Domingo XIII Ordinario del ciclo B.
La fe que salva
En el Evangelio de Marcos que seguimos leyendo los domingos de este año ocupan
un lugar preeminente los milagros, sobre todo, en la primera parte de la obra,
donde todos ellos contribuyen a introducir al lector en la percepción misteriosa y
real de la cercanía del Reinado de Dios sobre la humanidad. Hoy se combinan dos
signos prodigiosos de Jesús en un mismo relato, el retorno a la vida de la niña de
Jairo y la curación de la hemorroísa (Mc 5,21-43). El segundo ha quedado inserto a
la mitad de la narración del primero para desarrollar una auténtica y plena
catequesis de la fe cristiana, partiendo de dos hechos históricos, realizados por
Jesús. El resultado final de la narración presenta a Jesús como protagonista
indiscutible del relato y a la mujer, tanto a la niña como a la adulta, víctima de los
males naturales, sociales y religiosos. La intervención de Jesús es posible gracias a
la audacia y a la fe de los adultos que lo buscan y lo encuentran, experimentando la
salvación de Dios por medio de él.
El retorno a la vida de la hija de Jairo presenta a Jesús como salvador de la niña
gracias a la mediación de la fe de su padre. La fe que salva es condición previa para
la realización del milagro, que pone de relieve la fuerza de la mediación por parte
de los creyentes para conseguir que el encuentro con Jesús produzca el efecto
salvífico deseado, en este caso el retorno a la vida de una niña de doce años. En
Jairo se retrata la gran misión de la Iglesia que continuamente intercede para
propiciar el encuentro de la humanidad caída y necesitada con el Señor Jesús para
que perciba la vida que procede de Dios.
El relato de la curación de la mujer con flujos de sangre resalta más bien el
encuentro personal con Jesús por parte de los que sufren. Ese encuentro no puede
ser casual ni mágico, sino personal y profundo, hasta el punto que cambia la vida
entera de la mujer que se encuentra con Jesús. La mujer no sólo se curó, sino que
fue reconocida y rehabilitada por Jesús para quedar restablecida de su enfermedad
y además integrada en la vida social y religiosa de su tiempo.
Es muy importante detenernos un poco en el rostro femenino de los relatos
evangélicos de hoy pues en los dos milagros la mujer es la beneficiaria del favor de
Dios. En el relato de hemorroísa (Mc 5,24-34), Jesús y la mujer establecen un
diálogo liberador que permite una íntima y personalísima comunicación entre
ambos. En el trasfondo del sufrimiento de la mujer están tanto su enfermedad
como las leyes de pureza ritual que afectaban a las mujeres según la interpretación
del Levítico. Esas leyes de pureza manifiestan un sistema social, religioso y
económico en el que particularmente las mujeres eran verdaderas víctimas en un
estado casi permanente de impureza, y esto tenía como resultado la marginación y
exclusión (Lev 5,1-6).
La actitud de Jesús con la hemorroísa supera y trasciende las leyes antiguas para
hacer prevalecer la nueva alianza en el amor liberador con el cuerpo de las
mujeres. Este encuentro especial entre Jesús y la mujer trastoca el orden vigente
de marginación social y religiosa. Cuando la hemorroísa se aproxima Jesús, lo hace
por detrás, pues sabe que está transgrediendo los códigos sociales -ninguna mujer
toca en público a un hombre extraño, y además, sin su consentimiento- y por si
fuera poco, se dispone a violar los códigos religiosos. Sin embargo, ella desea ser
curada. Pero este deseo, aun naciendo de una fe casi mágica e insuficiente, la lleva
a Jesús.
Postrándose ante Jesús lo reconoce como Señor de la Vida, como el Dios que ha
establecido con ella una nueva alianza. Jesús quiere el diálogo con ella, la busca
entre la multitud, pues nadie le pasa desapercibido. Jesús no reconoce ninguna
marginación pues eso no va con él. En el encuentro con el otro, en el diálogo con el
otro, en la nueva realidad creada está la salvación. Los dos expresan lo mejor de sí
mismos: ella, su verdad más honda, su dolor y su miseria, y Él, su identidad última
como salvador y liberador. Las palabras finales de Jesús: “Hija, tu fe te ha salvado;
vete en paz y queda curada de tu mal” (Mc 5,34) proclaman lo sucedido. La fe en
Jesús, vivida en clave personal y de encuentro con el Señor ha hecho posible la
salvación. Al dejarse tocar Jesús los códigos sociales y religiosos, que marginaban,
quedan superados. El contacto de los cuerpos no es ocasión de pecado y de
impureza, sino de salvación y de encuentro liberador. El tabú de la impureza, por
ser mujer, queda superado. En los cuerpos de las mujeres marginadas, explotadas
y casi muertas ya en vida, Jesús sale al encuentro de todos los excluidos para
devolverles la vida y la salvación.
Esta consideración sobre los milagros con las mujeres puede ser un factor
iluminador de la realidad de marginación social de la mujer que se percibe en
nuestro mundo, pero singularmente en Latinoamérica.
El conjunto de los dos relatos evangélicos de hoy revela finalmente una progresión
en el descubrimiento de la fe. De la fe auténtica pero interesada, presente en Jairo,
se pasa a la fe cuasi mágica pero audaz de la hemorroísa, que, como tantas veces
en ocurre en la religiosidad popular, parece que trata arrancar un poco de la fuerza
de Jesús, mediante el contacto con él. Pero ninguna de las dos manifestaciones de
la fe es suficiente para revelar lo que ésta significa en relación con Jesús. La
curación de la hemorroísa revela la cercanía del Reino de Dios al introducir a la
mujer, doliente y víctima social, con su fe deficiente, en el ámbito de la salvación,
pues la verdadera fe implica un encuentro personal, dialogante y sincero con Jesús,
y lo que salva no es su poder ni su magia sino su persona. La fe, entendida como
relación personal, viva y abierta con Jesús, es la que comunica vida y salvación. De
modo semejante, la fe de Jairo sufre una transformación. Lo que era una fe
interesada pasa a ser una fe plena al encontrarse con Jesucristo, el que resucita a
los muertos. Por eso la fe que salva es creer en el resucitado que resucita y da la
vida a los muertos. Podríamos preguntarnos cuál de estas cuatro posibilidades de la
fe predomina en mí.
En la segunda lectura (2Cor 8,7-15) Pablo nos ofrece la razón más profunda de la
“opción preferencial y evangélica por los pobres”, vigente en la Iglesia
Latinoamericana como línea fundamental de su acción misionera. Allí se nos
muestra a Jesucristo que, siendo rico, se hizo pobre por nosotros para
enriquecernos con su pobreza (cfr. 2 Cor 8,9). No hay razón teológica más
profunda que ésta para fundamentar la solidaridad y la comunión con las personas
y poblaciones más pobres y necesitadas de nuestro mundo. De igual modo que éste
fue un hilo conductor en la reflexión y en las misiones paulinas, así lo es para
nuestra iglesia en Latinoamérica.
En el Evangelio y en la Eucaristía toda persona se encuentra con el cuerpo de Cristo
pobre y salvador, que mediante la fe permite que todos sintamos su salvación y
seamos testigos de su resurrección.
José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura