Domingo, 01/07/2012, Domingo XIII Ordinario del ciclo B.
Meditación de MC. 5, 21-43.
1. Olvidémonos durante un tiempo de nuestras preocupaciones, y dispongámonos
a servir a Dios en nuestros prójimos los hombres.
"Pasando otra vez Jesús en una barca a la otra orilla, se reunió alrededor de él
una gran multitud; y él estaba junto al mar" (MC. 5, 21).
Muchas veces caemos en la tentación de no ver más allá de nuestros problemas,
y por ello podemos pensar que nadie tiene dificultades tan grandes como las
nuestras. Hace algún tiempo, una de mis lectoras me dijo que Jesús pudo dedicarse
a la evangelización de quienes lo aceptaron como Mesías, porque no tenía que
atender las preocupaciones de quienes tenían familia. Es cierto que Jesús no tenía
mujer e hijos, pero este hecho no debe hacernos pensar que la vida de predicador
itinerante que abrazó Nuestro Salvador era placentera, pues todos sabemos las
contrariedades que tuvo que afrontar, con tal de que creamos que Dios existe y nos
ama.
Pasemos con Jesús a la otra orilla. Abandonemos por un tiempo nuestra zona de
comodidad para predicar el Evangelio y hacer el bien, y quizás descubriremos que
hay quienes sufren más que nosotros, y, aunque ello no solventará las dificultades
que marcan nuestra existencia, no podremos evitar darle gracias a Dios, tanto por
lo que somos, como por las dádivas espirituales y materiales, que hemos
conseguido.
2. Seamos valientes a la hora de profesar nuestra fe en Jesús, como lo fue Jairo.
"Y vino uno de los principales de la sinagoga, llamado Jairo; y luego que le vio, se
postró a sus pies, y le rogaba mucho, diciendo: Mi hija está agonizando; ven y pon
las manos sobre ella para que sea salva, y vivirá" (MC. 5, 22-23).
Siendo un personaje importante relacionado con el culto sinagogal, no debió ser
fácil para Jairo demostrar su fe en Jesús, pues ello debió perjudicarle, porque, como
es sabido, tanto los saduceos como los fariseos, odiaban a Jesús, y consideraban
sus enemigos, a quienes se relacionaban, con Nuestro Salvador. Quizás nosotros
también hemos sido discriminados en alguna ocasión por ser discípulos de Jesús, no
solo en nuestro círculo social, pues también lo hemos sido, en el seno de nuestra
familia.
Jairo se arrodilló delante de Jesús, para pedirle al Señor, que sanara a su hija.
Jesús era la última posibilidad a la que recurrió el padre de la pobre niña, antes de
perder la esperanza, de que su hija no falleciera. Quizás hemos intentado buscar la
felicidad recorriendo diferentes caminos, y hemos recurrido a Dios, cuando El ha
sido nuestra última esperanza, la cual evitó, que nos llegáramos a sentir
frustrados.
3. ¿Cómo es nuestra relación con Jesús?
"Fue, pues, con él; y le seguía una gran multitud, y le apretaban" (MC. 5, 24).
Recuerdo que, hace varios años, una ex compañera de trabajo, me contó que,
estando en una calle muy transitada, una de sus clientas se desmayó, y ella fue la
única que se ocupó en llamar a los servicios de emergencia, para que la enferma
fuera debidamente atendida. Constantemente nos encontramos con gente que sufre
en nuestro entorno social, y, a través de los medios de comunicación, se nos
recuerda cómo sobreviven millones de personas en el tercer mundo, en medio de la
peor de las miserias.
Hay quienes se relacionan con Jesús cuando necesitan ser favorecidos, hay
quienes hacen lo propio orando sin cesar pero sin hacer el bien, y hay quienes,
además de orar, convierten sus obras en bellas y fervientes oraciones, pues
socorren a los necesitados de dones espirituales y materiales, como si fuera
Nuestro Señor, quien sufre en lugar de sus amados hermanos pobres, solitarios y
enfermos.
No pasemos junto a Jesús empujándole. Detengámonos a hablar con el Señor, y
ayudémosle a hacer de la tierra su Reino de amor y paz.
4. La mujer hemorroísa tocó el manto de Jesús.
"Pero una mujer que desde hacía doce años padecía de flujo de sangre, y había
sufrido mucho de muchos médicos, y gastado todo lo que tenía, y nada había
aprovechado, antes le iba peor, cuando oyó hablar de Jesús, vino por detrás entre
la multitud, y tocó su manto. Porque decía: Si tocare tan solamente su manto, seré
salva. Y en seguida la fuente de su sangre se secó; y sintió en el cuerpo que estaba
sana de aquel azote" (MC. 5, 25-29).
Después de agotar todos sus recursos con tal de ser curada, y de haber sufrido
muchas intervenciones médicas en vano, la mujer hemorroísa tuvo la osadía de
tocar el manto de Jesús, lo cual estaba prohibido por la Ley, porque al estar ella
enferma era considerada maldita por Dios, y no podía tocar a un hombre puro -o
sano, no considerado pecador-, como era Jesús. Igualmente, si Jesús se dejaba
tocar por la hemorroísa, perdía su pureza legal. Si Nuestro Señor hubiera sido
egoísta, lo mejor que hubiera podido hacer en tal caso, es aprovecharse de que la
gente lo empujaba, con tal de que nadie se diera cuenta de que la mujer enferma
tocaba su manto, con tal de evitar el contagio legal de la impureza, pues ello
significaba que tenía que asumir el estado de un simple pecador, o también hubiera
podido despreciarla públicamente, para dejar constancia de que no estaba
relacionado con la pobre enferma.
Tal como sucedió en el caso de Jairo, vemos en la mujer hemorroísa otro caso
desesperado, de quien quiso confiar en Jesús, antes de resignarse, pensando que
su enfermedad, no tenía remedio.
5. ¿Quién tocó a Jesús?
"Luego Jesús, conociendo en sí mismo el poder que había salido de él,
volviéndose a la multitud, dijo: ¿Quién ha tocado mis vestidos? Sus discípulos le
dijeron: Ves que la multitud te aprieta, y dices: ¿Quién me ha tocado? Pero él
miraba alrededor para ver quién había hecho esto" (MC. 5, 30-32).
Jesús notó el poder que salió de Sí mismo que curó a la mujer hemorroísa, y
cómo la misma le tocó tímidamente, con miedo a ser marginada y castigada, y con
la esperanza de que el Señor le devolviera la salud.
Dado que a Jesús no le importaba que le consideraran impuro, porque vino al
mundo a ocupar el lugar de quienes sufren el mayor desprecio, Nuestro Señor quiso
que la multitud que lo oprimía supiera cómo curó a la pobre enferma, dando a
entender que los pecados que hayamos cometido en el pasado no son obstáculos
que nos impiden acercarnos a El, porque nos perdona todo el mal que hacemos. Si
hay algo a lo que le debemos temer, ello consiste en rechazar a Dios, negarnos a
hacer el bien, y despreciarnos, y si no vamos a caer en este estado, no tenemos
nada que temer, -esto es, nada que nos impida ser salvos-.
6. Jesús no margina a nadie, ni por su pobreza, ni por la enfermedad que
padezca, ni por vivir aislado.
"Entonces la mujer, temiendo y temblando, sabiendo lo que en ella había sido
hecho, vino y se postró delante de él, y le dijo toda la verdad. Y él le dijo: Hija, tu
fe te ha hecho salva; vé en paz, y queda sana de tu azote" (MC. 5, 33-34).
Aunque Jesús fue quien sanó a la pobre enferma, le dijo que fue su fe la que la
salvó, para felicitarla por creer en El, y para infundirle ánimo, y perdiera el miedo
que tenía a ser marginada y castigada. Jesús no solo sanó a la citada mujer de la
enfermedad que padecía, pues también le dio la posibilidad de vivir como una
persona libre de máculas legales.
7. Cuanto más nos relacionemos con Dios, más se nos exigirá aumentar la fe que
tenemos en El.
"Mientras él aún hablaba, vinieron de casa del principal de la sinagoga, diciendo:
Tu hija ha muerto; ¿para qué molestas más al Maestro? Pero Jesús, luego que oyó
lo que se decía, dijo al principal de la sinagoga: No temas, cree solamente" (MC. 5,
35-36).
Dado que el principal de la sinagoga fue testigo de cómo Jesús curó a una mujer
enferma, no solo debía tener fe para creer que el Señor tenía poder para curar
enfermos únicamente, pues también debía creerlo capacitado para resucitar a los
muertos.
Por nuestra propia experiencia, sabemos que, cuanto más crecemos
espiritualmente, se nos exige que tengamos más fe, para que podamos
perfeccionarnos mejor, superando pruebas que, en conformidad con el paso del
tiempo, siempre aumentan su nivel de dificultad.
8. Jesús hacía milagros en secreto.
"Y no permitió que le siguiese nadie sino Pedro, Jacobo, y Juan hermano de
Jacobo" (MC. 5, 37).
Jesús curó a la mujer hemorroísa públicamente para convencer a la multitud de
que no marginaran a ninguna persona por causa alguna, pero llevó a cabo la
resurrección de la hija de Jairo en secreto, porque no tenía la intención de
publicitarse, sino de beneficiar, tanto a la niña como a su familia, sin hacerse pasar
por sanador.
9. Para Jesús, resucitar de la muerte, es como despertar del sueño.
"Y vino a casa del principal de la sinagoga, y vio el alboroto y a los que lloraban y
lamentaban mucho. Y entrando, les dijo: ¿Por qué alborotáis y lloráis? La niña no
está muerta, sino duerme. Y se burlaban de él. Mas él, echando fuera a todos, tomó
al padre y a la madre de la niña, y a los que estaban con él, y entró donde estaba
la niña" (MC. 5, 38-40).
Jesús dijo que la niña estaba dormida, para no decir abiertamente que la iba a
resucitar, y fue víctima de la burla de quienes intentaban consolar a los familiares
de Jairo. El Señor quiso resucitar a la niña junto a los padres de ella y a sus tres
amigos más allegados, porque no quería dar un espectáculo, y, como no era
considerado como Mesías, quiso evitar que nadie pensara que hacía milagros sin
estar relacionado con Dios, pues, en el pasado, los escribas le acusaron, de estar
poseído por un demonio.
10. Jesús, el vencedor de la muerte.
"Y tomando la mano de la niña, le dijo: Talita cumi; que traducido es: Niña, a ti
te digo, levántate. Y luego la niña se levantó y andaba, pues tenía doce años. Y se
espantaron grandemente. Pero él les mandó mucho que nadie lo supiese, y dijo que
se le diese de comer" (MT. 5, 41-43).
¿Hacemos el bien sin intentar publicitarnos, con la intención de hacer felices a
quienes beneficiamos?
José Portillo Pérez
joseportilloperez@gmail.com