XIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO B
TERNURA
Por Padre Pedrojosé Ynaraja
Si bien el concepto me entusiasma, la palabra en sí, me gusta más en lengua
francesa (tendresse) o en catalán (tendresa) cuya pronunciación es más suave,
como lo es la virtud. Ahora bien, en una reunión juvenil, observé que se le daba al
término un sentido erótico y decidí evitarla, sin saber por el momento con cual la
substituiría. Inesperadamente descubrí: cordialidad y llevo años utilizándola, sin
que nadie me la malinterprete. Si me he entretenido en esta disquisición, mis
queridos jóvenes lectores, es porque he observado que con frecuencia se cae en
error. En algunos casos, parece que ser cristiano sea cosa de intelectuales de
mayor o menor talla. Que hay que estudiar, discutir y dilucidar conceptos. No
ignoro que eso de discutir, para algunos, resulta deporte emocionante,
principalmente si se trata de desacreditar al otro, venciéndolo, sin aportar nada
positivo. En el otro extremo, están los que sus convicciones cristianas les exigen
únicamente ayuda material, sea monetaria, alimentación o vestido. Los dos
extremos de los que os he hablado, no están exentos de verdad y bondad. Nuestra
Fe supone contenidos que enriquecen nuestra mente y la Caridad exige compartir
los propios bienes. Dicho lo cual, os añado: no es suficiente.
Me he entretenido en estas cuestiones, para que comprendáis aspectos del
evangelio que se proclama en la misa de este domingo, que de otra manera tal vez
se os escurrirían.
Jesús camina, va hacia la casa de un notable que le pide acuda a salvar a su hija
gravemente enferma. Por el camino le interrumpe esa buena mujer, respecto a la
que me voy a entretener un rato, no tanto como el que le arrebató ella al Señor.
Está enferma, hace años que pierde sangre. De inmediato pensaremos en una
anemia. No es este momento ni lugar, para entretenernos en un diagnostico
médico. Hay que tener en cuenta que el flujo de sangre, supone, para la mujer de
aquellos tiempos, ser víctima de alejamiento social inmediato, ya que es impura. No
debe acercarse a las personas y está impedida de un montón de actividades. Si
esto que señalo os parece que es cosa de tiempos muy lejanos, os recordaré que
en ciertas religiones, aun hoy, la mujer durante sus reglas, está excluida de
prácticas religiosas. Pero es que entre nosotros, hasta hace pocos años, también
existían impedimentos. Os pongo un ejemplo, del que soy testigo en mi propio
lugar de nacimiento. A las bodegas de vino, no se permitía bajar a las mujeres. Se
decía que si entraba estando en su periodo de menstruación, se picaría el vino y
por ello, para librarse del posible percance, entrar les estaba prohibido siempre. Yo
podía bajar y catar los caldos que quisiera, ellas no.
La buena mujer del relato evangélico, se salta las normas y se aproxima entre la
multitud, esperanzada ella. Piensa que la bondad del Señor es tan grande, que con
solo tocarle la ropa que le cubre, podrá sanarse. Y así ocurre. Parecería que es
suficiente lo que ha ocurrido, y que es preciso que el Maestro acuda de inmediato a
la casa de la enferma. Pues, no. Se entretiene, quiere dialogar con ella. Ante su
vergüenza, Él le habla con ternura. Marcha curada y contenta. Jesús no es una ONG
cualquiera.
Prosiguen el camino, les comunican que la chica ha muerto, que se vuelva el Señor,
pero no hace caso y continúa hasta su casa. Al llegar, observa el tumulto. A Él no le
gusta presumir espectacularmente de sus poderes. La chica tenía 12 años, es decir,
o ya no era una niña, o estaba a punto de dejar de serlo. Como tantas veces os
recuerdo, en aquella cultura, como todavía en algunas de la actualidad, no existía la
adolescencia. El cambio era brusco.
Vosotras, mis queridas jóvenes lectoras, recordaréis que los cambios que acontecen
en esta etapa de vuestra vida, con frecuencia aumentan vuestra timidez y teméis
ser el punto de mira de los demás. Buscáis relación personal, pero algo alejadas del
guirigay y hasta cierta soledad. Jesús lo sabe. El protagonista es Él, pero no se
impone, queriendo ignorar la sensibilidad de la jovencita. Estarán presente solo los
más íntimos. Se dirige personalmente a ella, le da la mano, tocar un cadáver
suponía de inmediato caer en impureza legal, pero esto a Él no le importa, se
levanta ella y, prescindiendo del asombro de los demás, les urge que se acuerden
de su edad y que por ello, seguramente tendrá hambre…
En los dos casos, a la generosa atención biológica, le acompaña la palabra amable.
El Maestro ha actuado con ternura, con cordialidad.
Se dice que la juventud de ahora no se entretiene en tonterías de este género. Que
la chica que reclama atenciones, es una pija. No niego que se pueda tener razón en
algunos casos, pero mi experiencia, me lleva a otras conclusiones.
Pienso ahora en dos vivencias recientes. La inauguración y bendición de la basílica
de la Sagrada Familia en Barcelona y las últimas JMJ. Os confieso que durante mi
estancia en Madrid, sentía ganas de necesitar algo, para poder dirigirme a los
voluntarios. Su amabilidad la contagiaron hasta a los mismos Agentes del Orden, de
tal manera, que incluso me permití bromear respecto a sus armas reglamentarias.
Estos ejemplos son notables y reconocidos, pero en otras circunstancias, he
observado lo mismo. Si para algunos sus ídolos pueden ser futboleros, cantadores,
pasarelistas o folloneros, para muchos otros, ofrecerse como voluntarios, vestirse
una prenda que lo proclama y por tanto exija estar dispuesto a servir
generosamente, es un honor al que le son fieles y, añadiría más, un ejercicio de
humildad. Explicaré esto último. En todo evento de calibre, existe un staff escogido
y capacitado, cuyos nombres se hacen públicos. Ambas cualidades se las tienen
muy sabidas. Pero sus teléfonos, muchas veces no son atendidos y difícilmente se
les puede encontrar personalmente. A diferencia de ellos, los voluntarios los
localizas y distingues por doquier. Te pueden contestar, como a mí me ha pasado:
mira esto no lo sé, me he ofrecido de voluntaria y me han encargado esta tarea,
pero te acompaño a donde sí que sabrán atenderte. Hasta ahora estaba recordando
Madrid, ahora hablaré de Barcelona. Los sacerdotes concelebrantes, entrábamos a
medida que nos lo permitía un Guardia Urbano, sonriente y dialogante sin cansarse.
A continuación se comprobaba el código de barras de nuestra credencial, lo hacía
una señorita, que no aparentaba ninguna desconfianza, cuando pasaba el lector del
código de barras sonriente, después venía el arco magnético, el policía soportaba
con paciencia y dialogante, la costosa operación de vaciarse los bolsillos, alejar
hebillas, apartar bolígrafos o calculadoras. Llegados a la sacristía, se nos
preguntaba si éramos presbíteros o diáconos. De acuerdo con la respuesta, se nos
invitaba a ir a un sitio u otro con dulzura. Ya revestidos, había que subir una
escalera, pues bien, cada pocos metros, una chica saludaba: buenas tardes mosén.
Llegó el momento de salir a fuera, a dar la comunión, me sentí tratado como si yo
fuera el mismo Jesús, que llevaba eucarísticamente.
Y recalco que esta cordialidad de los voluntarios, ellos y ellas, contrasta con la
seriedad profesional de ciertos adultos, ellos y ellas, que para que todos sepan que
en la iglesia no hay que hacer diferencias, parece que más que servidores del
Señor, son guardias de la porra, dispuestos a mantener el orden y que todos se
enteren de la dignidad que les confiere el bautismo y la militancia en la
organización, organizada del organismo, al que se han afiliado. Y reconozco
avergonzado, que muestras groseras de su autoridad, las he recibido también de
compañeros de ministerio, que parece que su único deber es prohibir.
¡Cómo cambiaría el estado de ánimo de mucha gente, si los cristianos fuéramos
además de generosos, cordiales con ternura, a imitación de Cristo! Y no sólo el
estado de ánimo, sino su opinión sobre la credibilidad y autenticidad de nuestra
Santa Madre Iglesia.