XIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
Padre Julio Gonzalez Carretti
DOMINGO
Lecturas
a.- Sab.1, 13-15; 2,23-25: Por envidia del diablo vino la muerte.
El autor sagrado tiene en su mente, los primeros capítulos del Génesis, de los
cuales hace aquí un relectura de la creación y de la caída de nuestros primeros
padres Adán y Eva. Cuando afirma que el hombre fue creado incorruptible, a
imagen de la naturaleza divina, apunta a la realidad espiritual del hombre, su alma.
Mientras la concepción semita habla del hombre unitariamente, la sabiduría, habla
del hombre compuesto de alma y cuerpo, inspirados el la filosofía platónica, de ahí
que hable de incorruptibilidad, inmortalidad, y no de resurrección. Cuando afirma
que la muerte vino por el pecado, afirma que la primera muerte es espiritual, de la
cual la muerte física es consecuencia. Será San Pablo quien vuelva con este tema,
haciendo un contrapunto entre Adán pecador y Cristo Jesús Salvador (cfr. Rom.
5,12-21 y 1 Cor.15, 35-57). Es bueno matizar que cuando este libro y Pablo, hablan
de la muerte como consecuencia del pecado, se refieren sobre a la muerte
espiritual, pérdida de la amistad, comunión, gracia de Dios y con Dios, es decir, la
incapacidad de responderle con justicia a todos sus beneficios. En ningún caso se
afirma que de no haber pecado el hombre, la muerte no hubiese existido. La vida
del hombre en esta vida es un paso, en transito, hacia la eternidad, con lo que
implícitamente se afirma que siempre habría habido un etapa de transición entre el
presente y lo definitivo. Ese momento se habría vivido sin dolor, lo que sucede hoy
moral y físicamente por causa del pecado, pero habría existido como hoy. Yahvé no
creó la muerte, visión optimista del autor de Sabiduría, como la conocemos hoy; no
sometió la humanidad a la tiranía de la muerte, ni se goza con la muerte de los
vivientes, todo lo contrario, creó todo para que viviera. Ha sido el pecado quien
introdujo la muerte en la creación entera; la justicia es inmortal, por ello, quien se
libera de su yugo, la esclavitud del pecado pueden gozar de la inmortalidad.
b.- 2Cor. 8,7. 9. 13-15: Vuestra abundancia remedia la falta de otros.
El apóstol exhorta a los apóstoles a la generosidad, iniciada por los macedonios,
destinada a la comunidad de Jerusalén. Se nota la preocupación de las
comunidades de la diáspora por ayudar a los hermanos más necesitados, buscando
igualdad entre ellos. La misma predicación del Evangelio llevada a cabo por Pablo,
guiado por el Espíritu va creando conciencia de una sociedad más justa en la
distribución de los bienes. Es paradojal que la comunidad de Jerusalén, centro
todavía de la predicación y propagación del evangelio viviera estas estrecheces. Lo
que no debe suceder, es que quien tenga mayor poder económico, se pueda
convertir en quienes polaricen o manipulen, como poder religioso, lo que dañaría la
propia predicación del Evangelio y a esa comunidad eclesial. Por ello Pablo, apunta
a la persona de Jesucristo, “el cual siendo rico, por vosotros se hizo pobre a fin de
enriqueceros con su pobreza” (v.10). Su inmensa caridad nos salva, lo mismo debe
florecer en el corazón del cristiano que teniendo, pueda ayudar a sus hermanos
necesitados de Jerusalén, imitando también la caridad de los macedonios. Cristo se
hizo pobre, al aceptar la muerte merecida por los pecadores, sin haber conocido el
pecado; su riqueza, el favor de Dios, su comunión con el Padre (cfr. 2 Cor. 5, 21;
Flp. 2,6-7; Rom.15, 26-27; Ex.16,18).
c.- Mc. 5, 21-43: Resurrección de la hija de Jairo y curación de la
hemorroísa.
El evangelio nos presenta la salvación que trae el Reino de Dios, que llega en forma
de salud y vida nueva para dos mujeres. Dato fundamental es la fe del padre de la
niña (vv. 21-24), y la de la mujer enferma que se expresa tocando el manto de
Jesús (vv. 25-34). La resurrección de la hija de Jairo (vv. 35-43), como la de
Lázaro, su amigo, y el de la viuda de Naím, son un signo de la presencia del Reino
de Dios y de los tiempos del Mesías, donde el pecado y la muerte son vencidos por
Jesucristo, velados anuncios de su futura resurrección. Si bien los dos relatos está
entrelazados, poseen elementos comunes: beneficiarias dos mujeres, una enferma
y la otra una jovencita; el numero doce las une a una por los años de enfermedad y
la otra, por su edad. Ambas tienen fe en el poder sanador de Jesús. Estamos cerca
del lago de Galilea o mar, viene a Jesús, el jefe de la sinagoga, las palabras de
Jairo, expresan fe, confianza, de rodillas le suplica con insistencia (v.23), ir a
imponer las manos a su hija que se muere. La imposición de manos significa,
comunicar energía, fuerza, poder para salvarla; Jesús acoge la petición. Entra en
escena la mujer hemorroísa y Marcos, se detiene a darnos detalles sobre su vida,
pero sobre, todo su mundo interior, su fe inicial, su deseo de tocar a Jesús, para
quedar sana (v. 28-29). Todo estaba pensado para no ser descubierta como impura
por sus flujos de sangre, como lo declaraba la ley de Moisés, y todo lo que tocara
quedaba impuro. Por esto toca el manto de Jesús, en medio del gentío, por ello se
siente culpable, temerosa, cuando es descubierta. Adquiere sentido la interrogante
planteada por Jesús: “¿Quién me ha tocado los vestidos?” (v.30). Se hace plausible
la pregunta porque establece que la curación no es por casualidad, ni por haberlo
tocado, sino por fe. Jesús no se siente impuro por haber sido tocado por la mujer,
sino la convierte en modelo de creyente, y no la hace culpable, le concede además
de la salud física, una vida nueva, en el cuerpo y en el espíritu. “Hija, tu fe te ha
salvado; vete en paz y queda curada de tu enfermedad” (v.34).
Le traen a Jairo la noticia que su hija acaba de morir, Jesús infunde fe en el padre
(v.36), una gran fe, para superar la evidencia de los hechos. El “talitha kum”, de
Jesús (v. 43), hace que la joven vuelva a la vida, no hay fuerzas ni siquiera las de
la muerte que se resistan a la orden que su palabra exige, de hecho la joven se
levanta, camina y come, signos que ha recuperado el aliento vital. Estos dos relatos
portentosos, son toda una invitación que hace el evangelista para conocer
mayormente a Quien ha llevado a cabo estos acontecimientos saludables para esas
dos mujeres, y para quienes se acerquen a Jesús. Conocimiento que si se ahonda,
puede redundar en un seguimiento hasta Jerusalén y al Calvario. Muy unidos a
Jesús de Nazaret, se asiste no sólo a su resurrección de entre los muertos, sino a la
nuestra ya en vida, por estar con Jesús, Señor de la Vida. La vida un don de Dios,
lo que lo convierte en fuente de la vida, fruto de su amor que nos ha precedido,
como el de nuestros padres. Palpamos su presencia amorosa en las
manifestaciones que nos rodean: familia, amigos y compañeros de trabajo, etc.
También lo encontramos en la comunidad eclesial: la Eucaristía, la asistencia a los
enfermos y necesitados, la catequesis, etc. Pero no podemos obviar, que también la
vida, es atacada de muchas formas: el aborto, la guerra, hambre, egoísmo etc.
¿Por qué la muerte nos roba la vida? Para nosotros es Cristo Jesús, quien ha
logrado para el hombre vencer a la muerte, al pecado y a Satanás, con su
Resurrección de entre los muertos. Esa victoria de Cristo, es nuestra propia victoria,
como el grano de trigo que muerte para que germine la espiga, es decir, de la
muerte nace la vida. Jesús, fue ese grano que muriendo, generó vida, y que en la
Comunión sacramental, se hace alimento que da vida eterna.
Teresa de Jesús, una amante de la vida que Dios le regal nos ensea. “Sí, que no
matáis a nadie, ¡Vida de todas las vidas!, de los que se fían de Vos, y de los que os
quieren por amigo; sino que sustentáis la vida del cuerpo con más salud y le dais
vida al alma (V 8, 6).