fiesta, del encuentro, del
compartir, también en la participación de la santa Misa (Benedicto XVI, Homilía,
3 de junio de 2012).
La segunda lectura del presente domingo, nos manifiesta que el creyente es una
creatura nueva, es uno con Cristo. San Pablo en su carta a los Gálatas dice: “... ya
no soy yo es Cristo que vive en mí...”. De esta manera debemos entender que la
vida cristiana no podemos vivirla de manera independiente o aislada, fuera del
misterio pascual de Cristo, y como decíamos en las primeras líneas, la celebración
del misterio cada semana: nos nutre, nos fortalece y reviste, y nos hace uno con el
Señor. El creyente, por lo tanto, en el quehacer de su vida, vive la vida inmersa en
el misterio de Cristo; por lo tanto si Cristo ha vivido su vida en esta íntima
comunión con el Padre, cuanto más nosotros estamos llamados a vivir nuestra vida
en ésta intimidad con Cristo.
Nuestro Beato Papa Juan Pablo II nos dice: Debéis tener un deseo ardiente y
una gran valentía para proclamar a Cristo, para anunciarlo en vuestros ambientes,
en la sociedad. Sed apóstoles entre vuestros amigos y compañeros. Para ello debéis
de formaros sólidamente en la fe, alimentaros de la Eucaristía, cimentaros en la
oración, y así poder proyectaros hacia los demás con la seguridad que da el Señor.
A cada uno de vosotros le espera la noble tarea de ser mensajero de Cristo entre
los que están a su alrededor. Cultivad en vuestro corazón joven el deseo de ser
verdaderos apóstoles, testigos audaces del Evangelio, artesanos de la civilización
del amor (Juan Pablo II, Saludo a los jóvenes reunidos en el Campo de Marte
durante su visita al Perú, 15 de mayo de 1988).
El pasaje evangélico de la tempestad calmada, puede relacionarse con el texto de
la primera lectura del libro de Job, en el que Dios se revela como el Señor del mar.
Jesús increpa al viento y ordena al mar que se calme, lo interpela como quien es
Hijo de Dios con poder sobre todo lo creado. En la Biblia, según lo que nos dice la
primera lectura, el mar se considera como un elemento amenazador, caótico,
potencialmente destructivo, que sólo Dios, el Creador, puede dominar, gobernar y
silenciar. Frente a la fuerza destructora se nos presenta otra fuerza que mueve al
mundo, que es capaz de transformar y renovar a las criaturas: la fuerza del "amor
de Cristo" (2 Co 5, 14), como la llama San Pablo en la segunda carta a los
Corintios; por tanto, esencialmente no es una fuerza cósmica, sino divina,
trascendente.
El evangelio es muy claro al señalar, que los discípulos que aún están comenzando
a escuchar y conocer, y ven los signos que el Maestro da para creer en Él, se
atemorizan ante la tempestad que amenaza hundir la barca. No tienen una fe
sólida, el abandono confiado de Jesús ante el Padre es, por el contrario total. El
gesto solemne de apaciguar el mar en tempestad es claramente un signo del
señorío de Jesús sobre las potencias de la naturaleza y son signos de su divinidad:
¿quién es éste --se preguntaban estupefactos y atemorizados los discípulos--,
que hasta el viento y el mar le obedecen?...». Vemos en este pasaje evangélico que
el mar se convierte en lugar de la manifestación de Jesús exclusivamente para sus
discípulos: allí son salvados de un peligro, allí reciben una nueva revelación de su
maestro que sirve de punto de partida para que puedan responder y anunciar más
adelante quién es Jesús.
El Papa Benedicto XVI nos dice al respecto de este pasaje: En la Biblia, según lo
que nos dicen la primera lectura y el Salmo 107, el mar se considera como un
elemento amenazador, caótico, potencialmente destructivo, que sólo Dios, el
Creador, puede dominar, gobernar y silenciar. Sin embargo, hay otra fuerza, una
fuerza positiva, que mueve al mundo, capaz de transformar y renovar a las
criaturas: la fuerza del "amor de Cristo" (2 Co 5, 14), como la llama san Pablo en la
segunda carta a los Corintios; por tanto, esencialmente no es una fuerza cósmica,
sino divina, trascendente. Actúa también sobre el cosmos, pero, en sí mismo, el
amor de Cristo es "otro" tipo de poder, y el Señor manifestó esta alteridad
trascendente en su Pascua, en la "santidad" del "camino" que eligió para liberarnos
del dominio del mal, como había sucedido con el éxodo de Egipto, cuando hizo salir
a los judíos atravesando las aguas del mar Rojo (Benedicto XVI, Homilía, 21 de
junio de 2009). Como en su tiempo muchos exégetas expresaban: Cristo aparece
como el Nuevo Moisés; ya que Moisés encaminó al pueblo liberado de Egipto a la
tierra prometida, Cristo es nuestro Nuevo Moisés (camino-verdad-vida), que nos
lleva al encuentro de retorno a la Casa del Padre.
Pbro. Oscar Balcázar Balcázar