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Día litúrgico: Sábado XII del tiempo ordinario
Texto del Evangelio ( Mt 8,5-17): En aquel tiempo, al entrar en Cafarnaúm, se le
acercó un centurión y le rogó diciendo: «Señor, mi criado yace en casa paralítico
con terribles sufrimientos». Dícele Jesús: «Yo iré a curarle». Replicó el centurión:
«Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; basta que lo digas de palabra y
mi criado quedará sano. Porque también yo, que soy un subalterno, tengo soldados
a mis órdenes, y digo a éste: ‘Vete’, y va; y a otro: ‘Ven’, y viene; y a mi siervo:
‘Haz esto’, y lo hace. Al oír esto Jesús quedó admirado ().
Comentario: Rev. D. Antoni CAROL i Hostench (Sant Cugat del Vallès, Barcelona,
España)
El misterio de la "impotencia" divina
Hoy, con Jesucristo, nos admirados ante las palabras del centurión. Nos conmueve
la preocupación de este jefe por un subalterno. Y nos convence el sentido común
con que capta el poder divino. En el "Credo" confesamos que Dios es Padre
todopoderoso. Pero, ¿cómo conciliar su poder infinito con la presencia del mal? Es
el misterio de la aparente impotencia divina.
Dios no es un "policía del cosmos", que interviene para poner orden —según
nuestros esquemas— en todos los rincones del universo. Él es Padre y su gobierno
es providencial. A veces, nos puede parecer ausente e incapaz de impedir el mal.
Sin embargo, Dios Padre ha revelado su omnipotencia de la manera más misteriosa
en el anonadamiento voluntario y en la Resurrección de su Hijo.
—Señor, eres tan grande que en Jesús te has hecho pequeño. Y, desde la Cruz, nos
enseñas a transformar el mal en un gesto de amor. Tu "debilidad" es más fuerte
que la fuerza de los hombres.
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