Solemnidad del Martirio de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo.
El Cristianismo es nuestro gozo y responsabilidad.
Estimados hermanos y amigos:
La vida de los cristianos es muy diferente a la existencia de quienes no
comparten nuestra fe. La creencia en la existencia de Dios le da sentido a nuestra
vida, la cual gira, no en torno a un cúmulo de prescripciones religiosas, sino en
torno a quien creemos que es Jesús. Es cierto que tenemos muchos mandamientos
que cumplir, los cuales solo son como pequeños pasos que damos cuando los
acatamos, indicando que queremos ser salvos. Nuestra salvación, más que
depender de la aceptación de los mandamientos que cumplimos a cabalidad,
depende de la aceptación de Dios.
Jesús es el personaje central de la Biblia, de hecho, todo el contenido de los dos
Testamentos en que se dividen las Sagradas Escrituras, está orientado a
mostrarnos nuestra necesidad de ser redimidos para que podamos ser salvos, y la
obra que llevó a cabo Nuestro Salvador.
En el Evangelio de hoy (MT. 16, 13-19), vemos cómo Jesús les preguntó a sus
amigos qué creía la gente sobre El, para, posteriormente, preguntarles qué creían
ellos sobre Nuestro Salvador. Tal como les sucedió a los Apóstoles, quizás nos es
más fácil decir qué piensa con respecto al Mesías la gente que conocemos, que dar
a conocer lo que creemos del Hijo de María.
Para tener una idea exacta de quién es Jesús, lo mejor que podemos hacer, es
leer la vida del Señor, que se contiene en los cuatro Evangelios de los Santos
Mateo, Marcos, Lucas y Juan. Conozcamos a Jesús por medio de las palabras que
pronunció y las obras que realizó en beneficio de quienes sanó física y
espiritualmente, y alimentó y ayudó económicamente. Jesús, siendo consciente de
que las palabras se las lleva el viento, no solo pronunció bellos discursos, pues
también hizo el bien, y oró tanto pública como privadamente durante las noches,
para que el Padre y el Espíritu Santo lo fortalecieran humanamente, para llevar a
cabo nuestra redención.
En la Biblia, leemos que Jesús fue engendrado por el Espíritu Santo.
"El nacimiento de Jesucristo fue así: Estando desposada María su madre con José,
antes que se juntasen, se halló que había concebido del Espíritu Santo. José su
marido, como era justo, y no quería infamarla, quiso dejarla secretamente. Y
pensando él en esto, he aquí un ángel del Señor le apareció en sueños y le dijo:
José, hijo de David, no temas recibir a María tu mujer, porque lo que en ella es
engendrado, del Espíritu Santo es" (MT. 1, 18-20).
Jesús fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, de quien se nos dice en
la Biblia que es el amor y el poder de Dios. Al vivir revestido de los dones del citado
Abogado -o Paráclito-, Nuestro Señor hizo prodigios, -es decir, obras portentosas
que solo pueden ser reconocidas como tales por quienes tienen fe en El-, y llevó a
cabo la obra de la salvación de la humanidad.
"Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán, y fue llevado por el Espíritu al
desierto" (LC. 4, 1).
Jesús fue lleno del Espíritu Santo cuando fue bautizado por San Juan Bautista en
aguas del río Jordán. Notemos que San Lucas no nos dice que Jesús recibió parte
de los dones del Espíritu Santo, sino que fue lleno del poder y amor de la tercera
Persona de la Santísima Trinidad. Para nosotros es un gran motivo de alegría
pensar que somos hijos de Dios, y que hemos sido destinados a vivir en su Reino
de amor y paz, cuando concluya el tiempo en que debe ser probada nuestra fe.
Esta es la razón que nos recuerda que no debemos conformarnos con una fe
mediocre, ni con un conocimiento apenas imperceptible del Dios Uno y Trino, pues
debemos desear que el Espíritu Santo llene nuestra existencia, con tal de sentirnos
amados por el Padre, el Hijo y el Santo Espíritu, para que, cuando suframos por
cualquier causa, no nos sintamos desamparados, independientemente de la
gravedad de nuestras dificultades. Recordemos que Jesús no solo es un gran
Hermano que dio su vida por nosotros, pues también es un ejemplo a imitar, tanto
en la formación religiosa y cívica, en el ejercicio de la caridad, como en la práctica
constante de la oración.
Jesús es el pan que alimenta nuestra vida espiritual.
"Jesús les dijo: Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y
el que en mí cree, no tendrá sed jamás... Yo soy el pan vivo que descendió del
cielo; si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo daré es
mi carne, la cual yo daré por la vida del mundo" (JN. 6, 35. 51).
Jesús nos alimenta espiritualmente por medio de su Palabra salvadora, nos da
ejemplo de cómo hay que hacer el bien por medio de sus obras de caridad, y nos
enseña a elevar el Espíritu al cielo, por medio de sus muchas horas de ferviente
oración. Celebrar la Eucaristía debe significar que tenemos un gran deseo de que
Jesús llene nuestra vida, y de imitar la bondad de Nuestro Salvador, sirviéndolo en
quienes necesitan dones espirituales y materiales. En el mundo no solo hay
necesidad de alimentos y de formación cívica. Recordemos que hay gente que solo
se ha esforzado en la vida para conseguir dinero, y que se siente desamparada.
Jesús es la luz del mundo.
"Otra vez Jesús les habló, diciendo: Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no
andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida" (JN. 8, 12).
El conocimiento que Jesús tiene, es una luz que, cuando la seguimos, nos hace
vivir en la presencia de Nuestro Santo Padre. La Palabra del Señor es una lámpara
que ilumina nuestros pasos, y lo hace de una manera especial, cuando afrontamos
y confrontamos tribulaciones.
Pidámosle a Nuestro Santo Padre que, en este día en que recordamos el
Ministerio y Martirio de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, que se sacrificaron por
su dedicación a la predicación del Evangelio, nos ayude a desear, ser buenos
imitadores de Jesús.
José Portillo Pérez
joseportilloperez@gmail.com