Solemnidad de la Natividad de San Juan Bautista, ciclo B.
Estimados hermanos y amigos:
Este día, en vez de meditar los textos litúrgicos correspondientes al Domingo de
la semana XII del Tiempo Ordinario, meditamos las lecturas correspondientes a la
solemnidad de la Natividad de San Juan Bautista, el Precursor del Mesías.
Cuando fuimos niños, nuestros padres empezaron a formarnos para que
llegáramos a ser hombres y mujeres de provecho al alcanzar la edad adulta, y,
paralelamente a la recepción de la citada formación, muchos tuvimos la
oportunidad de crecer espiritualmente, lo cual, además de sernos útil para adaptar
nuestra vida al cumplimiento de la voluntad de Dios, nos ayudó a comprender la
importancia que tiene, el hecho de servir a Nuestro Santo Padre, en quienes tienen
carencias espirituales y materiales.
San Juan Bautista no vino al mundo para buscar la manera de obtener una
formación que le ayudara a abrirse puertas para alcanzar una buena posición social,
sino para preparar a sus hermanos de raza a recuperar la fe original de los
Patriarcas Abraham, Isaac y Jacob, que había sido manipulada conscientemente,
para ser adaptada, a las creencias de las diversas ramas, en que se dividió el
Judaísmo, con el paso de los siglos. Esto fue precisamente lo que oyó Zacarías, -el
padre del citado profeta-, en el templo de Jerusalén, cuando le dijo el ángel que le
reveló que sería padre:
"Y (el Bautista) hará que muchos de los hijos de Israel se conviertan al Señor
Dios de ellos. E irá delante de él (precederá al Mesías) con el espíritu y el poder de
Elías, para hacer volver el corazón de los padres a los hijos, y de los rebeldes a la
prudencia de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto" (LC. 1,
16-17).
Los padres citados en el texto que estamos considerando, son los Patriarcas de
Israel, y, los rebeldes, son los hebreos que, a través del paso de los siglos,
modificaron la comprensión de las Sagradas Escrituras, para adaptar a los
creyentes, a la consecución de sus propósitos, que no estaban relacionados,
precisamente, con la espiritualidad. Tales rebeldes tenían que ser justos, es decir,
tenían que creer en Dios y someterse al cumplimiento de su voluntad, pues en ello
consistía la misión del citado Profeta.
"Cuando a Elisabet se le cumplió el tiempo de su alumbramiento, dio a luz un
hijo. Y cuando oyeron los vecinos y los parientes que Dios había engrandecido para
con ella su misericordia, se regocijaron con ella. Aconteció que al octavo día
vinieron para circuncidar al niño; y le llamaban con el nombre de su padre,
Zacarías; pero respondiendo su madre, dijo: No; se llamará Juan. Le dijeron: ¿Por
qué? No hay nadie en tu parentela que se llame con ese nombre. Entonces
preguntaron por señas a su padre, cómo le quería llamar. Y pidiendo una tablilla,
escribió, diciendo: Juan es su nombre. Y todos se maravillaron. Al momento fue
abierta su boca y suelta su lengua, y habló bendiciendo a Dios" (LC. 1, 57-64).
San Juan Bautista tenía que haber tenido el nombre de su abuelo paterno según
la tradición de sus hermanos de raza, pero, debido a que su padre era de edad
avanzada, lo lógico hubiera sido que hubiera sido llamado con el nombre de su
antecesor, pero Dios quiso que se llamara Juan, para indicar que, después de venir
el Mesías al mundo, serían renovadas las creencias de quienes creyeran en Yahveh,
siguiendo la predicación de Nuestro Señor Jesucristo.
El hecho de que San Juan no fuera llamado con el nombre de su abuelo ni de su
padre es importante para nosotros, pues nos recuerda que el Señor quiere innovar
en nuestra vida, haciendo de la humanidad una gran familia, pues quiere que le
ayudemos a lograr su objetivo. A veces no se puede llevar a cabo la realización del
designio divino de purificar, santificar y salvar a la humanidad sin violencia. En el
texto que estamos considerando, nos encontramos con el hombre que tenía
potestad para ponerle nombre a su hijo mudo, y con una mujer que, sin tener
poder para romper una tradición ancestral, les comunicó a sus familiares y
conocidos, que su hijo tenía que tener un nombre nuevo. A nosotros nos parece
imposible el hecho de que Dios logre santificarnos si no nos saca de este mundo en
que hay tanta gente egoísta, pero debemos confiar en El, pues sabe cómo ha de
conducirnos a su presencia.
El Nacimiento del Bautista asombró a quienes tuvieron noticias de cómo
desapareció el impedimento que Zacarías tenía para hablar.
"Y se llenaron de temor todos sus vecinos; y en todas las montañas de Judea se
divulgaron todas estas cosas. Y todos los que las oían las guardaban en su corazón,
diciendo: ¿Quién, pues, será este niño? Y la mano del Señor estaba con él" (LC. 1,
65-66<).
Si recordamos cómo Zacarías quedó mudo en el Templo de Jerusalén, podemos
pensar en el hecho de que no debemos evitar dejar de cumplir la voluntad de Dios.
"Dijo Zacarías al ángel: ¿En qué conoceré esto? Porque yo soy viejo, y mi mujer
es de edad avanzada. Respondiendo el ángel, le dijo: Yo soy Gabriel, que estoy
delante de Dios; y he sido enviado a hablarte, y darte estas buenas nuevas. Y
ahora quedarás mudo y no podrás hablar, hasta el día en que esto se haga, por
cuanto no creíste mis palabras, las cuales se cumplirán a su tiempo" (LC. 1, 18-20).
Zacarías estuvo mudo mientras no creyó en Dios, pero tuvo nuevamente la
facultad de hablar, cuando recuperó la fe. Ello nos indica que la voluntad de Dios
prevalecerá sobre los deseos de quienes se oponen al cumplimiento del designio
salvífico de Nuestro Padre común.
Es sorprendente el hecho de que Zacarías, a pesar de que era sacerdote, no creía
en Dios, tal como lo hacía Nuestra Santa Madre, quien, quizás con una instrucción
religiosa muy deficiente, optó por cumplir la voluntad divina poniendo su vida en
peligro, dado que San José tenía potestad para denunciarla por haber cometido
adulterio contra él. María, -como sabemos-, no le fue infiel a su futuro marido,
pero, ¿cómo podía demostrarle que Jesús fue engendrado por obra y gracia del
Espíritu Santo? Entre todas las mujeres de Israel, ¿por qué había tenido que ser
precisamente ella la escogida por Dios para que su enviado se encarnara en sus
entrañas?
"Y entrando el ángel en donde ella estaba, dijo: ¡Salve, muy favorecida! El Señor
es contigo; bendita tú entre las mujeres. Mas ella, cuando le vio, se turbó por sus
palabras, y pensaba qué salutación sería esta" (LC. 1, 28-29).
¿En qué se diferenciaban las actitudes de Zacarías y María ante las revelaciones
que les fueron hechas? Mientras que el primero dio por sentado que el anuncio que
San Gabriel le hizo era falso, Nuestra Santa Madre quiso saber, cómo sin haber
mantenido relaciones conyugales, sería posible, que ella fuera Madre. A Dios no le
importa que sintamos curiosidad a la hora de indagar cómo hace las cosas, pero no
desea que desconfiemos de El. De nada nos sirve tener una gran formación en el
conocimiento de la Palabra de Dios, si, cuando tenemos que demostrar que
tenemos fe, descubrimos que, nuestros amplios conocimientos, no nos han sido
útiles, para lograr creer en Nuestro Padre común.
"Entonces María dijo al ángel: ¿Cómo será esto? pues no conozco varón" (LC. 1,
34).
Recordemos que Jesús predicaba usando parábolas, las cuales solo les eran
explicadas a quienes llegaron a ser los Doce Apóstoles. Bajo nuestra perspectiva
humana, hubiera sido deseable que el señor les expusiera detalladamente sus
alegorías a quienes oían sus predicaciones, con el fin de hacer que su mensaje
hubiera sido comprendido de igual manera por todos ellos, pero Nuestro Salvador
quiere que todos lleguemos a su conocimiento, dejándonos inspirar por el Espíritu
Santo, y utilizando nuestras facultades mentales, para descubrir su designio
salvífico, sobre nosotros. Os digo esto por causa de las cartas que recibo de
catequistas que se quejan de que la instrucción religiosa que les imparten a los
niños y jóvenes es insuficiente, pues parece ser que los tales no actúan como
verdaderos creyentes. Yo les digo a quienes me escriben dichas cartas que, quienes
predicamos el Evangelio, no tenemos la capacidad de averiguar hasta qué punto se
hacen creyentes quienes nos oyen, por lo cual, aunque tengamos la impresión de
que nuestra actividad evangelizadora es infructífera, al ser conscientes de que
anunciamos la Palabra de Dios, tenemos que dejar que el Espíritu Santo recoja el
fruto de nuestra siembra, pues, aunque Dios es buen pagador de sus servidores, no
podemos constatar hasta qué punto llegan a creer en Dios, quienes oyen nuestras
charlas, o leen nuestras publicaciones.
"Y el niño crecía, y se fortalecía en espíritu; y estuvo en lugares desiertos hasta el
día de su manifestación a Israel" (LC. 1, 80).
¿Se esfuerzan los padres cristianos en compaginar la formación escolar de sus
hijos con el crecimiento espiritual que les es necesario para amoldarse al
cumplimiento de la voluntad de Dios? Recordemos que la sencilla instrucción que
los niños reciben antes de comulgar por primera vez, no les es suficiente para
afrontar y confrontar las posibles dificultades que tendrán que tener, ni para desear
vivir cumpliendo la voluntad de Nuestro Santo Creador.
Al recordar cómo San Juan Bautista se ocultó del mundo para evitar cometer los
pecados con que muchos de sus hermanos de raza renunciaron a la fe que debían
profesar, podemos pensar que se equivocó de camino, porque Jesús hizo todo lo
contrario que él, -es decir, el Señor, en vez de hacerse buscar por la gente, buscó a
las ovejas perdidas de Israel-. A pesar de la creencia que muchos albergan de que
el Santo cuya Natividad estamos celebrando era un fanático religioso, debemos
pensar si tenemos una fe como la suya, a la hora de rechazar la realización de
acciones contrarias al cumplimiento de la voluntad de Nuestro Santo Padre.
"Y la gente le preguntaba, diciendo: Entonces, ¿qué haremos? Y respondiendo,
les dijo: El que tiene dos túnicas, dé al que no tiene; y el que tiene qué comer,
haga lo mismo. Vinieron también unos publicanos para ser bautizados, y le dijeron:
Maestro, ¿qué haremos? El les dijo: No exijáis más de lo que os está ordenado.
También le preguntaron unos soldados, diciendo: Y nosotros, ¿qué haremos? Y les
dijo: No hagáis extorsión a nadie, ni calumniéis; y contentaos con vuestro salario"
(LC. 3, 10-14).
En vez de pensar que San Juan era un fanático, debemos pensar si tenemos su
valentía, tanto para predicar el Evangelio, como para vivir como buenos cristianos.
Quizás podemos tener la pretensión de ser como aquellos fariseos que creían que
podían comprar la salvación cumpliendo los preceptos de la Ley de Moisés, que
ellos mismos modificaron, adaptándola a la consecución de sus intereses
materiales, al mismo tiempo que satanizaban a quienes incumplían tales
mandamientos. Quizás somos como los saduceos que se aprovechaban de la
religiosidad popular para enriquecerse, o somos como los esenios que, con tal de
evitar la comisión de pecados, se aislaban en el desierto, olvidando que la
santificación no solo se obtiene estudiando y orando, pues, en tal proceso, es
fundamental la práctica de todo lo aprendido, durante muchos años de intensa
formación doctrinal.
Concluyamos esta meditación, pidiéndole al Señor Jesús, que nos ayude a ser
como El, y que nos permita experimentar la presencia de Dios, tanto en las horas
de formación y oración, como a la hora de servir a Nuestro Santo Padre, en quienes
tienen carencias materiales y espirituales.
José Portillo Pérez
joseportilloperez@gmail.com