XIII Domingo del Tiempo Ordinario B
Sb 1, 13-15; 2, 23-14; Sal 29; 2Co 8, 7-9.13-15; Mc 5, 21-43
Cuando Jesús regresó en la barca a la otra orilla, una gran multitud se reunió a su
alrededor, y él se quedó junto al mar. Entonces llegó uno de los jefes de la
sinagoga, llamado Jairo, y al verlo, se arrojó a sus pies, rogándole con insistencia:
"Mi hijita se está muriendo; ven a imponerle las manos, para que se cure y viva".
Jesús fue con él y lo seguía una gran multitud que lo apretaba por todos lados. Se
encontraba allí una mujer que desde hacía doce años padecía de hemorragias.
Había sufrido mucho en manos de numerosos médicos y gastado todos sus bienes
sin resultado; al contrario, cada vez estaba peor. Como había oído hablar de Jesús,
se le acercó por detrás, entre la multitud, y tocó su manto, porque pensaba: "Con
sólo tocar su manto quedaré curada". Inmediatamente cesó la hemorragia, y ella
sintió en su cuerpo que estaba curada de su mal. Jesús se dio cuenta en seguida de
la fuerza que había salido de él, se dio vuelta y, dirigiéndose a la multitud,
preguntó: "¿Quién tocó mi manto?". Sus discípulos le dijeron: "¿Ves que la gente te
aprieta por todas partes y preguntas quién te ha tocado?". Pero él seguía mirando a
su alrededor, para ver quién había sido. Entonces la mujer, muy asustada y
temblando, porque sabía bien lo que le había ocurrido, fue a arrojarse a sus pies y
le confesó toda la verdad. Jesús le dijo: "Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz, y
queda curada de tu enfermedad". Todavía estaba hablando, cuando llegaron unas
personas de la casa del jefe de la sinagoga y le dijeron: "Tu hija ya murió; ¿para
qué vas a seguir molestando al Maestro?". Pero Jesús, sin tener en cuenta esas
palabras, dijo al jefe de la sinagoga: "No temas, basta que creas". Y sin permitir
que nadie lo acompañara, excepto Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago,
fue a casa del jefe de la sinagoga. Allí vio un gran alboroto, y gente que lloraba y
gritaba. Al entrar, les dijo: "¿Por qué se alborotan y lloran? La niña no está muerta,
sino que duerme". Y se burlaban de él. Pero Jesús hizo salir a todos, y tomando
consigo al padre y a la madre de la niña, y a los que venían con él, entró donde ella
estaba. La tomó de la mano y le dijo: "Talitá kum", que significa: "¡Niña, yo te lo
ordeno, levántate!". En seguida la niña, que ya tenía doce años, se levantó y
comenzó a caminar. Ellos, entonces, se llenaron de asombro, y él les mandó
insistentemente que nadie se enterara de lo sucedido. Después dijo que dieran de
comer a la niña.
El presente domingo las lecturas nos presentan por una parte, la existencia de la
enfermedad y la muerte en nuestra historia, y por otra, lo más importante, el
anuncio del proyecto de salvación de Dios sobre la historia de cada uno de los
hombres, que es un proyecto de misericordia y vida eterna, el cual se hace palpable
a través de los milagros concretos con los cuales Cristo cura a la mujer enferma y
resucita a la niña. Así, los domingos anteriores Cristo aparecía como el más fuerte,
Aquel que luchando contra el mal vencía; el domingo pasado, dominando las
fuerzas de la naturaleza y calmando la tempestad. Hoy, se nos manifiesta su poder
salvífico y potestad sobre la enfermedad y la muerte, en relación con la fe de
aquellos que se acercan y le piden con verdadera esperanza. Esta semana se nos
invita a creer, a tener fe, aquella fe que es acrisolada ante la enfermedad y el dolor
a través de la unión con Cristo, tal como nos dice el Papa Benedicto XVI en su
encíclica Spe Salvi: Lo que cura al hombre no es esquivar el sufrimiento y huir
ante el dolor, sino la capacidad de aceptar la tribulación, madurar en ella y
encontrar en ella un sentido mediante la unión con Cristo, que ha sufrido con amor
infinito (Spe Salvi, 37).
El evangelio nos presenta dos relatos que suscitan preguntas difíciles y terribles,
Cristo cura a una mujer enferma y resucita a una niña muerta, esa es su vocación.
Entonces retorna la pregunta anteriormente mencionada, ¿quiere Dios la muerte?.
De este relato del evangelio podemos rescatar dos frases. De la hija del jefe de la
sinagoga, muerta según nuestros conceptos humanos, Cristo dice: "...la niña está
dormida...", causando inclusive la risa de los presentes. En el caso de la mujer
hemorroisa que toca su manto, Cristo pregunta: "...¿quién ha tocado mi manto?...",
con el consiguiente desconcierto de los discípulos ante la pregunta. Frente a la
muerte corporal el Señor habla de un sueño, la verdadera muerte, la que se
denomina segunda o definitiva muerte, es para Él otra cosa. La enfermedad, que es
premonición de muerte, es para Él algo insignificante, para curarla debe salir de él
una fuerza, así Cristo se está designando a sí mismo como "la vida", y esta vida
debe expandir sus energías para dar vida a lo muerto o caduco.
En las tres lecturas podemos descubrir el poder y potencia de la fe. Ante la fuerza
de la muerte y de la enfermedad, se impone la vida de Cristo, poder mayor que
todo lo puede restituir en virtud de la fe. Así el Evangelio presenta el contraste
entre la incapacidad humana (ante la enfermedad y la muerte), por un lado, y por
otro la fuerza impresionante de la fe. La actitud de la hemorroisa que llevaba años
enferma, que había fracasado en todos los medios utilizados para curarse, es
manifiesta de la actitud de la persona desesperada, expresión de la incapacidad
humana. La única actitud frente a esta incapacidad es la fe, lo que el hombre con
sus medios no puede hacer, lo puede lograr en Cristo. Con esta convicción la mujer
se acerca a Cristo. Con esta seguridad Jairo espera en el Señor, su hija ha muerto,
ya no hay remedio, la muerte ha vencido, pero la fe es más fuerte que la muerte.
Por eso Jairo espera en Cristo, cree: "...no temas, basta con que tengas fe...".
Al respecto dice el Beato Papa Juan Pablo II: la lectura del Evangelio nos hace
comprender y casi "sentir" que los milagros de Jesús tienen su fuente en el corazón
amoroso y misericordioso de Dios que vive y vibra en su mismo corazón humano.
Jesús los realiza para superar toda clase de mal existente en el mundo: el mal
físico, el mal moral, es decir, el pecado (Juan Pablo II, Audiencia general: Los
Milagros: Signos del Amor de Dios, 9 de diciembre, de 1987).
San Ambrosio dice: "el hecho que la hemorroisa toca a Cristo significa que cree en
Él, porque el tocar significa que tenía fe en Jesús, por eso el mismo Cristo dice tu fe
te ha salvado (San Ambrosio, Discurso 34)".
Tal como nos dice el Papa Benedicto XVI: La fe, en efecto, crece cuando se vive
como experiencia de un amor que se recibe y se comunica como experiencia de
gracia y gozo. Nos hace fecundos, porque ensancha el corazón en la esperanza y
permite dar un testimonio fecundo: en efecto, abre el corazón y la mente de los
que escuchan para acoger la invitación del Señor a aceptar su Palabra para ser sus
discípulos. Como afirma san Agustín, los creyentes se fortalecen creyendo
(Benedicto XVI, Porta fidei, 9).
Pbro. Oscar Balcázar Balcázar .